sábado, 14 de marzo de 2009

EL HOMBRE, EN BUSCA DE SENTIDO


EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO

Por VIKTOR E. FRANKL
(Libro digital cedido por Maggie Vázquez)

INDICE
Prefacio........................................................................................6
PARTE PRIMERA:UN PSICÓLOGO EN UN CAMPO DE CONCENTRACIÓN
Selección activa y pasiva ..........................................................
informe del prisionero n.° 119.104: ensayo psicológico....14
Primera Fase: Internamiento En El Campo............................18
Estación Auschwitz......................................................................18
La primera selección....................................................................20
Desinfección ..................................................................................23
Nuestra única posesión: la existencia desnuda .......................24
Las primeras reacciones.............................................................25
¿“Lanzarse contra la alambrada''?............................................27
Segunda Fase: La Vida En El Campo.........................................30
Apatía.............................................................................................30
Lo que hace daño..........................................................................32
El insulto........................................................................................33
Los sueños de los prisioneros ....................................................37
El hambre.....................................................................................38
Sexualidad.....................................................................................41
Ausencia de sentimentalismo.....................................................41
Política y religión..........................................................................42
Una sesión de espiritismo ..........................................................43
La huida hacia el interior ............................................................44
Cuando todo se ha perdido..........................................................45
Meditaciones en la zanja..............................................................47
Monólogo al amanecer.................................................................48
Arte en el campo...........................................................................49
El humor en el campo...................................................................51
¡Quién fuera un preso común! ...................................................53
Suerte es lo que a uno no le toca padecer .................................54
Al campo de infecciosos?..............................................................56
Añoranza de soledad.....................................................................58
Juguete del destino.......................................................................59
La ultima voluntad aprendida de memoria ...............................
de fuga.............................................................................................63
Irritabilidad ...................................................................................68
La libertad interior .......................................................................70
El destino, un regalo .....................................................................73
Análisis de la existencia provisional............................................
Spinoza, educador...........................................................................78
La pregunta por el sentido de la vida...........................................81
Sufrimiento como prestación........................................................83
Algo nos espera...............................................................................83
Una palabra a tiempo.....................................................................84
Asistencia psicológica.....................................................................86
Psicología de los guardias del campamento.................................88
Tercera Fase: Después De La Liberación....................................
desahogo......................................................................................94
PARTE SEGUNDA:CONCEPTOS BÁSICOS DE LOGOTERAPIA
Voluntad de sentido.....................................................................100
Frustración existencial ................................................................103
Neurosis noógena..........................................................................106
El vacío existencial .......................................................................108
El sentido de la vida......................................................................110
La esencia de la existencia...........................................................
sentido del amor ...........................................................................112
El sentido del sufrimiento.............................................................113
Problemas metaclínicos ...............................................................116
Un logodrama ...............................................................................117
El suprasentido.............................................................................118
La transitoriedad de la vida........................................................
logoterapia como técnica........................................................
neurosis colectiva ........................................................................128
Crítica al pandeterminismo..........................................................
credo psiquiátrico.........................................................................131
La psiquiatría rehumanizada.......................................................132
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA SOBRE LOGOTERAPIA
Libros.............................................................................................134
Capítulos de libros .......................................................................135
Artículos periodísticos .................................................................136
Películas y cintas magnetofónicas ..............................................137

PREFACIO por GORDON W. ALLPORT*

Dr. Frankl, psiquiatra y escritor, suele preguntar a sus pacientes aquejados de múltiples padecimientos, más o menos importantes: "¿Por qué no se suicida usted?" Y muchas veces, de las respuestas extrae una orientación para la psicoterapia a aplicar: a éste, lo que le ata a la vida son los hijos; al otro, un talento, una habilidad sin explotar; a un tercero, quizás, sólo unos cuantos recuerdos que merece la pena rescatar del olvido. Tejer estas tenues hebras de vidas rotas en una urdimbre firme, coherente, significativa y responsable es el objeto con que se enfrenta la logoterapia, que es la versión original del Dr. Frankl del moderno análisis existencial
En esta obra, el Dr. Frankl explica la experiencia que le llevó al descubrimiento de la logoterapia.
Prisionero, durante mucho tiempo, en los bestiales campos de concentración, él mismo sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda. Sus padres, su hermano, incluso su esposa, murieron en los campos de concentración o fueron enviados a las cámaras de gas, de tal suerte que, salvo una hermana, todos perecieron. ¿Cómo pudo él —que todo lo había perdido, que había visto destruir todo lo que valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto del exterminio—, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna de vivirla ? El psiquiatra que personalmente ha tenido que enfrentarse a tales rigores merece que se le escuche, pues nadie como él para juzgar nuestra condición humana sabia y compasivamente. Las palabras del Dr. Frankl tienen un tono profundamente honesto, pues se basan en experiencias demasiado hondas para ser falsas. Dado el cargo que hoy ocupa en la Facultad de Medicina de Viena y el renombre que han alcanzado las clínicas de logoterapia que actualmente van desarrollándose en los distintos países tomando como modelo su famosa Policlínica Neurológica de Viena, lo que el Dr. Frankl tiene que decir adquiere todavía mayor prestigio.

Es difícil no caer en la tentación de comparar la forma que el Dr. Frankl tiene de enfocar la teoría y la terapia con la obra de su predecesor, Sigmund Freud. Ambos doctores se aplican primordialmente a estudiar la naturaleza y cura de las neurosis. Para Freud, la raíz de esta angustiosa enfermedad está en la ansiedad que se fundamenta en motivos conflictivos e inconscientes. Frankl diferencia varias formas de neurosis y descubre el origen de algunas de ellas (la neurosis noógena) en la incapacidad del paciente para encontrar significación y sentido de responsabilidad en la propia existencia. Freud pone de relieve la frustración de la vida sexual; para Frankl la frustración está en la voluntad intencional. Se da en la Europa actual una marcadatendencia a alejarse de Freud y una aceptación muy extendida del análisis existencial, que toma distintas formas más o menos afines, siendo una de ellas la escuela de logoterapia. Es característico del abierto talante de Frankl el no repudiar a Freud, antes bien construye sobre sus aportaciones; tampoco se enfrenta a las demás modalidades de la terapia existencial, sino que elebra gustoso su parentesco con ellas.

El presente relato, aun siendo breve, está elaborado con arte y garra. Yo lo he leído dos veces de un tirón, incapaz de desprenderme de su hechizo. En alguna parte, hacia la mitad del libro, Frankl presenta su propia filosofía de la logoterapia: lo hace como sin solución de continuidad y tan quedamente que sólo cuando ha terminado el libro el lector se percata de que está ante un ensayo profundo y no ante un relato más, forzosamente, sobre campos de concentración. Es mucho lo que el lector aprende de este fragmento autobiográfico : aprende lo que hace un ser humano cuando, de pronto, se da cuenta de que no tiene "nada que perder excepto su ridícula vida desnuda". La descripción que hace Frankl de la mezcla de emociones y apatía que se agolpan en la mente es impresionante. Lo primero que acude en nuestro auxilio es una curiosidad, fría y despegada, por nuestro propio destino. A continuación, y con toda rapidez, se urden las estrategias para salvar lo que resta de vida, aun cuando las oportunidades de sobrevivir sean mínimas. El hambre, la humillación y la sorda cólera ante la injusticia se hacen tolerables a través de las imágenes entrañables de las personas amadas, de la religión, de un tenaz sentido del humor, e incluso de un vislumbrar la belleza estimulante de la naturaleza: un árbol, una puesta de sol.

Pero estos momentos de alivio no determinan la voluntad de vivir, si es que no contribuyen a aumentar en el prisionero la noción de lo insensato de su sufrimiento. Y es en este punto donde encontramos el tema central del existencialismo: vivir es sufrir; sobrevivir es hallarle sentido al sufrimiento. Si la vida tiene algún objeto, éste no puede ser otro que el de sufrir y morir. Pero nadie puede decirle a nadie en qué consiste este objeto: cada uno debe hallarlo por sí mismo y aceptar la responsabilidad que su respuesta le dicta. Si triunfa en el empeño, seguirá desarrollándose a pesar de todas las indignidades. Frankl gusta de citar a Nietzsche: "Quien tiene un porque para, vivir, encontrará casi siempre el como".

En el campo de concentración, todas las circunstancias conspiran para conseguir que el prisionero pierda sus asideros. Todas las metas de la vida familiar han sido arrancadas de cuajo, lo único que resta es "la última de las libertades humanas", la capacidad de "elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias". Esta última libertad, admitida tanto por los antiguos estoicos como por los modernos existencialistas, adquiere una vivida significación en el relato de Frankl. Los prisioneros no eran más que hombres normales y corrientes, pero algunos de ellos al elegir ser "dignos de su sufrimiento" atestiguan la capacidad humana para elevarse por encima de su aparente destino.

Como psicoterapeuta que es, el autor quiere saber cómo se puede ayudar al hombre a alcanzar esta capacidad, tan diferenciadoramente humana, por otra parte. ¿Cómo puede uno despertar en un paciente el sentimiento de que tiene la responsabilidad de vivir, por muy adversas que se presenten las circunstancias? Frankl nos da cumplida cuenta de una sesión de terapia colectiva que mantuvo con sus compañeros de prisión.

A petición del editor, el Dr. Frankl ha añadido a su autobiografía una breve pero explícita exposición de los principios básicos de la logoterapia. Hasta ahora casi todas las publicaciones de esta "tercera escuela vienesa de psicoterapia" (son sus predecesoras las escuelas de Freud y Adler) se han editado preferentemente en alemán, de modo que el lector acogerá con agrado este suplemento del Dr. Frankl a su relato personal.

A diferencia de otros existencialistas europeos, Frankl no es ni esimista ni antirreligioso; antes al contrario, para ser un autor que se enfrenta de lleno a la omnipresencia del sufrimiento y a las fuerzas del mal, adopta un punto de vista sorprendentemente esperanzador sobre la capacidad humana de trascender sus dificultades y descubrir la verdad conveniente y orientadora.

Recomiendo calurosamente esta pequeña obrita, por ser una joya de la narrativa dramática centrada en torno al más profundo de los problemas humanos. Su mérito es tanto literario como filosófico y ofrece una precisa introducción al movimiento psicológico más importante de nuestro tiempo.* Gordon W. Allport, antiguo profesor de psicología de la Universidad de Harvard, fue uno de los escritores y docentes más prestigiosos de los Estados Unidos. Publicó numerosas obras originales sobre psicología y fue director del 'Journal of Abnormal and Social Psycbology". Precisamente a través de la labor pionera del profesor Allport la trascendental teoría del Dr. Frankl se ha introducido en aquel país; más aún, el interés que ha despertado la logoterapia ha crecido a pasos agigantados debido en parte a su reputación.

PARTE PRIMERAUN PSICÓLOGO EN UN CAMPO DE CONCENTRACIÓN
"Un psicólogo en un campo de concentración". No se trata, porlo tanto, de un relato de hechos y sucesos, sino de experienciaspersonales, experiencias que millones de seres humanos hansufrido una y otra vez. Es la historia íntima de un campo deconcentración contada por uno de sus supervivientes. No seocupa de los grandes horrores que ya han sido suficiente yprolijamente descritos (aunque no siempre y no todos los hayancreído), sino que cuenta esa otra multitud de pequeñostormentos. En otras palabras, pretende dar respuesta a lasiguiente pregunta: ¿Cómo incidía la vida diaria de un campo deconcentración en la mente del prisionero medio?Muchos de los sucesos que aquí se describen no tuvieron lugaren los grandes y famosos campos, sino en los más pequeños, quees donde se produjo la mayor experiencia del exterminio.Tampoco es un libro sobre el sufrimiento y la muerte de grandeshéroes y mártires, ni sobre los preeminentes "capos" —prisioneros que actuaban como especie de administradores ytenían privilegios especiales— o los prisioneros de renombre. Esdecir, no se refiere tanto a los sufrimientos de los poderosos,cuanto a los sacrificios, crucifixión y muerte de la gran legión devíctimas desconocidas y olvidadas, pues era a estos prisionerosnormales y corrientes, que no llevaban ninguna marca distintivaen sus mangas, a quienes los "capos" realmente despreciaban.Mientras estos prisioneros comunes tenían muy poco o nada quellevarse a la boca, los "capos" no padecían nunca hambre; dehecho, muchos de estos "capos" lo pasaron mucho mejor en loscampos que en toda su vida, y muy a menudo eran más duroscon los prisioneros que los propios guardias, y les golpeaban conmayor crueldad que los hombres de las SS. Claro está que los"capos" se elegían de entre aquellos prisioneros cuyo carácterhacía suponer que serían los indicados para tales procedimientos,y si no cumplían con lo que se esperaba de ellos, inmediatamentese les degradaba. Pronto se fueron pareciendo tanto a losmiembros de las SS y a los guardianes de los campos que se lespodría juzgar desde una perspectiva psicológica similar.
Selección activa y pasiva

Es muy fácil para el que no ha estado nunca en un campo deconcentración hacerse una idea equivocada de la vida en él, ideaen la que piedad y simpatía aparecen mezcladas, sobre todo al noconocer prácticamente nada de la dura lucha por la existencia queprecisamente en los campos más pequeños se libraba entre losprisioneros, del combate inexorable por el pan de cada día y porla propia vida, por el bien de uno mismo y por la propia vida, porel bien de uno mismo y por el de un buen amigo. Pongamos comoejemplo las veces en que oficialmente se anunciaba que se iba atrasladar a unos cuantos prisioneros a un campo deconcentración, pero no era muy difícil adivinar que el destino finalde todos ellos sería sin duda la cámara de gas. Se seleccionaba alos más enfermos o agotados, incapaces de trabajar, y se lesenviaba a alguno de los campos centrales equipados con cámarasde gas y crematorios. El proceso de selección era la señal parauna abierta lucha entre los compañeros o entre un grupo contraotro. Lo único que importaba es que el nombre de uno o el delamigo fuera tachado de la lista de las víctimas aunque todossabían que por cada hombre que se salvaba se condenaba a otro.En cada traslado tenía que haber un número determinado depasajeros, quien fuera no importaba tanto, puesto que cada unode ellos no era más que un número y así era como constaban enlas listas. Al entrar en el campo se les quitaban todos losdocumentos y objetos personales (al menos ése era el métodoseguido en Auschwitz), por consiguiente cada prisionero tenía laoportunidad de adoptar un nombre o una profesión falsos y locierto es que por varias razones muchos lo hacían. A lasautoridades lo único que les importaba eran los números de losprisioneros; muchas veces estos números se tatuaban en la piely, además, había que llevarlos cosidos en determinada parte delos pantalones, de la chaqueta o del abrigo. A ningún guardiánque quisiera llevar una queja sobre un prisionero —casi siemprepor "pereza"— se le hubiera ocurrido nunca preguntarle sunombre; no tenía más que echar una ojeada al número (¡y cómotemíamos esas miradas por las posibles consecuencias!) yanotarlo en su libreta.

Volvamos al convoy a punto de partir. No había tiempo paraconsideraciones morales o éticas, ni tampoco el deseo dehacerlas. Un solo pensamiento animaba a los prisioneros:mantenerse con vida para volver con la familia que los esperabaen casa y salvar a sus amigos; por consiguiente, no dudaban niun momento en arreglar las cosas para que otro prisionero, otro"numero", ocupara su puesto en la expedición.

De lo expuesto hasta ahora se desprende que el proceso paraseleccionar a los "capos" era de tipo negativo; para este trabajose elegía únicamente a los más brutales (aunque había algunasfelices excepciones). Además de la selección de los "capos", quecorría a cargo de las SS y que era de tipo activo, se daba unaespecie de proceso continuado de autoselección pasiva entretodos los prisioneros. Por lo general, sólo se mantenían vivosaquellos prisioneros que tras varios años de dar tumbos de campoen campo, habían perdido todos sus escrúpulos en la lucha por laexistencia; los que estaban dispuestos a recurrir a cualquiermedio, fuera honrado o de otro tipo, incluidos la fuerza bruta, elrobo, la traición o lo que fuera con tal de salvarse. Los que hemosvuelto de allí gracias a multitud de casualidades fortuitas omilagros —como cada cual prefiera llamarlos— lo sabemos bien:los mejores de entre nosotros no regresaron.

El informe del prisionero n.° 119.104: ensayo psicológicoEste relato trata de mis experiencias como prisionero común,pues es importante que diga, no sin orgullo, que yo no estuvetrabajando en el campo como psiquiatra, ni siquiera comomédico, excepto en las últimas semanas. Unos pocos de miscolegas fueron lo bastante afortunados como para estarempleados en los rudimentarios puestos de primeros auxiliosaplicando vendajes hechos de tiras de papel de desecho. Yo eraun prisionero más, el número 119.104, y la mayor parte deltiempo estuve cavando y tendiendo traviesas para el ferrocarril.

En una ocasión mi trabajo consistió en cavar un túnel, sin ayuda,para colocar una cañería bajo una carretera. Este hecho no quedósin recompensa, y así justamente antes de las Navidades de 1944me encontré con el regalo de los llamados "cupones de premio",de parte de la empresa constructora a la que prácticamentehabíamos sido vendidos como esclavos: la empresa pagaba a lasautoridades del campo un precio fijo por día y prisionero. Loscupones costaban a la empresa 50 Pfenning cada uno y podíancanjearse por seis cigarrillos, muchas veces varias semanasdespués, si bien a menudo perdían su validez. Me convertí así enel orgulloso propietario de dos cupones por valor de docecigarrillos, aunque lo más importante era que los cigarrillos sepodían cambiar por doce raciones de sopa y esta sopa podía serun verdadero respiro frente a la inanición durante dos semanas.El privilegio de fumar cigarrillos le estaba reservado a los "capos",que tenían asegurada su cuota semanal de cupones; o quizás alprisionero que trabajaba como capataz en un almacén o en untaller y recibía cigarrillos a cambio de realizar tareas peligrosas.Las únicas excepciones eran las de aquellos que habían perdido lavoluntad de vivir y querían "disfrutar" de sus últimos días. Demodo que cuando veíamos a un camarada fumar sus propioscigarrillos en vez de cambiarlos por alimentos, ya sabíamos quehabía renunciado a confiar en su fuerza para seguir adelante yque, una vez perdida la voluntad de vivir, rara vez se recobraba.Lo que realmente importa ahora es determinar el verdaderosentido de esta empresa. Muchos recuentos y datos sobre loscampos de concentración ya están en los archivos. En estaocasión, los hechos se considerarán significativos en cuantoformen parte de la experiencia humana. Lo que este ensayointenta describir es la naturaleza exacta de dichas experiencias;para los que estuvieron internados en aquellos campos se trata deexplicar estas experiencias a la luz de los actuales conocimientosy a los que nunca estuvieron dentro puede ayudarles aaprehender y, sobre todo a entender, las experiencias por las queatravesaron ese porcentaje excesivamente reducido de losprisioneros supervivientes y su peculiar y, desde el punto de vistade la psicología, totalmente nueva actitud frente a la vida. Estosantiguos prisioneros suelen decir: "No nos gusta hablar denuestras experiencias. Los que estuvieron dentro no necesitan deestas explicaciones y los demás no entenderían ni cómo nossentimos entonces ni cómo nos sentimos ahora."

Es difícil intentar una presentación metódica del tema, ya quela psicología exige un cierto distanciamiento científico. ¿Pero esque el hombre que hace sus observaciones mientras estáprisionero puede tener ese distanciamiento necesario? Sólo losque son ajenos al caso pueden garantizarlo, pero es mucha sulejanía para que lo que puedan decir sea realmente válido.

Únicamente el que ha estado dentro sabe lo que pasó, aunque susjuicios tal vez no sean del todo objetivos y sus estimaciones seanquizá desproporcionadas al faltarle ese distanciamiento. Espreciso hacer lo imposible para no caer en la parcialidad personal,y ésta es la gran dificultad que encierra este tipo de obras: aveces se hará necesario tener valor para contar experiencias muyíntimas. El auténtico peligro de un ensayo psicológico de este tipono estriba en la posibilidad de que reciba un tono personal, sinoen que reciba un tinte tendencioso.

Dejaré a otros la tarea de decantar hasta la impersonalidad loscontenidos de este libro al objeto de obtener teorías objetivas apartir de experiencias subjetivas, que puedan suponer unaaportación a la psicología o psicopatología de la vida encautiverio, investigada después de la primera guerra mundial, yque nos hizo conocer el síndrome de la "enfermedad de laalambrada de púas". Debemos a la segunda guerra mundial elhaber enriquecido nuestros conocimientos sobre la "psicopatologíade las masas" (si puedo citar esta variante de la conocida fraseque es el título de un libro de LeBon), al regalarnos la guerra denervios y la vivencia única e inolvidable de los campos deconcentración.
Llegado a este punto desearía hacer una observación. En unprincipio traté de escribir este libro de manera anónima,utilizando tan solo mi número de prisionero. A ello me impulsó miaversión al exhibicionismo. Una vez terminado el manuscritocomprendí que el anonimato le haría perder la mitad de su valor,ya que la valentía de la confesión eleva el valor de los hechos.Decidí expresar mis convicciones con franqueza, y por esta razónme abstuve de suprimir algunos de los pasajes, venciendo inclusomi desagrado hacia el exhibicionismo.PRIMERA FASE: INTERNAMIENTO EN EL CAMPOAl examinar e intentar ordenar la gran cantidad de materialrecogido como resultado de las numerosas observaciones yexperiencias de los prisioneros, cabe distinguir tres fases en lasreacciones mentales de los internados en un campo deconcentración: la fase que sigue a su internamiento, la fase de laauténtica vida en el campo y la fase siguiente a su liberación.

Estación Auschwitz

El síntoma que caracteriza la primera fase es el shock. Bajociertas condiciones el shock puede incluso preceder a la admisiónformal del prisionero en el campo. Ofreceré, como ejemplo, lascircunstancias de mi propio internamiento.

Unas 1500 personas estuvimos viajando en tren varios díascon sus correspondientes noches; en cada vagón éramos unos 80.

Todos teníamos que tendernos encima de nuestro equipaje, lopoco que nos quedaba de nuestras pertenencias. Los cochesestaban tan abarrotados que sólo quedaba libre la parte superiorde las ventanillas por donde pasaba la claridad gris del amanecer.Todos creíamos que el tren se encaminaba hacia una fábrica demuniciones en donde nos emplearían como fuerza salarial. Nosabíamos dónde nos encontrábamos ni si todavía estábamos enSilesia o ya habíamos entrado en Polonia. El silbato de lalocomotora tenía un sonido misterioso, como si enviara un gritode socorro en conmiseración del desdichado cargamento que ibadestinado a la perdición. Entonces el tren hizo una maniobra, nosacercábamos sin duda a una estación principal. Y, de pronto, ungrito se escapó de los angustiados pasajeros: "¡Hay una señal,Auschwitz!" Su solo nombre evocaba todo lo que hay de horribleen el mundo: cámaras de gas, hornos crematorios, matanzasindiscriminadas. El tren avanzaba muy despacio, se diría queestaba indeciso, como si quisiera evitar a sus pasajeros, cuantofuera posible, la atroz constatación: ¡Auschwitz! A medida que ibaamaneciendo se hacían visibles los perfiles de un inmenso campo:la larga extensión de la cerca de varias hileras de alambradaespinosa; las torres de observación; los focos y las interminablescolumnas de harapientas figuras humanas, pardas a la luzgrisácea del amanecer, arrastrándose por los desolados camposhacia un destino desconocido. Se oían voces aisladas y silbatos demando, pero no sabíamos lo que querían decir. Mi imaginación mellevaba a ver horcas con gente colgando de ellas. Me estremecí dehorror, pero no andaba muy desencaminado, ya que paso a pasonos fuimos acostumbrando a un horror inmenso y terrible.

A su debido tiempo entramos en la estación. El silencio inicialfue interrumpido por voces de mando: a partir de entoncesíbamos a escuchar aquellas voces ásperas y chillonas una y otravez, en todos los campos. Sonaban igual que el último grito deuna víctima, y sin embargo había cierta diferencia: eran roncas,cortantes, como si vinieran de la garganta de un hombre quetuviera que estar gritando así sin parar, un hombre al queasesinaran una y otra vez... Las portezuelas del vagón se abrieronde golpe y un pequeño destacamento de prisioneros entróalborotando. Llevaban uniformes rayados, tenían la cabezaafeitada, pero parecían bien alimentados. Hablaban en todas laslenguas europeas imaginables y todos parecían conservar ciertohumor, que bajo tales circunstancias sonaba grotesco. Como elhombre que se ahoga y se agarra a una paja, mi innatooptimismo (que tantas veces me había ayudado a controlar missentimientos aun en las situaciones más desesperadas) se aferróa este pensamiento: los prisioneros tienen buen aspecto, parecenestar de buen humor, incluso se ríen, ¿quién sabe? Tal vezconsiga compartir su favorable posición.
Hay en psiquiatría un estado de ánimo que se conoce como la"ilusión del indulto", según el cual el condenado a muerte, en elinstante antes de su ejecución, concibe la ilusión de que leindultarán en el último segundo. También nosotros nosagarrábamos a los jirones de esperanza y hasta el últimomomento creímos que no todo sería tan malo. La sola vista de lasmejillas sonrosadas y los rostros redondos de aquellos prisionerosresultaba un gran estímulo. Poco sabíamos entonces quecomponían un grupo especialmente seleccionado que duranteaños habían sido el comité de recepción de las nuevasexpediciones de prisioneros que llegaban a la estación un día trasotro. Se hicieron cargo de los recién llegados y de su equipaje,incluidos los escasos objetos personales y las alhajas decontrabando. Auschwitz debe haber sido un extraño lugar enaquella Europa de los últimos años de la guerra, un lugar repletode tesoros inmensos en oro y plata, platino y diamantes,depositados en sus enormes almacenes, sin contar los queestaban en manos de las SS.

A la espera de trasladarlos a otros campos más pequeños,metieron a 1100 prisioneros en una barraca construida paraalbergar probablemente a unas doscientas personas comomáximo. Teníamos hambre y frío y no había espacio suficiente nipara sentarnos en cuclillas en el suelo desnudo, no digamos yapara tendernos. Durante cuatro días, nuestro único alimentoconsistió en un trozo de pan de unos 150 gramos. Pero yo oí a losprisioneros más antiguos que estaban a cargo de la barracaregatear, con uno de los componentes del comité de recepción,por un alfiler de corbata de platino y diamantes. Al final, la mayorparte de las ganancias se convertían en tragos de aguardiente. Nome acuerdo ya de cuántos miles de marcos se necesitaban paracomprar la cantidad de Schnaps necesaria para pasar una "tardealegre", pero sí sé que los prisioneros veteranos necesitaban esostragos. ¿Quién podría culparles de tratar de drogarse bajo talescircunstancias? Había otro grupo de prisioneros que conseguíanaguardiente de las SS casi sin limitación alguna: eran los hombresque trabajaban en las cámaras de gas y en los crematorios y quesabían muy bien que cualquier día serían relevados por otraremesa y tendrían que dejar su obligado papel de ejecutores paraconvertirse en víctimas.

La primera selección

Creo que todos los que formaban parte de nuestra expediciónvivían con la ilusión de que seríamos liberados, de que, al final,todo iba a salir muy bien. No nos dábamos cuenta del significadoque encerraba la escena que expongo a continuación. Hasta latarde no comprendimos su sentido. Nos dijeron que dejáramosnuestro equipaje en el tren y que formáramos dos filas, una demujeres y otra de hombres, y que desfiláramos ante un oficial delas SS. Por sorprendente que parezca, tuve el valor de escondermi macuto debajo del abrigo. Uno a uno, los hombres pasamosante el oficial. Me daba cuenta del peligro que corría si el oficiallocalizaba mi saco. Lo menos que haría sería derribarme al suelode una bofetada; lo sabía por propia experiencia. Instintivamente,al irme aproximando a él me enderecé de modo que no se dieracuenta de mi pesada carga. Ahora lo tenía frente a frente. Era unhombre alto y delgado y llevaba un uniforme impecable que lesentaba perfectamente. ¡Qué contraste con nosotros, todos suciosy mugrientos después de tan largo viaje! Había adoptado unaactitud de aparente descuido sujetándose el codo derecho con lamano izquierda. Ninguno de nosotros tenía la más remota ideadel siniestro significado que se ocultaba tras aquel pequeñomovimiento de su dedo que señalaba unas veces a la izquierda yotras a la derecha, pero sobre todo a la derecha.

Tocaba mi turno. Alguien me susurró que si nos enviaban a laderecha ("desde el punto de vista del espectador") significabatrabajos forzados, mientras que la dirección a la izquierda erapara los enfermos e incapaces de trabajar, a quienes enviaban aotro campo. No podía hacer otra cosa que dejar que las cosassiguieran su curso, como así sería a partir de entonces muchasveces más. El macuto me pesaba y me obligaba a ladearme haciala izquierda, pero hice un esfuerzo para caminar erguido. Elhombre de las SS me miró de arriba abajo y pareció dudar;después puso sus dos manos sobre mis hombros. Intenté contodas mis fuerzas parecer distinguido: me hizo girar hasta quequedé frente al lado derecho y seguí andando en aquelladirección.

Por la tarde nos explicaron la significación del juego del dedo.Se trataba de la primera selección, el primer veredicto sobrenuestra existencia o no existencia. Para la gran mayoría deaquella expedición, cerca de un 90%, significó la muerte; lasentencia se ejecutó en las horas siguientes. Los que fueronenviados hacia la izquierda marcharon directamente desde laestación al crematorio. Dicho edificio, según me contó unprisionero que trabajaba allí, tenía escrito sobre sus puertas envarios idiomas europeos, la palabra "baño". Al entrar, a cadaprisionero se le entregaba una pastilla de jabón y después..., perogracias a Dios no necesito relatar lo que sucedía después. Muchoshan escrito ya sobre tanto horror. Los que nos habíamos salvado,la minoría de nuestra expedición, supo aquella tarde la verdad.Pregunté a los prisioneros que llevaban allí algún tiempo a dóndepodrían haber enviado a mi amigo y colega P."¿Lo mandaron hacia la izquierda?""Sí", repliqué."Entonces puede verle allí", me dijeron."¿Dónde?" La mano señalaba la chimenea que había a unoscuantos cientos de yardas y que arrojaba al cielo gris de Poloniauna llamarada de fuego que se disolvía en una siniestra nube dehumo.
"Allí es donde está su amigo, elevándose hacia el cielo", fue surespuesta. Pero entonces todavía no comprendía lo que queríadecir hasta que me revelaron la verdad con toda su crudeza.Pero me estoy adelantando al contar las cosas. Desde unpunto de vista psicológico, teníamos un largo, muy largo, caminopor delante desde que pusimos el pie en la estación hasta nuestraprimera noche en el campo. Escoltados por los guardias de las SSque iban cargados con pesados fusiles, nos hicieron recorrer apaso ligero el camino que desde la estación atravesaba laalambrada electrificada y el campo, hasta llegar al pabellón dedesinfección; para aquellos de nosotros que habíamos pasado laprimera selección, fue un auténtico baño. Una vez más se vioconfirmada nuestra ilusión de salvarnos. Los hombres de las SSparecían casi casi encantadores. Pronto supimos por qué: eranamables con nosotros mientras teníamos nuestros relojes depulsera y nos podían persuadir, en todos los tonos y maneras,para que se los entregáramos. ¿Acaso no habíamos perdido yatodo lo que poseíamos? ¿Por qué no habíamos de dar nuestroreloj a aquellas personas relativamente agradables? Tal vez algúndía nos lo devolverían con creces.

Desinfección

Esperamos en un cobertizo que parecía ser la antesala de lacámara de desinfección. Los hombres de las SS aparecieron yextendieron unas mantas sobre las que teníamos que echar todolo que llevábamos encima: relojes y joyas. Todavía había entrenosotros unos cuantos ingenuos que preguntaron, para regocijode los más avezados que actuaban de ayudantes, si no podíanconservar su anillo de casados, una medalla o algún amuleto deoro. Nadie podía aceptar todavía el hecho de que todo,absolutamente todo, se lo llevarían. Intenté ganarme la confianzade uno de los prisioneros de más edad. Acercándome a élfurtivamente, señalé el rollo de papel en el bolsillo interior de michaqueta y dije: "Mira, es el manuscrito de un libro científico. Yasé lo que vas a decir: que debo estar agradecido de salvar la vida,que eso es todo cuanto puedo esperar del destino. Pero no puedoevitarlo, tengo que conservar este manuscrito a toda costa:contiene la obra de mi vida. ¿Comprendes lo que quiero decir?"Sí, empezaba a comprender. Lentamente, en su rostro se fuedibujando una mueca, primero de piedad, luego se mostródivertido, burlón, insultante, hasta que rugió una palabra enrespuesta a mi pregunta, una palabra que siempre estabapresente en el vocabulario de los internados en el campo:"¡Mierda!" Y en ese momento toda la verdad se hizo patente antemí e hice lo que constituyó el punto culminante de la primera fasede mi reacción psicológica: borré de mi conciencia toda vidaanterior.

De pronto se produjo cierto revuelo entre mis compañeros deviaje, que hasta ese momento permanecían de pie con los rostrospálidos, asustados, debatiéndose sin esperanza. Otra vez oíamosgritar, dando órdenes, a aquellas voces roncas. A empujones, noscondujeron a la antesala inmediata a los baños. Allí nosagrupamos en torno a un hombre de las SS que esperó hasta quetodos hubimos llegado. Entonces dijo: "Os daré dos minutos ymediré el tiempo por mi reloj. En estos dos minutos osdesnudaréis por completo y dejaréis en el suelo, junto a vosotros,todas vuestras ropas. No podéis llevar nada con vosotros aexcepción de los zapatos, el cinturón, las gafas y, en todo caso, elbraguero. Empiezo a contar: ¡ahora!"Con una rapidez impensable, la gente se fue desnudando.Según pasaba el tiempo, cada vez se ponían más nerviosos ytiraban torpemente de su ropa interior, sin acertar con loscinturones ni con los cordones de los zapatos. Fue entoncescuando oímos los primeros restallidos del látigo; las correas decuero azotaron los cuerpos desnudos. A continuación nosempujaron a otra habitación para afeitarnos: no se conformaronsolamente con rasurar nuestras cabezas, sino que no dejaron niun solo pelo en nuestros cuerpos. Seguidamente pasamos a lasduchas, donde nos volvieron a alinear. A duras penas nosreconocimos; pero, con gran alivio, algunos constataban que delas duchas salía agua de verdad...

Nuestra única posesión: la existencia desnuda

Mientras esperábamos a ducharnos, nuestra desnudez se noshizo patente: nada teníamos ya salvo nuestros cuerpos mondos ylirondos (incluso sin pelo); literalmente hablando, lo único queposeíamos era nuestra existencia desnuda. ¿Qué otra cosa nosquedaba que pudiera ser un nexo material con nuestra existenciaanterior? Por lo que a mí se refiere, tenía mis gafas y mi cinturón,que posteriormente hube de cambiar por un pedazo de pan. A losque tenían braguero les estaba reservada todavía una pequeñasorpresa más. Por la tarde, el prisionero veterano que estaba acargo de nuestro barracón nos dio la bienvenida con un discursitoen el que nos aseguró bajo su palabra de honor que,personalmente, colgaría "de aquella viga" —y señaló hacia ella— acualquiera que hubiera cosido dinero o piedras preciosas a subraguero. Y orgullosamente explicó que, como veterano que era,las leyes del campo le daban derecho a hacerlo.

Con los zapatos hubo también sus más y sus menos. Aunquese suponía que los conservaríamos, los que poseían un par mediodecente tuvieron que entregarlos y, a cambio, les dieron otroszapatos que no les servían. Pero los que estaban en verdaderadificultad eran los prisioneros que habían seguido el consejoaparentemente bien intencionado que les dieron (en la antesala)los prisioneros veteranos y habían cortado las botas altas yuntado después jabón en los bordes para ocultar el sabotaje. Loshombres de las SS parecían estar esperándolo. Todos lossospechosos de tal delito pasaron a una pequeña habitacióncontigua. Al cabo de un rato volvimos a oír los azotes del látigo ylos gritos de los hombres torturados. Esta vez el castigo duróbastante tiempo.

Las primeras reacciones
Las ilusiones que algunos de nosotros conservábamos todavíalas fuimos perdiendo una a una; entonces, casi inesperadamente,muchos de nosotros nos sentimos embargados por un humormacabro. Supimos que nada teníamos que perder como no fuerannuestras vidas tan ridículamente desnudas. Cuando las duchasempezaron a correr, hicimos de tripas corazón e intentamosbromear sobre nosotros mismos y entre nosotros. ¡Después detodo sobre nuestras espaldas caía agua de verdad!...
Aparte de aquella extraña clase de humor, otra sensación seapoderó de nosotros: la curiosidad. Yo había experimentado yaantes este tipo de curiosidad como reacción fundamental anteciertas circunstancias extrañas. Cuando en una ocasión estuve apunto de perder la vida en un accidente de montañismo, en elmomento crítico, durante segundos (o tal vez milésimas desegundo) sólo tuve una sensación: curiosidad, curiosidad sobre sisaldría con vida o con el cráneo fracturado o cualquier otropercance.

Una fría curiosidad era lo que predominaba incluso enAuschwitz, algo que separaba la mente de todo lo que la rodeabay la obligaba a contemplarlo todo con una especie de objetividad.Al llegar a este punto, cultivábamos este estado de ánimo comomedida de protección. Estábamos ansiosos por saber lo quesucedería a continuación y qué consecuencias nos traería, porejemplo, estar de pie a la intemperie, en el frío de finales deotoño, completamente desnudos y todavía mojados por el aguade la ducha. A los pocos días nuestra curiosidad se tornó ensorpresa, la sorpresa de ver que no nos habíamos resfriado.

A los recién llegados nos estaban reservadas todavía muchassorpresas de este tipo. Los médicos que había en nuestro grupofuimos los primeros en aprender que los libros de texto mienten.En alguna parte se ha dicho que si no duerme un determinadonúmero de horas, el hombre no puede vivir. ¡Mentira! Yo habíavivido convencido de que existían unas cuantas cosas quesencillamente no podía hacer: no podía dormir sin esto, o nopodía vivir sin aquello. La primera noche en Auschwitz dormimosen literas de tres pisos. En cada litera (que medíaaproximadamente 2 X 2,5 m) dormían nueve hombres,directamente sobre los tablones. Para cada nueve había dosmantas. Claro está que sólo podíamos tendernos de costado,apretujados y amontonados los unos contra los otros, lo que teníaciertas ventajas a causa del frío que penetraba hasta los huesos.

Aunque estaba prohibido subir los zapatos a las literas, algunoslos utilizaban como almohadas a pesar de estar cubiertos de lodo.Si no, la cabeza de uno tenía que descansar en el pliegue de unbrazo casi dislocado. Y aún así, el sueño venía y traía olvido yalivio al dolor durante unas pocas horas.

Me gustaría mencionar algunas sorpresas más acerca de loque éramos capaces de soportar: no podíamos limpiarnos losdientes y, sin embargo y a pesar de la fuerte carencia vitamínica,nuestras encías estaban más saludables que antes. Teníamos quellevar la misma camisa durante medio año, hasta que perdía laapariencia de tal. Pasaban muchos días seguidos sin lavarnos nisiquiera parcialmente, porque se helaban las cañerías de agua y,sin embargo, las llagas y heridas de las manos sucias por eltrabajo de la tierra no supuraban (es decir, a menos que secongelaran). O, por ejemplo, aquel que tenía el sueño ligero y alque molestaba el más mínimo ruido en la habitación contigua, seacostaba ahora apretujado junto a un camarada que roncabaruidosamente a pocas pulgadas de su oído y, sin embargo, dormíaprofundamente a pesar del ruido. Si alguien nos preguntara sobrela verdad de la afirmación de Dostoyevski que aseguraterminantemente que el hombre es un ser que puede ser utilizadopara cualquier cosa, contestaríamos: "Cierto, para cualquier cosa,pero no nos preguntéis cómo".

¿“Lanzarse contra la alambrada''?

Nuestro ensayo psicológico no nos ha llevado tan lejostodavía; ni tampoco nosotros los prisioneros estábamos entoncesen condiciones de saberlo. Aún nos hallábamos en la primera fasede nuestras reacciones psicológicas. Lo desesperado de lasituación, la amenaza de la muerte que día tras día, hora trashora, minuto tras minuto se cernía sobre nosotros, la proximidadde la muerte de otros —la mayoría— hacía que casi todos, aunquefuera por breve tiempo, abrigasen el pensamiento de suicidarse.Fruto de las convicciones personales que más tarde mencionaré,la primera noche que pasé en el campo me hice a mí mismo lapromesa de que no "me lanzaría contra la alambrada". Esta era lafrase que se utilizaba en el campo para describir el método desuicidio más popular: tocar la cerca de alambre electrificada. Estadecisión negativa de no lanzarse contra la alambrada no era difícilde tomar en Auschwitz. Ni tampoco tenía objeto alguno elsuicidarse, ya que para el término medio de los prisioneros, lasexpectativas de vida, consideradas objetivamente y aplicando elcálculo de probabilidades, eran muy escasas. Ninguno de nosotrospodía tener la seguridad de aspirar a encontrarse en el pequeñoporcentaje de hombres que sobrevivirían a todas las selecciones.En la primera fase del shock, el prisionero de Auschwitz no temíala muerte. Pasados los primeros días, incluso las cámaras de gasperdían para él todo su horror; al fin y al cabo, le ahorraban elacto de suicidarse.

Compañeros a quienes he encontrado más tarde me hanasegurado que yo no fui uno de los más deprimidos tras el shockdel internamiento. Recuerdo que me limité a sonreír y, muysinceramente, cuando ocurrió este episodio la mañana siguiente anuestra primera noche en Auschwitz. A pesar de las órdenesestrictas de no salir de nuestros barracones, un colega que habíallegado a Auschwitz unas semanas antes se coló en el nuestro.Quería calmarnos y tranquilizarnos y nos contó algunas cosas.Había adelgazado tanto que, al principio, no le reconocí. Con untinte de buen humor y una actitud despreocupada nos dio unoscuantos consejos apresurados:

"¡No tengáis miedo! ¡No temáis las selecciones! El Dr. M. (jefesanitario de las SS) tiene cierta debilidad por los médicos." (Estoera falso; las amables palabras de mi amigo no correspondían a laverdad. Un prisionero de unos 60 años, médico de un bloque debarracones, me contó que había suplicado al Dr. M. para queliberara a su hijo que había sido destinado a la cámara de gas. ElDr. M. rehusó fríamente ayudarle.)"Pero una cosa os suplico, continuó, que os afeitéis a diario,completamente si podéis, aunque tengáis que utilizar un trozo devidrio para ello... aunque tengáis que desprenderos del últimopedazo de pan. Pareceréis más jóvenes y los arañazos harán quevuestras mejillas parezcan más lozanas. Si queréis mantenerosvivos sólo hay un medio: aplicaros a vuestro trabajo. Si algunavez cojeáis, si, por ejemplo, tenéis una pequeña ampolla en eltalón, y un SS lo ve, os apartará a un lado y al día siguientepodéis asegurar que os mandará a la cámara de gas. ¿Sabéis aquién llamamos aquí un "musulmán"? Al que tiene un aspectomiserable, por dentro y por fuera, enfermo y demacrado y esincapaz de realizar trabajos duros por más tiempo: ése es un"musulmán". Más pronto o más tarde, por regla general máspronto, el "musulmán" acaba en la cámara de gas. Así querecordad: debéis afeitaros, andar derechos, caminar con gracia, yno tendréis por qué temer al gas. Todos los que estáis aquí, auncuando sólo haga 24 horas, no tenéis que temer al gas, exceptoquizás tú." Y entonces señalando hacia mí, dijo: "Espero que note importe que hable con franqueza." Y repitió a los demás: "Detodos vosotros él es el único que debe temer la próxima selección.Así que no os preocupéis." Y yo sonreí. Ahora estoy convencido deque cualquiera en mi lugar hubiera hecho lo mismo aquel día.Fue Lessing quien dijo en una ocasión: "Hay cosas que debenhaceros perder la razón, o entonces es que no tenéis ningunarazón que perder." Ante una situación anormal, la reacciónanormal constituye una conducta normal. Aún nosotros, lospsiquiatras, esperamos que los recursos de un hombre ante unasituación anormal, como la de estar internado en un asilo, seananormales en proporción a su grado de normalidad. La reacciónde un hombre tras su internamiento en un campo deconcentración representa igualmente un estado de ánimoanormal, pero juzgada objetivamente es normal y, como mástarde demostraré, una reacción típica dadas las circunstancias.

SEGUNDA FASE: LA VIDA EN EL CAMPO

Apatía

Las reacciones descritas empezaron a cambiar a los pocosdías. El prisionero pasaba de la primera a la segunda fase, unafase de apatía relativa en la que llegaba a una especie de muerteemocional. Aparte de las emociones ya descritas, el prisionerorecién llegado experimentaba las torturas de otras emociones másdolorosas, todas las cuales intentaba amortiguar. La primera detodas era la añoranza sin límites de su casa y de su familia. Aveces era tan aguda que simplemente se consumía de nostalgia.Seguía después la repugnancia que le producía toda la fealdadque le rodeaba, incluso en las formas externas más simples.A muchos de los prisioneros se les entregaba un uniformeandrajoso que, por comparación, hubiera hecho parecer elegantea un espantapájaros. Entre los barracones del campo no habíanada más que barro y cuanto más se trabajaba para eliminarlomás se hundía uno en él. Una de las prácticas favoritas consistíaen destacar a un recién llegado en el grupo encargado de limpiarlas letrinas y retirar los excrementos. Si, como solía suceder,parte de éstos le salpicaba la cara al trasladarlos entre losdesniveles del campo, cualquier signo de asco por parte delprisionero o la intención de quitarse la porquería de la caramerecía cuando menos un latigazo por parte del "capo", indignadoante la "delicadeza" del prisionero. De esta forma se aceleraba lamortificación ante las reacciones normales.

Al principio, el prisionero volvía la cabeza ante las marchas decastigo de otros grupos; no podía soportar la contemplación desus compañeros yendo arriba y abajo durante horas, hundidos enel fango, acompañadas las órdenes de golpes. Unos días o unassemanas después, las cosas cambiaban. Por la mañana temprano,cuando todavía estaba oscuro, el prisionero se plantaba frente ala puerta, junto con su destacamento, listo para marchar. Oía ungrito y veía tirar a golpes al suelo a un camarada; se volvía aponer de pie y nuevamente le volvían a derribar al suelo. ¿Y todopor qué? Tenía fiebre, pero se había presentado a la enfermeríaen un momento inoportuno. Le castigaban por tratar de zafarsede sus deberes de esta forma irregular.
El prisionero que se encontraba ya en la segunda fase de susreacciones psicológicas no apartaba la vista. Al llegar a ese punto,sus sentimientos se habían embotado y contemplaba impasibletales escenas. Otro ejemplo: cuando ese mismo prisionero estabapor la tarde esperando ante la enfermería con la esperanza deque le concederían dos días de trabajos ligeros dentro del campoa causa de sus heridas o quizás por el edema o la fiebre,observaba impertérrito cómo era arrastrado un muchacho de 12años para el que no había ya zapatos en el campo y le habíanobligado a estar en posición firme durante horas bajo la nieve o atrabajar a la intemperie con los pies desnudos. Se le habíancongelado los dedos y el médico le arrancaba los negros muñonesgangrenados con tenazas, uno por uno. Asco, piedad y horroreran emociones que nuestro espectador no podía sentir ya. Losque sufrían, los enfermos, los agonizantes y los muertos erancosas tan comunes para él tras unas pocas semanas en el campoque no le conmovían en absoluto.

Estuve algún tiempo en un barracón cuidando a los enfermosde tifus; los delirios eran frecuentes, pues casi todos los pacientesestaban agonizando. Apenas acababa de morir uno de ellos y yocontemplaba sin ningún sobresalto emocional la siguiente escena,que se repetía una y otra vez con cada fallecimiento. Uno poruno, los prisioneros se acercaban al cuerpo todavía caliente de sucompañero. Uno agarraba los restos de las hediondas patatas dela comida del mediodía, otro decidía que los zapatos de maderadel cadáver eran mejores que los suyos y se los cambiaba. Otrohacía lo mismo con el abrigo del muerto y otro se contentaba conagenciarse —¡Imagínense qué cosa!— un trozo de cuerdaauténtica. Y todo esto yo lo veía impertérrito, sin conmoverme lomás mínimo. Pedía al "enfermo" que retirara el cadáver. Cuandose decidía a hacerlo, lo cogía por las piernas, dejaba que sedeslizara al estrecho pasillo entre las dos hileras de tablas queconstituían las camas de los cincuenta enfermos de tifus y loarrastraba por el desigual suelo de tierra hasta la puerta. Los dosescalones que había que subir para salir al aire libre siempreconstituían un problema para nosotros, que estábamos exhaustospor falta de alimentación.
Tras unos cuantos meses de estanciaen el campo, éramos incapaces de subir las escaleras sinagarrarnos a la puerta para darnos impulso. El hombre quearrastraba el cadáver se acercaba a los escalones. A duras penaspodía subir él; a continuación tenía que izar el cadáver: primerolos pies, luego el tronco y finalmente —con un ruido extraño— lacabeza del muerto subía botando los dos escalones. Acto seguidonos distribuían la ración diaria de sopa. Mi sitio estaba en la parteopuesta del barracón, cerca de la pequeña y única ventana,situada casi a ras del suelo. Mientras mis frías manos agarrabanla taza de sopa caliente de la que yo sorbía con avidez, mirabapor la ventana. El cadáver que acababan de llevarse me estabamirando con sus ojos vidriosos; sólo dos Horas antes había estadohablando con aquel hombre. Yo seguía sorbiendo mi sopa. Si mifalta de emociones no me hubiera sorprendido desde el punto devista del interés profesional, ahora no recordaría este incidente,tal era el escaso sentimiento que en mí despertaba.
Lo que hace daño
La apatía, el adormecimiento de las emociones y elsentimiento de que a uno no le importaría ya nunca nada eran lossíntomas que se manifestaban en la segunda etapa de lasreacciones psicológicas del prisionero y lo que, eventualmente, lehacían insensible a los golpes diarios, casi continuos. Gracias aesta insensibilidad, el prisionero se rodeaba en seguida de uncaparazón protector muy necesario. Los golpes se producían a lamínima provocación y algunas veces sin razón alguna. Porejemplo: el pan se repartía en el lugar donde trabajábamos yteníamos que ponernos en fila para obtenerlo. En una ocasión, elque estaba detrás de mí se corrió ligeramente hacia un lado yesta mínima falta de simetría desagradó al guardián de las SS. Yono sabía lo que ocurría en la fila detrás de mí, ni lo que pasabapor la mente del guardia, pero, de pronto, recibí dos fuertesgolpes en la cabeza. Sólo entonces me di cuenta de que a mi ladohabía un guardia y que estaba usando su vara. En talesmomentos no es ya el dolor físico lo que más nos hiere (y esto seaplica tanto a los adultos como a los niños); es la agonía mentalcausada por la injusticia, por lo irracional de todo aquello.

Por extraño que parezca, un golpe que incluso no acierte adar, puede, bajo ciertas circunstancias, herirnos más que uno queatine en el blanco. Una vez estaba de pie junto a la vía delferrocarril bajo una tormenta de nieve. A pesar del temporalnuestra cuadrilla tenía que seguir trabajando. Trabajé conbastante ahínco, repasando la vía con grava, ya que era la únicaforma de entrar en calor. Durante unos breves instantes hice unapausa para tomar aliento y apoyarme sobre la pala. Pordesgracia, el guardia se dio entonces media vuelta y pensó que yoestaba holgazaneando. El dolor que me causó no fue por susinsultos o sus golpes. El guardia decidió que no valía la penagastar su tiempo en decir ni una palabra, ni lanzar un juramentocontra aquel cuerpo andrajoso y demacrado que tenía delante deél y que, probablemente, apenas le recordaba al de una figurahumana. En vez de ello, cogió una piedra alegremente y la lanzócontra mí. A mí, aquello me pareció una forma de atraer laatención de una bestia, de inducir a un animal doméstico a querealice su trabajo, una criatura con la que se tiene tan poco encomún que ni siquiera hay que molestarse en castigarla.

El insulto

El aspecto más doloroso de los golpes es el insulto queincluyen. En una ocasión teníamos que arrastrar unas cuantastraviesas largas y pesadas sobre las vías heladas. Si un hombreresbalaba, no sólo corría peligro él, sino todos los que cargaban lamisma traviesa. Un antiguo amigo mío tenía una cadera dislocadade nacimiento. Podía estar contento de trabajar a pesar deldefecto, ya que los que padecían algún defecto físico era casiseguro que los enviaban a morir en la primera selección. Mi amigose bamboleaba sobre el raíl con aquella traviesa especialmentepesada y estaba a punto de caerse y arrastrar a los demás con él.En aquel momento yo no arrastraba ninguna traviesa, así quesalté a ayudarle sin pararme a pensar. Inmediatamente sentí ungolpe en la espalda, un duro castigo, y me ordenaron regresar ami puesto. Unos pocos minutos antes el guardia que me golpeónos había dicho despectivamente que los "cerdos" como nosotrosno teníamos espíritu de compañerismo.

En otra ocasión y a una temperatura de menos de veintegrados centígrados empezamos a cavar el suelo del bosque, queestaba helado, para tender unas cañerías. Para entonces ya mehabía debilitado mucho físicamente. Vi venir a un capataz con susrechonchas mejillas sonrosadas. Su cara recordabainevitablemente la cabeza de un cerdo. Me fijé, con envidia, ensus cálidos guantes, mientras pensaba que nosotros teníamos quetrabajar con las manos desnudas y sin ninguna prenda de abrigo,como su chaqueta de cuero forrada de piel, bajo aquel frío tanintenso. Durante un momento me observó en silencio. Sentí quese mascaba la tragedia, ya que junto a mí tenía el montón detierra que mostraba exactamente lo poco que había cavado.Entonces: "Tú, cerdo, te vengo observando todo el tiempo. Yote enseñaré a trabajar. Espera a ver como cavas la tierra con losdientes, morirás como un animal. ¡En dos días habré acabadocontigo! No has debido dar golpe en toda tu vida. ¿Qué eras tú,puerco, un hombre de negocios?"Ya había dejado de importarme todo. Pero tenía que tomar enserio esta amenaza de muerte, así que saqué todas mis fuerzas yle miré directamente a los ojos: "Era médico especialista.""¿Qué? ¿Un médico? Apuesto a que les cobrabas un montón dedinero a tus pacientes."

"La verdad es que la mayor parte de mi trabajo lo hacía sincobrar nada, en las clínicas para pobres." Al llegar aquí,comprendí que había dicho demasiado. Se arrojó sobre mí y mederribó al suelo gritando como un energúmeno. No puedorecordar lo que gritaba.

Afortunadamente el "capo" de mi cuadrilla se sentía obligadohacia mí; sentía hacia mí cierta simpatía porque yo escuchaba sushistorias de amor y sus dificultades matrimoniales, que mecontaba en las largas caminatas a nuestro lugar de trabajo. Lehabía causado cierta impresión con mi diagnosis sobre su caráctery mi consejo psicoterapéutico. A partir de este momento meestaba agradecido y ello me fue de mucho valor. En ocasionesanteriores me había reservado un puesto junto a él en las cincoprimeras hileras de nuestro destacamento, que normalmentecomponían 280 hombres. Era un favor muy importante. Teníamosque alinearnos por la mañana muy temprano cuando todavíaestaba oscuro. Todo el mundo tenía miedo de llegar tarde y tenerque quedarse en las hileras de la cola. Si se necesitaban hombrespara hacer un trabajo desagradable, el jefe de los "capo" solíareclutar a los hombres que necesitaba de entre los de las últimasfilas. Estos hombres tenían que marchar lejos a otro tipo detrabajo, especialmente temido, a las órdenes de guardiasdesconocidos. De vez en cuando, el "capo" elegía a los hombresde las primeras cinco filas para sorprender a los que se pasabande listos. Todas las protestas y súplicas eran silenciadas con unoscuantos puntapiés que daban en el blanco y las víctimas de suelección eran llevadas al lugar de reunión a base de gritos ygolpes.

Ahora bien, mientras duraron las confesiones de mi "capo",nunca me sucedió eso a mí. Tenía garantizado un puesto de honorjunto a él, lo que comportaba además otra ventaja. Como casitodos los que estaban internados en el campo, yo padecía edemade hambre. Mis piernas estaban tan hinchadas y la piel tan tiranteque apenas podía doblar las rodillas. No podía atarme los zapatossi quería que cupieran en ellos mis pies hinchados. No hubieraquedado espacio para los calcetines aun cuando los hubieratenido. Mis pies parcialmente desnudos estaban siempre mojadosy los zapatos llenos de nieve. Ello me producía, naturalmente,congelaciones y sabañones. Cada paso que daba constituía unaverdadera tortura. Durante las largas marchas sobre los camposnevados se formaban en nuestros zapatos carámbanos de hielo.
Una y otra vez los hombres resbalaban y los que les seguíantropezaban y caían encima de ellos. Entonces la columna sedetenía unos momentos, no demasiados. Pronto entraba enacción uno de los guardias y golpeaba a los hombres con la culatade su rifle, haciendo que se levantaran rápidamente. Cuanto másadelantado se estuviera en la columna, menos probabilidadestenías de detenerte y de tener que recuperar después la distanciaperdida corriendo con los pies doloridos. ¡Qué agradecido debíasentirme por haber sido designado médico personal de su señoríael "capo" y por marchar en cabeza a un paso regular! Como pagoadicional a mis servicios, yo podía estar seguro de que mientrasen nuestro lugar de trabajo se repartiera un plato de sopa a lahora de comer, cuando llegara mi turno, él metería el cacillo hastael fondo del perol para pescar unas pocas habichuelas.

Este mismo "capo", que anteriormente había sido oficial delejército, se había atrevido a musitar al capataz, aquel que sehabía irritado conmigo, que me consideraba un trabajadorexcepcionalmente bueno. No es que esto me ayudara mucho,pero sí sirvió para salvarme la vida (una de las muchas veces quese salvaría). Al día siguiente del episodio con el capataz el "capo"me metió de contrabando en otra cuadrilla de trabajo.

Con este suceso, aparentemente trivial, quiero mostrar quehay momentos en que la indignación puede surgir incluso en unprisionero aparentemente endurecido, indignación no causada porla crueldad o el dolor, sino por el insulto al que va unido. Aquellavez, la sangre se me agolpó en la cabeza por verme obligado aescuchar a un hombre que juzgaba mi vida sin tener la másremota idea de cómo era yo, un hombre (debo confesarlo: laobservación que expongo seguidamente la hice a mis compañerosde prisión tras la escena, lo que me produjo un cierto alivioinfantil) "que parecía tan vulgar y tan brutal que la enfermera dela sala de espera de nuestro hospital ni siquiera le hubierapermitido pasar".

Había también capataces que se preocupaban por nosotros yhacían cuanto podían por aliviar nuestra situación, cuando menosal pie de obra. Pero aún así no cesaban de recordarnos que untrabajador normal hacía siete veces nuestro trabajo y en menostiempo. Entendían, sin embargo, nuestras razones cuandoargüíamos que ningún trabajador normal y corriente vivía con 300g de pan (teóricamente, pero en la práctica recibíamos menos) y1 litro de sopa aguada al día; que un obrero normal no vivía bajola presión mental a la que nos veíamos sometidos, sin noticias denuestros familiares que, o bien habían sido enviados a otro campoo habían muerto en las cámaras de gas; que un trabajadornormal no vivía amenazado de muerte continuamente, todos losdías y a todas horas. Una vez incluso me permití decirle a uncapataz amablemente: "Si usted aprendiera de mí a operar elcerebro con tanta rapidez como yo estoy aprendiendo de usted ahacer carreteras, sentiría un gran respeto por usted." Y él hizouna mueca.

La apatía, el principal síntoma de la segunda fase, era unmecanismo necesario de autodefensa. La realidad se desdibujabay todos nuestros esfuerzos y todas nuestras emociones secentraban en una tarea: la conservación de nuestras vidas y la deotros compañeros. Era típico oír a los prisioneros, cuando alatardecer los conducían como rebaños de vuelta al campo desdesus lugares de trabajo, respirar con alivio y decir: "Bueno, yapasó el día."Los sueños de los prisionerosFácilmente se comprende que un estado tal de tensión juntocon la constante necesidad de concentrarse en la tarea de estarvivos, forzaba la vida íntima del prisionero a descender a un nivelprimitivo. Algunos de mis colegas del campo, que habíanestudiado psicoanálisis, solían hablar de la "regresión" delinternado en el campo: una retirada a una forma más primitiva devida mental. Sus Apetencias y deseos se hacían obvios en sussueños.

Pero, ¿con qué soñaban los prisioneros? Con pan, pasteles,cigarrillos y baños de agua templada. El no tener satisfechos esossimples deseos les empujaba a buscar en los sueños sucumplimiento. Si estos sueños eran o no beneficiosos ya es otracuestión; el soñador tenía que despertar de ellos y ponerse en larealidad de la vida en el campo y del terrible contraste entre éstay sus ilusiones.

Nunca olvidaré una noche en la que me despertaron losgemidos de un prisionero amigo, que se agitaba en sueños,obviamente víctima de una horrible pesadilla. Dado que desdesiempre me he sentido especialmente dolorido por las personasque padecen pesadillas angustiosas, quise despertar al pobrehombre. Y de pronto retiré la mano que estaba a punto desacudirle, asustado de lo que iba a hacer. Comprendí en seguidade una forma vivida, que ningún sueño, por horrible que fuera,podía ser tan malo como la realidad del campo que nos rodeaba ya la que estaba a punto de devolverle.El hambreDebido al alto grado de desnutrición que los prisionerossufrían, era natural que el deseo de procurarse alimentos fuera elinstinto más primitivo en torno al cual se centraba la vida mental.Observemos a la mayoría de los prisioneros que trabajan unojunto a otro y a quienes, por una vez, no vigilan de cerca.Inmediatamente empiezan a hablar sobre la comida. Unprisionero le pregunta al que trabaja junto a él en la zanja cuál essu plato preferido. Intercambiarán recetas y planearán un menúpara el día en que se reúnan: el día de un futuro distante en quesean liberados y regresen a casa. Y así seguirán y seguirán,describiendo con todo detalle, hasta que de pronto unaadvertencia se irá transmitiendo, normalmente en forma deconsigna o número de contraseña: "el guardia se acerca".

Siempre consideré las charlas sobre comida muy peligrosas.¿Acaso no es una equivocación provocar al organismo conaquellas descripciones tan detalladas y delicadas cuando ya haconseguido adaptarse de algún modo a las ínfimas raciones y alas escasas calorías? Aunque de momento puedan parecer unalivio psicológico, se trata de una ilusión, que psicológicamente, ysin ninguna duda, no está exenta de peligro.

Durante la última parte de nuestro encarcelamiento, la dietadiaria consistía en una única ración de sopa aguada y unpequeñísimo pedazo de pan. Se nos repartía, además, una"entrega extra" consistente en 20 gr de margarina o una rodajade salchicha de baja calidad o un pequeño trozo de queso o unapizca de algo que pretendía ser miel o una cucharada de jaleaaguada, cada día una cosa. Una dieta absolutamente inapropiadaen cuanto a calorías, sobre todo teniendo en cuenta nuestropesado trabajo manual y nuestra continua exposición a laintemperie con ropas inadecuadas.Los enfermos que "necesitaban cuidados especiales" —esdecir, a los que permitían quedarse en el barracón en vez de ir atrabajar— estaban todavía en peores condiciones. Cuandodesaparecieron por completo las últimas capas de grasasubcutánea y parecíamos esqueletos disfrazados con pellejos yandrajos, comenzamos a observar cómo nuestros cuerpos sedevoraban a sí mismos. El organismo digería sus propiasproteínas y los músculos desaparecían; al cuerpo no le quedabaningún poder de resistencia. Uno tras otro, los miembros denuestra pequeña comunidad del barracón morían. Cada uno denosotros podía calcular con toda precisión quién sería el próximoy cuándo le tocaría a él. Tras muchas observaciones conocíamosbien los síntomas, lo que hacía que nuestros pronósticos fuesensiempre acertados. "No va a durar mucho", o "él es el próximo"nos susurrábamos entre nosotros, y cuando en el curso denuestra diaria búsqueda de piojos, veíamos nuestros propioscuerpos desnudos, llegada la noche, pensábamos algo así: Estecuerpo, mi cuerpo, es ya un cadáver, ¿qué ha sido de mí? No soymás que una pequeña parte de una gran masa de carnehumana... de una masa encerrada tras la alambrada de espinas,agolpada en unos cuantos barracones de tierra. Una masa de lacual día tras día va descomponiéndose un porcentaje porque yano tiene vida.
Ya he mencionado hasta qué punto no se podían olvidar lospensamientos sobre platos favoritos que se introducían a la fuerzaen la conciencia del prisionero, en cuanto tenía un instante deasueto. Tal vez pueda entenderse, pues, que aun el más fuerte denosotros soñara con un futuro en el que tendría buenos alimentosy en cantidad, no por el hecho de la comida en sí, sino por elgusto de saber que la existencia infrahumana que nos hacíaincapaces de pensar en otra cosa que no fuera comida se acabaríapor fin de una vez.

Los que no hayan pasado por una experiencia similardifícilmente pueden concebir el conflicto mental destructor delalma ni los conflictos de la fuerza de voluntad que experimenta unhombre hambriento. Difícilmente pueden aprehender lo quesignifica permanecer de pie cavando una trinchera, sin oír otracosa que la sirena anunciando las 9,30 o las 10 de la mañana —lamedia hora de descanso para almorzar— cuando se repartía elpan (si es que lo había); preguntando una y otra vez al capitán —si éste no era un tipo excesivamente desagradable— qué horaera; tocar después con cariño un trozo de pan en el bolsillo,cogiéndolo primero con los dedos helados, sin guantes, partiendodespués una migaja, llevársela a la boca para, finalmente, con unúltimo esfuerzo de voluntad, guardársela otra vez en el bolsillo,prometiéndose a uno mismo aquella mañana que lo conservaríahasta mediodía.

Podíamos sostener discusiones inacabables sobre la sensatez oinsensatez de los métodos utilizados para conservar la racióndiaria de pan que durante la última época de nuestroconfinamiento sólo se nos entregaba una vez al día. Había dosescuelas de pensamiento: una era partidaria de comerse la raciónde pan inmediatamente. Esto tenía la doble ventaja de satisfacerlos peores retortijones del hambre, los más dolorosos, durante unbreve período de tiempo, al menos una vez al día, e impedíaposibles robos o la pérdida de la ración. El segundo gruposostenía que era mejor dividir la porción y utilizaba diversosargumentos. Finalmente yo engrosé las filas de este último grupo.El momento más terrible de las 24 horas de la vida en uncampo de concentración era el despertar, cuando, todavía denoche, los tres agudos pitidos de un silbato nos arrancaban sinpiedad de nuestro dormir exhausto y de las añoranzas denuestros sueños. Empezábamos entonces a luchar con nuestroszapatos mojados en los que a duras penas podíamos meter lospies, llagados e hinchados por el edema. Y entonces venían loslamentos y quejidos de costumbre por los pequeños fastidios,tales como enganchar los alambres que reemplazaban a loscordones. Una mañana vi a un prisionero, al que tenía porvaliente y digno, llorar como un crío porque tenía que ir por loscaminos nevados con los pies desnudos, al haberse encogido suszapatos demasiado como para poderlos llevar. En aquellos fatalesminutos yo gozaba de un mínimo alivio; me sacaba del bolsillo untrozo de pan que había guardado la noche anterior y lo masticabaabsorto en un puro deleite.

Sexualidad

La desnutrición, además de ser causa de la preocupacióngeneral por la comida, probablemente explica también el hechode que el deseo sexual brillara por su ausencia. Aparte de losefectos del shock inicial, ésta parece ser la única explicación delfenómeno que un psicólogo se veía obligado a observar enaquellos campos sólo de hombres: que, en oposición a otrosestablecimientos estrictamente masculinos —como los barraconesdel ejército— la perversión sexual era mínima. Incluso en sueños,el prisionero se ocupaba muy poco del sexo, aun cuando según elpsicoanálisis "los instintos inhibidos", es decir, el deseo sexual delprisionero junto con otras emociones deberían manifestarse deforma muy especial en los sueños.
Ausencia de sentimentalismo
En la mayoría de los prisioneros, la vida primitiva y el esfuercede tener que concentrarse precisamente en salvar el pellejollevaba a un abandono total de lo que no sirviera a tal propósito,lo que explicaba la ausencia total de sentimentalismo en losprisioneros. Esto lo experimenté por mí mismo cuando metrasladaron desde Auschwitz a Dachau. El tren que conducía aunos 2000 prisioneros atravesó Viena. Era a eso de la medianochecuando pasamos por una de las estaciones de la ciudad. Las víasnos acercaban a la calle donde yo nací, a la casa donde yo habíavivido tantos años, en realidad hasta que caí prisionero. Éramoscincuenta prisioneros en aquel vagón, que tenía dos pequeñasmirillas enrejadas. Tan solo había sitio para que un grupo sesentara en cuclillas en el suelo, mientras que el resto —que debíapermanecer horas y horas de pie— se agolpaba en torno a losventanucos. Alzándome de puntillas y mirando desde atrás porencima de las cabezas de los otros, por entre los barrotes de losventanucos, tuve una visión fantasmagórica de mi ciudad natal.Todos nos sentíamos más muertos que vivos, pues pensábamosque nuestro transporte se dirigía al campo de Mauthausen y sólonos restaban una o dos semanas de vida. Tuve la inequívocasensación de estar viendo las calles, las plazas y la casa de miniñez con los ojos de un muerto que volviera del otro mundo paracontemplar una ciudad fantasma. Varias horas después, el trensalió de la estación y allí estaba la calle, ¡mi calle! Los jóvenesque ya habían pasado años en un campo de concentración y paraquienes el viaje constituía un acontecimiento escudriñaban elpaisaje a través de las mirillas. Les supliqué, les rogué que medejasen pasar delante aunque fuera sólo un momento. Intentéexplicarles cuánto significaba para mí en este momento mirar porel ventanuco, pero mis súplicas fueron desechadas con rudeza ycinismo: "¿Qué has vivido ahí tantos años? Bueno, entonces ya lotienes demasiado visto."

Política y religión

Esta ausencia de sentimientos en los prisioneros "conexperiencia" es uno de los fenómenos que mejor expresan esadesvalorización de todo lo que no redunde en interés de laconservación de la propia vida. Todo lo demás el prisionero loconsideraba un lujo superfino. En general, en el campo sufríamostambién de "hibernación cultural", con sólo dos excepciones: lapolítica y la religión: todo el campo hablaba, casi continuamente,de política; las discusiones surgían ante todo de rumores que secazaban al vuelo y se transmitían con ansia. Los rumores sobre lasituación militar casi siempre eran contradictorios. Se sucedíancon rapidez y lo único que conseguían era azuzar la guerra denervios que agitaba las mentes de todos los prisioneros. Una yotra vez se desvanecían las esperanzas de que la guerra acabaracon celeridad, esperanzas avivadas por rumores optimistas.

Algunos hombres perdían toda esperanza, pero siempre habíaoptimistas incorregibles que eran los compañeros más irritantes.Cuando los prisioneros sentían inquietudes religiosas, éstaseran las más sinceras que cabe imaginar y, muy a menudo, elrecién llegado quedaba sorprendido y admirado por laprofundidad y la fuerza de las creencias religiosas. A esterespecto lo más impresionante eran las oraciones o los serviciosreligiosos improvisados en el rincón de un barracón o en laoscuridad del camión de ganado en que nos llevaban de vuelta alcampo desde el lejano lugar de trabajo, cansados, hambrientos yhelados bajo nuestras ropas harapientas.

Durante el invierno y la primavera de 1945 se produjo unbrote de tifus que afectó a casi todos los prisioneros. El índice demortalidad fue elevado entre los más débiles, quienes habían decontinuar trabajando hasta el límite de sus fuerzas. Los chamizosde los enfermos carecían de las mínimas condiciones, apenasteníamos medicamentos ni personal sanitario. Algunos de lossíntomas de la enfermedad eran muy desagradables: unaaversión irreprimible a cualquier migaja de comida (lo queconstituía un peligro más para la vida) y terribles ataques dedelirio. El peor de los casos de delirio lo sufrió un amigo mío quecreía que se estaba muriendo y al intentar rezar era incapaz deencontrar las palabras. Para evitar estos ataques yo y muchosotros intentábamos permanecer despiertos la mayor parte de lanoche. Durante horas redactaba discursos mentalmente. En unmomento dado, empecé a reconstruir el manuscrito que habíaperdido en la cámara de desinfección de Auschwitz y, entaquigrafía, garabateé las palabras clave en trozos de papeldiminutos.

Una sesión de espiritismo
De vez en cuando se suscitaba una discusión científica y enuna ocasión presencié algo que jamás había visto durante mi vidanormal, aun cuando, tangencialmente, se relacionaba con misintereses científicos: una sesión de espiritismo. Me invitó elmédico jefe del campo (prisionero también), quien sabía que yoera psiquiatra. La reunión tuvo lugar en su pequeño despacho dela enfermería. Se había formado un pequeño círculo de personasentre los que se encontraba, de modo totalmenteantirreglamentario, el oficial de seguridad del equipo sanitario. Unprisionero extranjero comenzó a invocar a los espíritus con unaespecie de oración. El administrativo del campo estaba sentadoante una hoja de papel en blanco, sin ninguna intenciónconsciente de escribir. Durante los diez minutos siguientes(transcurridos los cuales la sesión concluyó ante el fracaso delmédium en conjurar a los espíritus para que se mostraran), sulápiz trazó —despacio— unas cuantas líneas en el papel, hastaque fue apareciendo, de forma bastante legible, “vae v.''. Measeguraron que el administrativo no sabía latín y que nunca anteshabía oído las palabras "vae victis, ¡ay los vencidos!' Mi opiniónpersonal es que seguramente las habría oído alguna vez, aunquesin llegar a captarlas de forma consciente, y quedaronalmacenadas en su interior para que el "espíritu" (el espíritu de susubconsciente) las recogiera unos meses antes de nuestraliberación y del final de la guerra.

La huida hacia el interior

A pesar del primitivismo físico y mental imperantes a la fuerza,en la vida del campo de concentración aún era posible desarrollaruna profunda vida espiritual. No cabe duda que las personassensibles acostumbradas a una vida intelectual rica sufrieronmuchísimo (su constitución era a menudo endeble), pero el dañocausado a su ser íntimo fue menor: eran capaces de aislarse delterrible entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior ylibertad espiritual. Sólo de esta forma puede uno explicarse laparadoja aparente de que algunos prisioneros, a menudo losmenos fornidos, parecían soportar mejor la vida del campo quelos de naturaleza más robusta. Para aclarar este punto, me veoobligado a recurrir de nuevo a la experiencia personal. Voy acontar lo que sucedía aquellas mañanas en que, antes del alba,teníamos que ir andando hasta nuestro lugar de trabajo.
Oíamos gritar las órdenes:
"¡Atención, destacamento adelante! ¡Izquierda 2,3,4!¡Izquierda 2,3,4! ¡El primer hombre, media vuelta a la izquierda,izquierda, izquierda, izquierda! ¡Gorras fuera!Todavía resuenan en mis oídos estas palabras. A la orden de:"¡Gorras fuera!" atravesábamos la verja del campo, mientras nosenfocaban con los reflectores. El que no marchaba conmarcialidad recibía una patada, pero corría peor suerte quien,para protegerse del frío, se calaba la gorra hasta las orejas antesde que le dieran permiso.

En la oscuridad tropezábamos con las piedras y nos metíamosen los charcos al recorrer el único camino que partía del campo.Los guardias que nos acompañaban no dejaban de gritarnos yazuzarnos con las culatas de sus rifles. Los que tenían los piesllenos de llagas se apoyaban en el brazo de su vecino. Apenasmediaban palabras; el viento helado no propiciaba laconversación. Con la boca protegida por el cuello de la chaqueta,el hombre que marchaba a mi lado me susurró de repente: "¡Sinos vieran ahora nuestras esposas! Espero que ellas estén mejoren sus campos e ignoren lo que nosotros estamos pasando." Suspalabras evocaron en mí el recuerdo de mi esposa.Cuando todo se ha perdidoMientras marchábamos a trompicones durante kilómetros,resbalando en el hielo y apoyándonos continuamente el uno en elotro, no dijimos palabra, pero ambos lo sabíamos: cada unopensaba en su mujer. De vez en cuando yo levantaba la vista alcielo y veía diluirse las estrellas al primer albor rosáceo de lamañana que comenzaba a mostrarse tras una oscura franja denubes. Pero mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer, aquien vislumbraba con extraña precisión. La oía contestarme, laveía sonriéndome con su mirada franca y cordial. Real o no, sumirada era más luminosa que el sol del amanecer. Unpensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida comprendíla verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamadaen la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de queel amor es la meta última y más alta a que puede aspirar elhombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayorde los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humanosintentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y através del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todoen este mundo, todavía puede conocer la felicidad —aunque seasólo momentáneamente— si contempla al ser querido. Cuando elhombre se encuentra en una situación de total desolación, sinpoder expresarse por medio de una acción positiva, cuando suúnico objetivo es limitarse a soportar los sufrimientoscorrectamente —con dignidad— ese hombre puede, en fin,realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del serquerido. Por primera vez en mi vida podía comprender elsignificado de las palabras: "Los ángeles se pierden en lacontemplación perpetua de la gloria infinita."

Delante de mí tropezó y se desplomó un hombre, cayendosobre él los que le seguían. El guarda se precipitó hacia ellos y atodos alcanzó con su látigo. Este hecho distrajo mi mente de suspensamientos unos pocos minutos, pero pronto mi alma encontróde nuevo el camino para regresar a su otro mundo y,olvidándome de la existencia del prisionero, continué laconversación con mi amada: yo le hacía preguntas y ellacontestaba; a su vez ella me interrogaba y yo respondía.

"¡Alto!" Habíamos llegado a nuestro lugar de trabajo. Todosnos abalanzamos dentro de la oscura caseta con la esperanza deobtener una herramienta medio decente. Cada prisionero tomabauna pala o un zapapico."¿Es que no podéis daros prisa, cerdos?" Al cabo de unosminutos reanudamos el trabajo en la zanja, donde lo dejamos eldía anterior. La tierra helada se resquebrajaba bajo la punta delpico, despidiendo chispas. Los hombres permanecían silenciosos,con el cerebro entumecido. Mi mente se aferraba aún a la imagende mi mujer. Un pensamiento me asaltó: ni siquiera sabía si ellavivía aún. Sólo sabía una cosa, algo que para entonces ya habíaaprendido bien: que el amor trasciende la persona física del seramado y encuentra su significado más profundo en su propioespíritu, en su yo íntimo. Que esté o no presente, y aun siquieraque continúe viviendo deja de algún modo de ser importante. Nosabía si mi mujer estaba viva, ni tenía medio de averiguarlo(durante todo el tiempo de reclusión no hubo contacto postalalguno con el exterior), pero para entonces ya había dejado deimportarme, no necesitaba saberlo, nada podía alterar la fuerzade mi amor, de mis pensamientos o de la imagen de mi amada. Sientonces hubiera sabido que mi mujer estaba muerta, creo quehubiera seguido entregándome —insensible a tal hecho— a lacontemplación de su imagen y que mi conversación mental conella hubiera sido igualmente real y gratificante: "Ponme comosello sobre tu corazón... pues fuerte es el amor como la muerte".(Cantar de los Cantares, 8,6.)Meditaciones en la zanjaEsta intensificación de la vida interior ayudaba al prisionero arefugiarse contra el vacío, la desolación y la pobreza espiritual desu existencia, devolviéndole a su existencia anterior. Al dar riendasuelta a su imaginación, ésta se recreaba en los hechos pasados,a menudo no los más importantes, sino los pequeños sucesos ylas cosas insignificantes. La nostalgia los glorificaba, haciéndolesadquirir un extraño matiz. El mundo donde sucedieron y laexistencia que tuvieron parecían muy distantes y el alma tendíahacia ellos con añoranza: en mi apartamento, contestaba alteléfono y encendía las luces. Muchas veces nuestrospensamientos se centraban en estos detalles nimios que noshacían llorar.

A medida que la vida interior de los prisioneros se hacía másintensa, sentíamos también la belleza del arte y la naturalezacomo nunca hasta entonces. Bajo su influencia llegábamos aolvidarnos de nuestras terribles circunstancias. Si alguien hubieravisto nuestros rostros cuando, en el viaje de Auschwitz a uncampo de Baviera, contemplamos las montañas de Salzburgo consus cimas refulgentes al atardecer, asomados por las ventanucasenrejadas del vagón celular, nunca hubiera creído que se tratabade los rostros de hombres sin esperanza de vivir ni de ser libres.

A pesar de este hecho —o tal vez en razón del mismo— nossentíamos trasportados por la belleza de la naturaleza, de la quedurante tanto tiempo nos habíamos visto privados. Incluso en elcampo, cualquiera de los prisioneros podía atraer la atención delcamarada que trabajaba a su lado señalándole una bella puestade sol resplandeciendo por entre las altas copas de los bosquesbávaros (como se ve en la famosa acuarela de Durero), esosmismos bosques donde construíamos un inmenso almacén demuniciones oculto a la vista. Una tarde en que nos hallábamosdescansando sobre el piso de nuestra barraca, muertos decansancio, los cuencos de sopa en las manos, uno de losprisioneros entró corriendo para decirnos que saliéramos al patioa contemplar la maravillosa puesta de sol y, de pie, allá fuera,vimos hacia el oeste densos nubarrones y todo el cielo plagado denubes que continuamente cambiaban de forma y color desde elazul acero al rojo bermellón, mientras que los desoladosbarracones grisáceos ofrecían un contraste hiriente cuando loscharcos del suelo fangoso reflejaban el resplandor del cielo. Yentonces, después de dar unos pasos en silencio, un prisionero ledijo a otro: "¡Qué bello podría ser el mundo!"

Monólogo al amanecer

En otra ocasión estábamos cavando una trinchera. Amanecíaen nuestro derredor, un amanecer gris. Gris era el cielo, y gris lanieve a la pálida luz del alba; grises los harapos que mal cubríanlos cuerpos de los prisioneros y grises sus rostros. Mientrastrabajaba, hablaba quedamente a mi esposa o, quizás, estuvieradebatiéndome por encontrar la razón de mis sufrimientos, de milenta agonía. En una última y violenta protesta contra loinexorable de mi muerte inminente, sentí como si mi espíritutraspasara la melancolía que nos envolvía, me sentí trascenderaquel mundo desesperado, insensato, y desde alguna parteescuché un victorioso "sí" como contestación a mi pregunta sobrela existencia de una intencionalidad última. En aquel momento yen una franja lejana encendieron una luz, que se quedó allí fija enel horizonte como si alguien la hubiera pintado, en medio del grismiserable de aquel amanecer en Baviera. "Et lux in tenebris lucet,y la luz brilló en medio de la oscuridad." Estuve muchas horastajando el terreno helado. El guardián pasó junto a mí,insultándome y una vez más volví a conversar con mi amada. Lasentía presente a mi lado, cada vez con más fuerza y tuve lasensación de que sería capaz de tocarla, de que si extendía mimano cogería la suya. La sensación era terriblemente fuerte; ellaestaba allí realmente. Y, entonces, en aquel mismo momento, unpájaro bajó volando y se posó justo frente a mí, sobre la tierraque había extraído de la zanja, y se me quedó mirando fijamente.

Arte en el campo

Antes, he hablado del arte. ¿Puede pensarse en algo parecidoen un campo de concentración? Depende más bien de lo que unollame arte. De vez en cuando se improvisaba una especie deespectáculo de cabaret. Se despejaba temporalmente unbarracón, se apiñaban o se clavaban entre sí unos cuantos bancosy se estudiaba un programa. Por la noche, los que gozaban deuna buena situación —los "capos"— y los que no tenían que hacergrandes marchas fuera del campo, se reunían allí y reían oalborotaban un poco; cualquier cosa que les hiciera olvidar. Secantaba, se recitaban poemas, se contaban chistes que conteníanalguna referencia satírica sobre el campo. Todo ello no tenía otrafinalidad que la de ayudarnos a olvidar y lo conseguía. Lasreuniones eran tan eficaces que algunos prisioneros asistían a lasfunciones a pesar de su agotador cansancio y aun cuando, porello, perdieran su rancho de aquel día.

El buen humor es siempre algo envidiable: al principio denuestro internamiento nos permitían reunimos en un cuarto demáquinas a medio construir para saborear durante media hora elplato de sopa que nos repartían a medio día (como la tenía quepagar la empresa constructora era de todo menos alimenticia). Alentrar, cada uno recibía un cucharón de sopa aguada, y mientrasla sorbíamos con avidez, un prisionero italiano trepaba encima deuna cuba y nos entonaba arias italianas. Los días que nos daba elrecital musical, tenía garantizada una ración doble de sopa,sacada del fondo del perol, es decir, ¡con guisantes!

En el campo se concedían premios no sólo por entretener, sinotambién por aplaudir. Por ejemplo, a mí podía haberme protegido(¡y fui muy afortunado al no necesitarlo!) el "capo" más temido detodos, a quien por más de una razón se le conocía por elsobrenombre de "el capo asesino". Contaré cómo sucedió. Unatarde tuve el gran honor de que me invitaran otra vez a la sesiónde espiritismo. Estaban reunidos en aquella habitación unoscuantos amigos íntimos del médico jefe; asimismo estabapresente, de forma totalmente ilegal, el oficial al cargo delescuadrón sanitario. El "capo asesino" entró allí por casualidad yle pidieron que recitara uno de sus poemas que se habían hechofamosos (o infames) en el campo. No necesitaba que se lorepitieran dos veces, de modo que rápidamente sacó una especiede diario del que empezó a leer unas cuantas muestras de suarte. Me mordía los labios hasta hacerme sangre para no reírmeal escuchar uno de sus poemas amorosos y seguramente graciasa ello salvé la vida; como además le aplaudí con largueza, es muyposible que también hubiera estado a salvo caso de haber sidodestinado a su cuadrilla de trabajo, donde ya me habían asignadoun día, un día que para mí fue más que suficiente. Pero siempreresultaba útil que el "capo asesino" le conociera a uno desdealgún ángulo favorable. Así que le aplaudí con todas mis fuerzas.

La obsesión por buscar el arte dentro del campo adquiría, engeneral, matices grotescos. Yo diría que la impresión real queproducía todo lo que se relacionaba con lo artístico surgía delcontraste casi fantasmagórico entre la representación y ladesolación de la vida en el campo que le servía de telón de fondo.

Nunca olvidaré que en la segunda noche que pasé en Auschwitzfue la música lo que me despertó de un sueño profundo. Elguardia encargado del barracón celebraba una especie defiestecilla en su habitación, que estaba próxima a la entrada denuestra puerta. Voces achispadas se desgañitaban cantandotonadas gastadas. De pronto se hizo el silencio y en medio de lanoche se oyó un violín que tocaba desesperadamente un tangotriste, una melodía poco conocida y poco desgastada por lacontinua repetición. El violín lloraba y una parte de mí lloraba conél, pues aquel día alguien cumplía 24 años, alguien que yacía enalguna otra parte de Auschwitz, quizás alejada sólo unos cientos omiles de metros y, sin embargo, fuera de mi alcance. Ese alguienera mi mujer.

El humor en el campo

El descubrimiento de algo parecido al arte en un campo deconcentración ha de sorprender bastante al profano en estascosas, pero aún se sentiría mucho más sorprendido al saber quetambién había cierto sentido del humor; claro está, en suexpresión más leve y aun así, sólo durante unos breves segundoso unos minutos escasos. El humor es otra de las armas con lasque el alma lucha por su supervivencia. Es bien sabido que, en laexistencia humana, el humor puede proporcionar eldistanciamiento necesario para sobreponerse a cualquiersituación, aunque no sea más que por unos segundos. Yo mismoentrené a un amigo mío que trabajaba a mi lado en la obra paraque desarrollara su sentido del humor. Le sugería que debíamoshacernos la solemne promesa de que cada día inventaríamos unahistoria divertida sobre algún incidente que pudiera suceder al díasiguiente de nuestra liberación. Se trataba de un cirujano quehabía pertenecido al equipo de un gran hospital, así que una vezintenté arrancarle una sonrisa insistiendo en que cuando seincorporara a su antiguo trabajo le iba a resultar muy difícilolvidar los hábitos que había aprendido en el campo deconcentración. Al pie de la obra que construíamos (y en especialcuando el supervisor hacía su ronda de inspección) el capataz nosestimulaba a trabajar más de prisa gritando: "¡Acción! ¡Acción!"Así que dije a mi amigo: "Un día regresarás al quirófano paraoperar a un paciente aquejado de peritonitis. De pronto, unordenanza entrará a toda prisa y anunciará la llegada del jefe delequipo de operaciones gritando: "¡Acción! ¡Acción! ¡Que viene eljefe!"

A veces los otros inventaban sueños divertidos con respecto alfuturo, previendo; por ejemplo, cuando tuvieran un compromisopara asistir a una cena se olvidarían de cómo se sirve la sopa y lepedirían a la anfitriona que les echara una cucharada "del fondo".

Los intentos para desarrollar el sentido del humor y ver lascosas bajo una luz humorística son una especie de truco queaprendimos mientras dominábamos el arte de vivir, pues aún enun campo de concentración es posible practicar el arte de vivir,aunque el sufrimiento sea omnipresente. Cabría establecer unaanalogía: el sufrimiento del hombre actúa de modo similar a comolo hace el gas en el vacío de una cámara; ésta se llenará porcompleto y por igual cualquiera que sea su capacidad.

Análogamente, el sufrimiento ocupa toda el alma y toda laconciencia del hombre tanto si el sufrimiento es mucho como si espoco. Por consiguiente el "tamaño" del sufrimiento humano esabsolutamente relativo, de lo que se deduce que la cosa másnimia puede originar las mayores alegrías. Tomemos a modo deejemplo algo que sucedió en nuestro viaje de Auschwitz a uncampo filial del de Dachau. Todos temíamos que aquel trasladonos llevara al campo de Mauthausen y nuestra tensión aumentabaa medida que nos acercábamos a un puente sobre el Danubio queel tren tenía que cruzar para llegar a Mauthausen, segúnsabíamos por lo que contaban los prisioneros másexperimentados. Los que no hayan visto nunca algo parecido nopodrán imaginar los saltos de júbilo que los prisioneros daban enel vagón cuando vieron que nuestro transporte no cruzaba aquelpuente y que "sólo" nos dirigíamos a Dachau.¿Qué sucedió a nuestra llegada a este campo tras un viaje quehabía durado dos días y tres noches? En el vagón no había sitiopara que todos nos acurrucáramos en el suelo al mismo tiempo,la mayoría tuvo que permanecer de pie todo el viaje mientras queunos pocos se turnaban para ponerse de cuclillas en la estrechafranja que estaba empapada de orines. Cuando llegamos, lasprimeras noticias que escuchamos a los prisioneros más antiguosfueron que este campo relativamente pequeño (con una poblaciónde 2500 reclusos) ¡no tenía "horno", ni crematorio, ni gas! Lo quesignificaba que ninguno de nosotros iba a ser un "musulmán",ninguno iba a ir derecho a la cámara de gas, sino que tendría queesperar hasta que se dispusiera lo que se llamaba un "convoy deenfermos" que lo devolvería a Auschwitz. Esta agradable sorpresanos puso a todos de buen humor. El deseo del viejo vigilante denuestro barracón en Auschwitz se había cumplido: habíamosllegado lo más rápidamente posible a un campo que —a diferenciade Auschwitz— no tenía "chimenea". Nos reímos y contamoschistes a pesar de las cosas que tuvimos que soportar durante lashoras que siguieron.Cuando nos contaron a los recién llegados resultó que faltabauno. Así es que hubimos de esperar a la intemperie bajo la lluviay el viento helado hasta que apareció el prisionero. Finalmente leencontraron en un barracón, dormido, exhausto por el cansancio.Entonces el pasar lista se convirtió en un desfile de castigo:durante toda la noche y hasta muy entrada la mañana siguientetuvimos que permanecer de pie a la intemperie, helados y caladoshasta los huesos después del esfuerzo que había supuesto elviaje. ¡Y aún así nos sentíamos contentos! En aquel campo nohabía chimenea y Auschwitz quedaba lejos.
¡Quién fuera un preso común!
Otra vez, vimos a un grupo de convictos que pasaban junto allugar donde trabajábamos. Y entonces se nos hizo patente yobvia la relatividad del sufrimiento y envidiamos a aquellosprisioneros por su existencia feliz, segura y relativamente bienordenada; sin duda tendrían la oportunidad de bañarseregularmente, pensamos con tristeza. Seguramente dispondríande cepillos de dientes, de ropa, de un colchón —uno para cadauno— y mensualmente el correo les traería noticias de lo quesucedía a sus familiares o, al menos, de si estaban vivos o habíanmuerto. Hacía mucho tiempo que nosotros habíamos perdidotodas estas cosas.

¡Y cómo envidiábamos a aquellos de nosotros que tenían laoportunidad de entrar en una fábrica y trabajar en un espaciocubierto, al abrigo de la intemperie! Más o menos todos nosotrosdeseábamos que nos tocara un poco de suerte relativa. La escalade la fortuna abarcaba muchos más matices. Por ejemplo, en losdestacamentos que trabajaban fuera del campo (en uno de loscuales me encontraba yo) había unas cuantas unidades que seconsideraban peores que las demás. Se envidiaba al que no teníaque chapotear en la húmeda y fangosa arcilla de un decliveescarpado, vaciando los artesones de un pequeño ferrocarrildurante doce horas diarias. La mayoría de los accidentes sucedíanrealizando esta tarea y solían ser fatales.En otras cuadrillas de trabajo el capataz seguía una tradición,al parecer local, que consistía en propinar golpes a diestro ysiniestro, lo cual nos hacía envidiar la suerte relativa de no estarbajo su mando o, todo lo más, de estarlo sólo temporalmente.Una vez y debido a una situación desdichada fui a parar a aquelgrupo. Si tras dos horas de trabajo (durante las cuales el capatazse ensañó conmigo especialmente) no nos hubiera interrumpidouna alarma aérea, obligándonos a reagruparnos después, creoque hubiera tenido que regresar al campo en alguna de lascamillas que trasportaban a los hombres que habían muerto oestaban a punto de morir por la extrema fatiga. Nadie podríaimaginar el alivio que en semejante situación puede producir elsonido de la sirena; ni siquiera el boxeador que oye sonar lacampana que anuncia el final del asalto salvándose así, en elúltimo instante, de un K.O. seguro.

Suerte es lo que a uno no le toca padecer

Agradecíamos los más ínfimos favores. Nos conformábamoscon tener tiempo para despiojarnos antes de ir a la cama, aunqueello no fuera en sí muy placentero: suponía estar desnudos en unbarracón helado con carámbanos colgando del techo. Noscontentábamos con que no hubiera alarma aérea durante estaoperación y las luces permanecieran encendidas. En la oscuridadno podíamos despiojarnos, lo que suponía pasar la noche en vela.Los escasos placeres de la vida del campo nos producían unaespecie de felicidad negativa —"la liberación del sufrimiento",como dijo Schopenhauer— pero sólo de forma relativa. Losverdaderos placeres positivos, aún los más nimios escaseaban.

Recuerdo haber llevado una especie de contabilidad de losplaceres diarios y comprobar que en el lapso de muchas semanassolamente había experimentado dos momentos placenteros. Unohabía ocurrido cuando, al regreso del trabajo y tras una largaespera, me admitieron en el barracón de cocina asignándome a lacola que se alineaba ante el cocinero-prisionero F. Semiocultodetrás de las enormes cacerolas, F. servía la sopa en los cuencosque le presentaban los prisioneros que desfilabanapresuradamente. Era el único cocinero que al llegar los cuencosno se fijaba en los hombres; el único que repartía con equidad,sin reparar en el recipiente y sin hacer favoritismos con susamigos o paisanos, obsequiándoles con patatas, mientras el restotenía que contentarse con la sopa aguada de la superficie.Pero no me incumbe a mí juzgar a los prisioneros quepreferían a su propia gente. ¿Quién puede arrojar la primerapiedra contra aquel que favorece a sus amigos bajo unascircunstancias en que, tarde o temprano, la cuestión que sedilucidaba era de vida o muerte? Nadie puede juzgar, nadie, amenos que con toda honestidad pueda contestar que en unasituación similar no hubiera hecho lo mismo.

Mucho tiempo después de haberme integrado a la vida normal(es decir, mucho tiempo después de haber abandonado elcampo), me enseñaron una revista ilustrada con fotografías deprisioneros hacinados en sus literas mirando, insensibles, a susvisitantes: "¿No es algo terrible, esos rostros mirando fijamente, ytodo lo que ello significa?""¿Por qué?", pregunté y es que, en verdad, no lo comprendía.

En aquel momento lo vi todo de nuevo: a las 5 de la madrugada,todo estaba oscuro allá afuera, como boca de lobo. Yo estabaechado sobre un duro tablón en el suelo de tierra del barracóndonde "se cuidaba" a unos setenta de nosotros. Estábamosenfermos y no teníamos que dejar el campo para ir a trabajar;tampoco teníamos que desfilar. Podíamos permanecer echadostodo el día en nuestro rincón y dormitar esperando el repartodiario de pan (que por supuesto era menor para los enfermos) yel rancho de sopa (aguada y también menor en cantidad). Y, sinembargo, estábamos contentos, satisfechos a pesar de todo.

Mientras nos apretujábamos los unos contra los otros para evitarla pérdida innecesaria de calor, emperezados y sin la menorintención de mover ni un dedo sin necesidad, oíamos los agudossilbatos y los gritos que venían de la plaza donde el turno denoche acababa de regresar y formaba para la revista. La ventiscaabrió la puerta de par en par y la nieve entró en nuestrobarracón. Un camarada exhausto y cubierto de nieve entrótambaleándose y durante unos minutos permaneció sentado, peroel guardia le echó fuera de nuevo. Estaba estrictamente prohibidoadmitir a un extraño en un barracón mientras se procedía a pasarrevista. ¡Cómo compadecía a aquel individuo y qué contentoestaba yo de no encontrarme en su lugar, sino dormitando en laenfermería! ¡Qué salvación suponía el permanecer allí dos días y,tal vez, otros dos más!

¿Al campo de infecciosos?

Mi suerte se vio incrementada todavía más. Al cuarto día de miestancia en la enfermería y a punto de ser asignado al turno denoche —lo que habría supuesto mi muerte segura—, el médicojefe entró apresuradamente en el barracón y me sugirió que meofreciese voluntario para desempeñar tareas sanitarias en uncampo destinado a enfermos de tifus. En contra de los consejosde mis amigos (y a pesar de que casi ninguno de mis colegas seofrecía), decidí ir como voluntario. Sabía que en un grupo detrabajo moriría en poco tiempo y si tenía que morir, siquiera podíadarle algún sentido a mi muerte. Pensé que tenía más sentidointentar ayudar a mis camaradas como médico que vegetar operder la vida trabajando de forma improductiva como hacíaentonces. Para mí era una cuestión de matemáticas sencillas y node sacrificio. Pero el suboficial del equipo sanitario habíaordenado, en secreto, que se "cuidara" de forma especial a losdos médicos voluntarios para ir al campo de infecciosos hasta quefueran trasladados al mismo. El aspecto de debilidad quepresentábamos era tal que temía tener dos cadáveres más, envez de dos médicos.

Ya he mencionado antes que todo lo que no se relacionaba conla preocupación inmediata de la supervivencia de uno mismo ysus amigos, carecía de valor. Todo se supeditaba a tal fin. Elcarácter del hombre quedaba absorbido hasta el extremo de verseenvuelto en un torbellino mental que ponía en duda y amenazabatoda la escala de valores que hasta entonces había mantenido.Influido por un entorno que no reconocía el valor de la vida y ladignidad humanas, que había desposeído al hombre de suvoluntad y le había convertido en objeto de exterminio (no sinutilizarle antes al máximo y extraerle hasta el último gramo desus recursos físicos) el yo personal acababa perdiendo susprincipios morales. Si, en un ultimo esfuerzo por mantener lapropia estima, el prisionero de un campo de concentración noluchaba contra ello, terminaba por perder el sentimiento de supropia individualidad, de ser pensante, con una libertad interior yun valor personal. Acababa por considerarse sólo una parte de lamasa de gente: su existencia se rebajaba al nivel de la vidaanimal. Transportaban a los hombres en manadas, unas veces aun sitio y otras a otro; unas veces juntos y otras por separado,como un rebaño de ovejas sin voluntad ni pensamiento propios.Una pandilla pequeña pero peligrosa, diestra en métodos detortura y sadismo, los observaba desde todos los ángulos.
Conducían al rebaño sin parar, atrás, adelante, con gritos,patadas y golpes, y nosotros, los borregos, teníamos dospensamientos: cómo evitar a los malvados sabuesos y cómoobtener un poco de comida. Lo mismo que las ovejas secongregan tímidamente en el centro del rebaño, también nosotrosbuscábamos el centro de las formaciones: allí teníamos másoportunidades de esquivar los golpes de los guardias quemarchaban a ambos lados, al frente y en la retaguardia de lacolumna. Los puestos centrales tenían la ventaja adicional deprotegernos de los gélidos vientos. De modo que el hecho dequerer sumergirse literalmente en la multitud era en realidad unamanera de intentar salvar el pellejo. En las formaciones esto sehacía de modo automático, pero otras veces se trataba de un actodefinitivamente consciente por nuestra parte, de acuerdo con lasleyes imperativas del instinto de conservación: no ser conspicuos.Siempre hacíamos todo lo posible por no llamar la atención de los SS.

Añoranza de soledad

Cierto que había veces en que era posible —y hastanecesario— mantenerse alejado de la multitud. Es bien sabidoque una vida comunitaria impuesta, en la que se presta atencióna todo lo que uno hace y en todo momento, puede producir lairresistible necesidad de alejarse, al menos durante un cortotiempo. El prisionero anhelaba estar a solas consigo mismo y consus pensamientos. Añoraba su intimidad y su soledad. Despuésde mi traslado a un llamado "campo de reposo", tuve la rarafortuna de encontrar de vez en cuando cinco minutos de soledad.

Tras el barracón de suelo de tierra en el que trabajaba y donde sehacinaban unos 50 pacientes delirantes, había un lugar tranquilojunto a la doble alambrada que rodeaba el campo. Allí se habíaimprovisado una tienda con unos cuantos postes y ramas deárboles para cobijar media docena de cadáveres (que era la cuotadiaria de muertes en el campo). Había también un pozo quellevaba a las tuberías de conducción de agua. Siempre que noeran necesarios mis servicios solía sentarme en cuclillas sobre latapa de madera de este pozo, contemplando el florecer de lasverdes laderas y las lejanas colinas azuladas del paisaje bávaro,enmarcado por las mallas de la alambrada de púas. Soñabaañorante y mis pensamientos vagaban al norte, al nordeste y endirección a mi hogar, pero sólo veía nubes.

No me molestaban los cadáveres próximos a mí,hormigueantes de piojos; sólo las pisadas de los guardias, alpasar, me despertaban de mis sueños; o, a veces, una llamadadesde la enfermería o para recoger un nuevo envío de medicinaspara mi barracón, envío consistente en cinco o diez tabletas deaspirina, para 50 pacientes y varios días. Las recogía y luegohacía mi ronda, tomándole el pulso a los pacientes ysuministrándoles media tableta si se trataba de casos graves.
Pero los casos desahuciados no recibían medicinas. No leshubieran ayudado y, además, habrían privado de ellas a los quetodavía tenían alguna esperanza. Para los enfermos leves no teníamás que unas palabras de aliento. Así me arrastraba de pacienteen paciente, aunque yo mismo me encontraba exhausto yconvaleciente de un fuerte ataque de tifus. Después volvía a milugar solitario sobre la tapa de madera del pozo. Por cierto, estepozo salvó una vez la vida de tres compañeros prisioneros. Pocoantes de la liberación, se organizaron transportes masivos hastaDachau y estos tres hombres, acertadamente, intentaron evitar elviaje. Bajaron al pozo y allí se escondieron de los guardias. Yo mesenté tranquilamente sobre la tapa, con aire inocente, tirandopiedrecitas a la alambrada de púas, como si se tratase de unjuego infantil. Al reparar en mí, el guardia dudó un momento,pero pasó de largo. Pronto pude decir a los hombres que estabanabajo que lo peor había pasado.

Juguete del destino

Resulta difícil para un extraño comprender cuan poco valor seconcedía en el campo a la vida humana. El prisionero estaba yaendurecido, pero posiblemente adquiría más conciencia de esteabsoluto desprecio por la vida cuando se organizaba un convoy deenfermos. Los cuerpos demacrados se echaban en carretillas quelos prisioneros empujaban a lo largo de muchos kilómetros, aveces entre tormentas de nieve, hasta el siguiente campo. Si unode los enfermos moría antes de salir, se le echaba de todasformas, ¡porque la lista tenía que estar completa! La lista era loúnico importante. Los hombres sólo contaban por su número deprisionero. Uno se convertía literalmente en un número: queestuviera muerto o vivo no importaba, ya que la vida de un"número" era totalmente irrelevante. Y menos aún importaba loque había tras aquel número y aquella vida: su destino, suhistoria o el nombre del prisionero. En los transportes depacientes a los que yo, en calidad de médico, tenía queacompañar desde un campo de Baviera a otro, hubo un prisionerojoven cuyo hermano no estaba en lista y al que, por tanto, habíaque dejar atrás. El joven suplicó tanto que el guardia decidióhacer un cambio y el hermano ocupó el lugar de un hombre que,de momento, prefería quedarse. ¡Con tal de que la lista estuvieracorrecta! Y esto era fácil: el hermano cambió su número, nombrey apellido con los del otro prisionero, pues, como ya he dichoantes, carecíamos de documentación; ya teníamos bastantesuerte con conservar nuestro cuerpo que, al fin y al cabo, seguíarespirando. Todo lo demás que nos rodeaba, como los haraposque pendían de nuestros esqueletos macilentos, sólo tenía interéscuando se ordenaba un transporte de enfermos. Se examinaba alos "musulmanes" con curiosidad descarada, con el fin deaveriguar si sus chaquetas o sus zapatos eran mejores que los deuno. Después de todo, su suerte estaba echada. Pero los quequedaban en el campo, capaces aún para algún trabajo, debíanaguzar sus recursos para mejorar las posibilidades desupervivencia. No eran sentimentales. Los prisioneros seconsideraban totalmente a merced del humor de los guardias —juguetes del destino— y esto les hacía más inhumanos de lo quelas circunstancias habrían hecho presumir. Siempre habíapensado que, al cabo de cinco o diez años, el hombre estabasiempre en condiciones de saber lo que había repercutidofavorablemente en su vida. El campo de concentración meproporcionó mayor precisión: con frecuencia sabíamos si algohabía sido bueno al cabo de cinco o diez minutos. En Auschwitzme impuse a mí mismo una norma que resultó ser buena y quetodos mis camaradas observaron más tarde. Por regla general,contestaba a todas las preguntas con la verdad, pero guardabasilencio sobre lo que no se me pedía de forma expresa. Si mepreguntaban la edad, la decía; si querían saber mi profesión,decía "médico", sin más explicaciones.
la primera mañana enAuschwitz un oficial de las SS asistió a la revista. Teníamos queagruparnos atendiendo a diferentes criterios: prisioneros de másde cuarenta años, de menos de cuarenta, trabajadores del metal,mecánicos, etc. Luego examinaban si teníamos hernias y algunosprisioneros tenían que formar otro grupo. El mío fue llevado aotro barracón, donde nos alinearon de nuevo. Tras otra seleccióny después de más preguntas sobre mi edad y profesión, meenviaron a un grupo más reducido. De nuevo nos condujeron aotro barracón agrupados de forma diferente. Este procesocontinuó durante un tiempo y yo me sentía muy desdichado alencontrarme entre extranjeros que hablaban lenguas para míininteligibles. Por fin pasé la última revisión y me hallé de nuevoen el grupo que estaba conmigo en el primer barracón. Miscompañeros apenas se habían dado cuenta de que durante aqueltiempo yo había andado de barracón en barracón. Fui conscientede que en los pocos minutos transcurridos me había cruzado conun destino distinto en cada ocasión.

Cuando se organizó el traslado de los enfermos al "campo dereposo", mi nombre (es decir, mi número) estaba en la lista, yaque se necesitaban algunos médicos. Pero nadie creía que el lugarde destino fuera de verdad un campo de reposo. Unas semanasatrás se había preparado un traslado similar y entonces todospensaron que les llevaban a la cámara de gas. Cuando se anuncióque quien se presentara voluntario para el temido turno de nochesería borrado de la lista, de inmediato se ofrecieron voluntarios 28prisioneros. Un cuarto de hora más tarde se canceló el transportepero aquellos 2 8 prisioneros quedaron en la lista del turno denoche. Para la mayoría de ellos significó la muerte en un plazo dequince días.

La ultima voluntad aprendida de memoria

Y ahora se disponía por segunda vez el transporte al campo dereposo. Y también ahora se desconocía si era una estratagemapara aprovecharse de los enfermos hasta su último aliento, auncuando sólo fuera durante catorce días o si su destino serían lascámaras de gas o un campo de reposo verdadero. El médico jefe,que me había tomado cierto apego, me dijo furtivamente unanoche a las diez menos cuarto:
"He hecho saber en el cuarto de mando que todavía se puedeborrar su nombre de la lista; tiene de tiempo hasta las diez."Le dije que eso no iba conmigo; que yo había aprendido adejar que el destino siguiera su curso:
"Prefiero quedarme con mis amigos", le contesté.Sus ojos tenían una expresión de piedad, como sicomprendiera... Estrechó mi mano en silencio, a modo de adiós,no para la vida, sino desde la vida. Despacio, volví a mi barracóny allí encontré a un buen amigo esperándome:

"¿De verdad quieres irte con ellos?", me dijo con tristeza."Sí, voy a ir."Se le saltaron las lágrimas y yo traté de consolarle. Todavíame quedaba algo por hacer, expresarle mi última voluntad."Otto, escucha, en caso de que yo no regrese a casa junto ami mujer y en caso de que la vuelvas a ver, dile que yo hablabade ella a diario, continuamente. Recuérdalo. En segundo lugar,que la he amado más que a nadie. En tercer lugar, que el brevetiempo que estuve casado con ella tiene más valor que nada, quepesa en mí más incluso que todo lo que hemos pasado aquí.Otto, ¿dónde estás ahora? ¿Vives? ¿Qué ha sido de ti desdeaquel momento en que estuvimos juntos por última vez?¿Encontraste a tu mujer? ¿Recuerdas cómo te hice aprender dememoria mi última voluntad —palabra por palabra— a pesar detus lágrimas de niño?

A la mañana siguiente partí con el transporte. Esta vez no eraningún truco. No nos llevaron a la cámara de gas, sino a uncampo de reposo de verdad. Los que me compadecieron sequedaron en un campo donde el hambre se iba' a ensañar en elloscon mayor fiereza que en este nuevo campo. Habían intentadosalvarse pero lo que hicieron fue sellar su propio destino. Mesesdespués, tras la liberación, encontré a un amigo de aquel campo,quien me contó que él, como policía, había tenido que buscar untrozo de carne humana que faltaba de un montón de cadáveres yque la rescató de un puchero donde la encontró cociéndose. Elcanibalismo había hecho su aparición; yo me fui justamente a tiempo.

¿No recuerda esto el relato de Muerte en Teherán? En ciertaocasión, un persa rico y poderoso paseaba por el jardín con unode sus criados, compungido éste porque acababa de encontrarsecon la muerte, quien le había amenazado. Suplicaba a su amopara que le diera el caballo más veloz y así poder apresurarse yllegar a Teherán aquella misma tarde. El amo accedió y elsirviente se alejó al galope. Al regresar a su casa el amo tambiénse encontró a la Muerte y le preguntó: "¿Por qué has asustado yaterrorizado a mi criado?" "Yo no le he amenazado, sólo mostrémi sorpresa al verle aquí cuando en mis planes estaba encontrarleesta noche en Teherán", contestó la muerte.
de fuga

El prisionero de un campo de concentración temía tener quetomar una decisión o cualquier otra iniciativa. Esto era resultadode un sentimiento muy fuerte que consideraba al destino dueñode uno y creía que, bajo ningún concepto, se debía influir en él.

Estaba además aquella apatía que, en buena parte, contribuía alos sentimientos del prisionero. A veces era preciso tomardecisiones precipitadas que, sin embargo, podían significar la vidao la muerte. El prisionero hubiera preferido dejar que el destinoeligiera por él. Este querer zafarse del compromiso se hacía máspatente cuando el prisionero debía decidir entre escaparse o noescaparse del campo. En aquellos minutos en que tenía quereflexionar y decidir —y siempre era cuestión de unos minutos—sufría todas las torturas del infierno. ¿Debía intentar escaparse?¿Debía correr el riesgo? También yo experimenté este tormento.

Al irse acercando el frente de batalla, tuve la oportunidad deescaparme. Un colega mío que visitaba los barracones fuera delcampo cumpliendo sus deberes profesionales quería evadirse yllevarme con él. Me sacaría de contrabando con el pretexto deque tenía que consultar con un colega acerca de la enfermedad deun paciente que requería el asesoramiento del especialista. Unavez fuera del campo, un miembro del movimiento de resistenciaextranjero nos proporcionaría uniformes y alimentos. En el últimoinstante surgieron ciertas dificultades técnicas y tuvimos queregresar al campo una vez más. Aquella oportunidad nos sirviópara surtirnos de algunas provisiones, unas cuantas patataspodridas, y hacernos cada uno con una mochila. Entramos en unbarracón vacío de la sección de mujeres, donde no había nadieporque éstas habían sido enviadas a otro campo. El barracónestaba en el mayor de los desórdenes: resultaba obvio quemuchas mujeres habían conseguido víveres y se habían escapado.

Por todas partes había desperdicios, pajas, alimentosdescompuestos y loza rota. Algunos tazones estaban todavía enbuen estado y nos hubieran servido de mucho, pero decidimosdejarlos. Sabíamos demasiado bien que, en la última época, enque la situación era cada vez más desesperada, los tazones nosólo se utilizaban para comer, sino también como palanganas yorinales. (Regía una norma de cumplimiento estrictamenteobligatorio que prohibía tener cualquier tipo de utensilio en elbarracón, pero muchos prisioneros se vieron forzados a incumpliresta regla, en especial los afectados de tifus, que estabandemasiado débiles para salir fuera del chamizo ni aunayudándoles.) Mientras yo hacía de pantalla, mi amigo entró en elbarracón y al poco volvió trayendo una mochila bajo su chaqueta.

Dentro había visto otra que yo tenía que coger. Así quecambiamos los puestos y entré yo. Al escarbar entre la basurabuscando la mochila y, si podía, un cepillo de dientes vi, depronto, entre tantas cosas abandonadas, el cadáver de una mujer.

Volví corriendo a mi barracón y reuní todas mis posesiones: micuenco, un par de mitones rotos, "heredados" de un pacientemuerto de tifus, y unos cuantos recortes de papel con signos taquigráficos (en los que, como ya he mencionado antes, habíaempezado a reconstruir el manuscrito que perdí en Auschwitz).

Pasé una última visita rápida a todos mis pacientes que,hacinados, yacían sobre tablones podridos a ambos lados delbarracón. Me acerqué a un paisano mío, ya casi medio muerto, ycuya vida yo me empeñaba en salvar a pesar de su situación.

Tenía que guardar secreto sobre mi intención de escapar, pero micamarada pareció adivinar que algo iba mal (tal vez yo estaba unpoco nervioso). Con la voz cansada me preguntó: "¿Te vas tútambién?" Yo lo negué, pero me resultaba muy difícil evitar sutriste mirada. Tras mi ronda volví a verle. Y otra vez sentí sumirada desesperada y sentí como una especie de acusación. Y seagudizó en mí la desagradable sensación que me oprimía desde elmismo momento en que le dije a mi amigo que me escaparía conél. De pronto decidí, por una vez, mandar en mi destino. Salícorriendo del barracón y le dije a mi amigo que no podía irme conél. Tan pronto como le dije que había tomado la resolución dequedarme con mis pacientes, aquel sentimiento de desdicha meabandonó. No sabía lo que me traerían los días sucesivos, pero yohabía ganado una paz interior como nunca antes habíaexperimentado. Volví al barracón, me senté en los tablones a lospies de mi paisano y traté de consolarle; después charlé con losdemás intentando calmarlos en su delirio.
Y llegó el último día que pasamos en el campo. Según seacercaba el frente, los transportes se habían ido llevando a. casitodos los prisioneros a otros campos. Las autoridades, los "capos"y los cocineros se habían esfumado. Aquel día se dio la orden deque el campo iba a ser totalmente evacuado al atardecer. Inclusolos pocos prisioneros que quedaban (los enfermos, unos cuantosmédicos y algunos "enfermeros") tendrían que marcharse. Por lanoche había que prenderle fuego al campo. Por la tarde aún nohabían aparecido los camiones que vendrían a recoger a losenfermos. Todo lo contrario; de pronto se cerraron las puertas delcampo y se empezó a ejercer una vigilancia estrecha sobre laalambrada, para evitar cualquier intento de fuga. Parecía como sihubieran condenado a los prisioneros que quedaban a quemarsecon el campo. Por segunda vez, mi amigo y yo decidimos escapar.

Nos dieron la orden de enterrar a tres hombres al otro lado de laalambrada. Éramos los únicos que teníamos fuerzas suficientespara realizar aquella tarea. Casi todos los demás yacían en lospocos barracones que aún se utilizaban, postrados con fiebre ydelirando. Hicimos nuestros planes: cuando lleváramos el primercadáver sacaríamos la mochila de mi amigo ocultándola en lavieja tina de ropa sucia que hacía las veces de ataúd; con elsegundo cadáver llevaríamos mi mochila del mismo modo y en eltercer viaje trataríamos de evadirnos. Los dos primeros viajes loshicimos según lo acordado. Cuando regresamos, esperé a que miamigo buscara un trozo de pan para poder comer algo los díasque pasáramos en los bosques. Esperé. Pasaban los minutos y yome impacientaba cada vez más al ver que no regresaba. Despuésde tres años de reclusión, me imaginaba con gozo cómo sería lalibertad, pensaba en lo maravilloso que sería correr en direcciónal frente. Más tarde supe lo peligroso que hubiera sido semejanteacción. Pero no llegamos tan lejos. En el momento en que miamigo regresaba, la verja del campo se abrió de pronto y uncamión espléndido, de color aluminio y con grandes cruces rojaspintadas entró despacio hasta la explanada donde formábamos.

En él venía un delegado de la Cruz Roja de Ginebra y el campo ylos últimos internados quedaron bajo su protección. El delegadose alojaba en una granja vecina para estar cerca del campo entodo momento y acudir en seguida en caso de emergencia.

¿Quién pensaba ya en evadirse? Del camión descargaban cajascon medicinas, se distribuían cigarrillos, nos fotografiaban y laalegría era inmensa. Ya no teníamos necesidad de salir corriendoni de arriesgarnos hasta llegar al frente de batalla.

En nuestra excitación habíamos olvidado el tercer cadáver, asíque lo sacamos afuera y lo dejamos caer en la estrecha fosa quehabíamos cavado para los tres cuerpos. El guardia que nosacompañaba —un hombre relativamente inofensivo— se volvió depronto extremadamente amable. Vio que podían volverse lastornas y trató de ganarse nuestro favor: se unió a las brevesoraciones que ofrecimos a los muertos antes de echar la tierrasobre ellos. Tras la tensión y la excitación de los días y horaspasados, las palabras de nuestras oraciones rogando por la pazfueron tan fervientes como las más ardorosas que voz humanahaya musitado nunca.

El último día que pasamos en el campo fue como un anticipode la libertad. Pero nuestro regocijo fue prematuro. El delegadode la Cruz Roja nos aseguró que se había firmado un acuerdo yque no se iba a evacuar el campo; sin embargo, aquella nochellegaron los camiones de las SS trayendo orden de despejar elcampo. Los últimos prisioneros que quedaban serían enviados aun campo central desde donde se les remitiría a Suiza en 48horas para canjearlos por prisioneros de guerra. Apenas podíamosreconocer a los SS, de tan amables como se mostrabanintentando persuadirnos para que entráramos en los camiones sinmiedo y asegurándonos que podíamos felicitarnos por nuestrabuena suerte. Los que todavía tenían fuerzas se amontonaron enlos camiones y a los que estaban seriamente enfermos o muydébiles les izaban con dificultad.
Mi amigo y yo —que ya noescondíamos nuestras mochilas— estábamos en el último grupo yde él eligieron a trece para la última expedición. El médico jefecontó el número preciso, pero nosotros dos no estábamos entreellos. Los trece subieron al camión y nosotros tuvimos quequedarnos. Sorprendidos, desilusionados y enfadados increpamosal doctor, que se excusó diciendo que estaba muy fatigado y sehabía distraído. Aseguró que había creído que todavía teníamosintención de evadirnos. Nos sentamos impacientes, con nuestrasmochilas a la espalda, y esperamos con el resto de los prisionerosa que viniera un último camión. Fue una larga espera.

Finalmente, nos echamos sobre los colchones del cuarto deguardia, ahora desierto, exhaustos por la excitación de las últimashoras y días, durante las cuales habíamos fluctuadocontinuamente entre la esperanza y la desesperación. Dormimoscon la ropa y los zapatos puestos, listos para el viaje.

El estruendo de los rifles y cañones nos despertó. Losfogonazos de las bengalas y los disparos de fusil iluminaban elbarracón. El médico jefe se precipitó dentro ordenándonos quenos echáramos a tierra. Un prisionero saltó sobre mi estómagodesde la litera que quedaba encima de la mía con zapatos y todo.

¡Vaya si me despertó! Entonces nos dimos cuenta de lo quesucedía: ¡la línea de fuego había llegado hasta nosotros!Amenguó el tiroteo y empezó a amanecer. Allá afuera, en elmástil junto a la verja del campo, una bandera blanca flotaba alviento. Hasta muchas semanas después no nos enteramos deque, durante aquellas horas, el destino había jugado con lospocos prisioneros que quedábamos en el campo. Otra vez máspudimos comprobar cuan inciertas podían ser las decisioneshumanas, especialmente en lo que se refiere a las cosas de lavida y la muerte. Ante mí tenía las fotografías que se habíantomado en un pequeño campo cercano al nuestro. Nuestrosamigos que pensaron viajar hacia la libertad aquella noche,transportados en los camiones, fueron encerrados en losbarracones y seguidamente murieron abrasados. Sus cuerpos,parcialmente carbonizados, eran perfectamente reconocibles en lafotografía. Yo pensé de nuevo en el cuento de Muerte en Teherán.

Irritabilidad

Aparte de su función como mecanismo de defensa, la apatía delos prisioneros era también el resultado de otros factores. Elhambre y la falta de sueño contribuían a ella (al igual que ocurreen la vida normal), así como la irritabilidad en general, que eraotra de las características del estado mental de los prisioneros. Lafalta de sueño se debía en parte a la invasión de toda suerte debichos molestos que, debido a la falta de higiene y atenciónsanitaria, infectaban los barracones tan terriblementesuperpoblados. El hecho de que no tomáramos ni una pizca denicotina o cafeína contribuía igualmente a nuestro estado deapatía e irritabilidad.

Además de estas causas físicas, estaban también las mentales,en forma de ciertos complejos. La mayoría de los prisionerossufrían de algún tipo de complejo de inferioridad. Todos nosotroshabíamos creído alguna vez que éramos "alguien" o al menos lohabíamos imaginado. Pero ahora nos trataban como si nofuéramos nadie, como si no existiéramos. (La conciencia del amorpropio está tan profundamente arraigada en las cosas máselevadas y más espirituales, que no puede arrancarse ni viviendoen un campo de concentración. ¿Pero cuántos hombres libres, porno hablar de los prisioneros, lo poseen?) Sin mencionarlo, locierto es que el prisionero medio se sentía terriblementedegradado. Esto se hacía obvio al observar el contraste queofrecía la singular estructura sociológica del campo. Losprisioneros más "prominentes", los "capos", los cocineros, losintendentes, los policías del campo no se sentían, por lo general,degradados en modo alguno, como se consideraban la mayoría delos prisioneros, sino que al contrario se consideraban¡promovidos! Algunos incluso alimentaban mínimas ilusiones degrandeza.
La reacción mental de la mayoría, envidiosa y quejosa,hacia esta minoría favorecida se ponía de manifiesto de muchasmaneras, a veces en forma de chistes. Por ejemplo, una vez oí aun prisionero hablarle a otro sobre un "Capo" y decirle:"¡Figúrate! Conocí a ese hombre cuando sólo era presidente de ungran banco. Ahora, el cargo de "capo" se le ha subido a lacabeza." Siempre que la mayoría degradada y la minoríapromovida entraban en conflicto (y eran muchas lasoportunidades de que tal sucediera, empezando por el reparto dela comida) los resultados eran explosivos. De suerte que lairritabilidad general (cuyas causas físicas se analizaron antes) sehacía más intensa cuando se le añadían estas tensiones mentales.
Nada tiene de sorprendente que la tensión abocara en una luchaabierta. Dado que el prisionero observaba a diario escenas degolpes, su impulso hacia la violencia había aumentado. Yo sentíatambién que cerraba los puños y que la rabia me invadía cuandotenía hambre y cansancio. Y el cansancio era mi estado normal,ya que durante toda la noche teníamos que cebar la estufa, quenos permitían tener en el barracón a causa de los enfermos detifus. No obstante, algunas de las horas más idílicas que hepasado en mi vida ocurrieron en medio de la noche cuando todoslos demás deliraban o dormían y yo podía extenderme frente a laestufa y asar unas cuantas patatas robadas en un fuegoalimentado con el carbón que sustraíamos. Pero al día siguienteme sentía todavía más cansado, insensible e irritable.

Mientras trabajé como médico en el pabellón de los enfermosde tifus, tuve que ocupar también el puesto de jefe del mismo, loque quería decir que ante las autoridades del campo eraresponsable de su limpieza (si es que se puede utilizar el términolimpieza para describir aquella condición). El pretexto de lainspección a la que con frecuencia nos sometían era más conánimo de torturarnos que por motivos de higiene. Mayor cantidadde alimentos y unas cuantas medicinas nos hubieran ayudadomás, pero la única preocupación de los inspectores consistía enver si en el centro del pasillo había una brizna de paja o si lasmantas sucias, hechas andrajos e infectadas de piojos estabanbien plegadas y remetidas a los pies de los pacientes. El destinode los prisioneros no les preocupaba en absoluto. Si yo mepresentaba marcialmente con mi rapada cabeza descubierta ychocando los talones informaba: "Barracón número VI/9; 52pacientes, dos enfermeros ayudantes y un médico", se sentíansatisfechos. A renglón seguido se marchaban. Pero hasta quellegaban —solían anunciar su visita con muchas horas deantelación y muchas veces ni siquiera venían— me veía obligadoa mantener bien estiradas las mantas, a recoger todas las motasde paja que caían de las literas y a gritar a los pobres diablos quese revolvían en sus catres, amenazando con desbaratar misesfuerzos para conseguir la limpieza y pulcritud requeridas. Laapatía crecía sobre todo entre los pacientes febriles, de suerteque no reaccionaban a nada si no se les gritaba. A veces fallabanincluso los gritos y ello exigía un tremendo esfuerzo deautocontrol para no golpearlos. La propia irritabilidad personaladquiría proporciones inauditas cuando chocaba con la apatía deotro, especialmente en los casos de peligro (por ejemplo, cuandose avecinaba una inspección) que tenían su origen en ella.

La libertad interior

Tras este intento de presentación psicológica y explicaciónpsicopatológica de las características típicas del recluido en uncampo de concentración, se podría sacar la impresión de que elser humano es alguien completa e inevitablemente influido por suentorno y (entendiéndose por entorno en este caso la singularestructura del campo de concentración, que obligaba al prisioneroa adecuar su conducta a un determinado conjunto de pautas).

Pero, ¿y qué decir de la libertad humana? ¿No hay una libertadespiritual con respecto a la conducta y a la reacción ante unentorno dado? ¿Es cierta la teoría que nos enseña que el hombreno es más que el producto de muchos factores ambientalescondicionantes, sean de naturaleza biológica, psicológica osociológica? ¿El hombre es sólo un producto accidental de dichosfactores? Y, lo que es más importante, ¿las reacciones de losprisioneros ante el mundo singular de un campo de concentración,son una prueba de que el hombre no puede escapar a lainfluencia de lo que le rodea? ¿Es que frente a tales circunstanciasno tiene posibilidad de elección?

Podemos contestar a todas estas preguntas en base a laexperiencia y también con arreglo a los principios. Lasexperiencias de la vida en un campo demuestran que el hombretiene capacidad de elección. Los ejemplos son abundantes,algunos heroicos, los cuales prueban que puede vencerse laapatía, eliminarse la irritabilidad. El hombre puede conservar unvestigio de la libertad espiritual, de independencia mental, inclusoen las terribles circunstancias de tensión psíquica y física.

Los que estuvimos en campos de concentración recordamos alos hombres que iban de barracón en barracón consolando a losdemás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puedeque fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes deque al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: laúltima de las libertades humanas —la elección de la actitudpersonal ante un conjunto de circunstancias— para decidir supropio camino.

Y allí, siempre había ocasiones para elegir. A diario, a todashoras, se ofrecía la oportunidad de tomar una decisión, decisiónque determinaba si uno se sometería o no a las fuerzas queamenazaban con arrebatarle su yo más íntimo, la libertad interna;que determinaban si uno iba o no iba a ser el juguete de lascircunstancias, renunciando a la libertad y a la dignidad, paradejarse moldear hasta convertirse en un recluso típico.

Visto desde este ángulo, las reacciones mentales de losinternados en un campo dé concentración deben parecemos lasimple expresión de determinadas condiciones físicas ysociológicas. Aun cuando condiciones tales como la falta desueño, la alimentación insuficiente y las diversas tensionesmentales pueden llevar a creer que los reclusos se veíanobligados a reaccionar de cierto modo, en un análisis último sehace patente que el tipo de persona en que se convertía unprisionero era el resultado de una decisión íntima y noúnicamente producto de la influencia del campo.Fundamentalmente, pues, cualquier hombre podía, incluso bajotales circunstancias, decidir lo que sería de él —mental yespiritualmente—, pues aún en un campo de concentración puedeconservar su dignidad humana. Dostoyevski dijo en una ocasión:"Sólo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos" y estaspalabras retornaban una y otra vez a mi mente cuando conocí aaquellos mártires cuya conducta en el campo, cuyo sufrimiento ymuerte, testimoniaban el hecho de que la libertad íntima nunca sepierde. Puede decirse que fueron dignos de sus sufrimientos y laforma en que los soportaron fue un logro interior genuino. Es estalibertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que haceque la vida tenga sentido y propósito.

Una vida activa sirve a la intencionalidad de dar al hombre unaoportunidad para comprender sus méritos en la labor creativa,mientras que una vida pasiva de simple goce le ofrece laoportunidad de obtener la plenitud experimentando la belleza, elarte o la naturaleza. Pero también es positiva la vida que está casivacía tanto de creación como de gozo y que admite una solaposibilidad de conducta; a saber, la actitud del hombre hacia suexistencia, una existencia restringida por fuerzas que le sonajenas. A este hombre le están prohibidas tanto la vida creativacomo la existencia de goce, pero no sólo son significativas lacreatividad y el goce; todos los aspectos de la vida sonigualmente significativos, de modo que el sufrimiento tiene queserlo también. El sufrimiento es un aspecto de la vida que nopuede erradicarse, como no pueden apartarse el destino o lamuerte. Sin todos ellos la vida no es completa.

La máxima preocupación de los prisioneros se resumía en unapregunta: ¿Sobreviviremos al campo de concentración? De locontrario, todos estos sufrimientos carecerían de sentido. Lapregunta que a mí, personalmente, me angustiaba era esta otra:¿Tiene algún sentido todo este sufrimiento, todas estas muertes?Si carecen de sentido, entonces tampoco lo tiene sobrevivir alinternamiento. Una vida cuyo último y único sentido consistieraen superarla o sucumbir, una vida, por tanto, cuyo sentidodependiera, en última instancia, de la casualidad no merecería enabsoluto la pena de ser vivida.

El destino, un regalo

El modo en que un hombre acepta su destino y todo elsufrimiento que éste conlleva, la forma en que carga con su cruz,le da muchas oportunidades —incluso bajo las circunstancias másdifíciles— para añadir a su vida un sentido más profundo. Puedeconservar su valor, su dignidad, su generosidad. O bien, en ladura lucha por la supervivencia, puede olvidar su dignidadhumana y ser poco más que un animal, tal como nos harecordado la psicología del prisionero en un campo deconcentración. Aquí reside la oportunidad que el hombre tiene deaprovechar o de dejar pasar las ocasiones de alcanzar los méritosque una situación difícil puede proporcionarle. Y lo que decide sies merecedor de sus sufrimientos o no lo es.

No piensen que estas consideraciones son vanas o están muyalejadas de la vida real. Es verdad que sólo unas cuantaspersonas son capaces de alcanzar metas tan altas. De losprisioneros, solamente unos pocos conservaron su libertad sinmenoscabo y consiguieron los méritos que les brindaba susufrimiento, pero aunque sea sólo uno el ejemplo, es pruebasuficiente de que la fortaleza íntima del hombre puede elevarlepor encima de su adverso sino. Y estos hombres no estánúnicamente en los campos de concentración. Por doquier, elhombre se enfrenta a su destino y tiene siempre oportunidad deconseguir algo por vía del sufrimiento. Piénsese en el destino delos enfermos, especialmente de los enfermos incurables. En unaocasión, leí la carta escrita por un joven inválido, en la que a unamigo le decía que acababa de saber que no viviría mucho tiempoy que ni siquiera una operación podría aliviarle su sufrimiento.Continuaba su carta diciendo que se acordaba de haber visto unapelícula sobre un hombre que esperaba su muerte con valor ydignidad. Aquel muchacho pensó entonces que era una granvictoria enfrentarse de este modo a la muerte y ahora —escribía—el destino le brindaba a él una oportunidad similar.Los que hace unos años vimos la película Resurrección —segúnla novela de Tolstoi— no hubiéramos pensado nunca en un primermomento que en ella se daban cita grandes destinos y grandeshombres. En nuestro mundo no se daban tales situaciones por loque no había nunca oportunidad de alcanzar tamaña grandeza...Al salir del cine fuimos al café más próximo, y, junto a una tazade café y un bocadillo, nos olvidamos de los extrañospensamientos metafísicos que por un momento habían cruzadopor nuestras mentes. Pero cuando también nosotros nos vimosconfrontados con un destino más grande e hicimos frente a ladecisión de superarlo con igual grandeza espiritual, habíamosolvidado ya nuestras resoluciones juveniles, tan lejanas, y nodimos la talla.

Quizás para algunos de nosotros llegue un día en que veamosotra vez aquella película u otra análoga. Pero para entonces otrasmuchas películas habrán pasado simultáneamente ante nuestrosojos del alma; visiones de gentes que alcanzaron en sus vidasmetas más altas de las que puede mostrar una películasentimental. Algunos detalles, de una muy especial e íntimagrandeza humana, acuden a mi mente; como la muerte deaquella joven de la que yo fui testigo en un campo deconcentración. Es una historia sencilla; tiene poco que contar, ytal vez pueda parecer invención, pero a mí me suena como un poema.

Esta joven sabía que iba a morir a los pocos días; a pesar deello, cuando yo hablé con ella estaba muy animada."Estoy muy satisfecha de que el destino se haya cebado en mícon tanta fuerza", me dijo. "En mi vida anterior yo era una niñamalcriada y no cumplía en serio con mis deberes espirituales."Señalando a la ventana del barracón me dijo: "Aquel árbol es elúnico amigo que tengo en esta soledad." A través de la ventanapodía ver justamente la rama de un castaño y en aquella ramahabía dos brotes de capullos. "Muchas veces hablo con el árbol", me dijo.

Yo estaba atónito y no sabía cómo tomar sus palabras.¿Deliraba? ¿Sufría alucinaciones? Ansiosamente le pregunté si elárbol le contestaba.

"Sí" ¿Y qué le decía? Respondió: "Me dice: 'Estoy aquí, estoyaquí, yo soy la vida, la vida eterna."

Análisis de la existencia provisional

Ya hemos dicho que, en última instancia, los responsables delestado de ánimo más íntimo del prisionero no eran tanto lascausas psicológicas ya enumeradas cuanto el resultado de su libredecisión. La observación psicológica de los prisioneros hademostrado que únicamente los hombres que permitían que sedebilitara su interno sostén moral y espiritual caían víctimas delas influencias degenerantes del campo. Y aquí se suscita lapregunta acerca de lo que podría o debería haber constituido este"sostén interno".

Al relatar o escribir sus experiencias, todos los que pasaronpor la experiencia de un campo de concentración concuerdan enseñalar que la influencia más deprimente de todas era que elrecluso no supiera cuánto tiempo iba a durar su encarcelamiento.

Nadie le dio nunca una fecha para su liberación (en nuestrocampo ni siquiera tenía sentido hablar de ello). En realidad, laduración no era sólo incierta, sino ilimitada. Un renombradoinvestigador psicológico manifestó en cierta ocasión que la vida enun campo de concentración podría denominarse "existenciaprovisional". Nosotros completaríamos la definición diciendo quees "una existencia provisional cuya duración se desconoce".

Por regla general, los recién llegados no sabían nada de lascondiciones de un campo. Los que venían de otros campos seveían obligados a guardar silencio y, de algunos campos, nadieregresó. Al entrar en él, las mentes de los prisioneros sufrían uncambio. Con el fin de la incertidumbre venía la incertidumbre delfin. Era imposible prever cuándo y cómo terminaría aquellaexistencia, caso de tener fin. El vocablo latino finis tiene dossignificados: final y meta a alcanzar. El hombre que no podía verel fin de su "existencia provisional", tampoco podía aspirar a unameta última en la vida. Cesaba de vivir para el futuro encontraste con el hombre normal. Por consiguiente cambiaba todala estructura de su vida íntima. Aparecían otros signos dedecadencia como los que conocemos de otros aspectos de la vida.

El obrero parado, por ejemplo, está en una posición similar. Suexistencia es provisional en ese momento y, en cierto sentido, nopuede vivir para el futuro ni marcarse una meta. Trabajos deinvestigación realizados sobre los mineros parados handemostrado que sufren de una particular deformación del tiempo—el tiempo íntimo— que es resultado de su condición de parados.

También los prisioneros sufrían de esta extraña "experiencia deltiempo". En el campo, una unidad de tiempo pequeña, un día, porejemplo, repleto de continuas torturas y de fatiga, parecía notener fin, mientras que una unidad de tiempo mayor, quizás unasemana, parecía transcurrir con mucha rapidez. Mis camaradasconcordaron conmigo cuando dije que en el campo el día durabamás que la semana. ¡Cuan paradójica era nuestra experiencia deltiempo! A este respecto me viene el recuerdo de La MontañaMágica, de Thomas Mann, que contiene unas cuantasobservaciones psicológicas muy atinadas. Mann estudia laevolución espiritual de personas que están en condicionespsicológicas semejantes; es decir, los enfermos de tuberculosis enun sanatorio, quienes tampoco conocen la fecha en que les daránde alta; experimentan una existencia similar, sin ningún futuro,sin ninguna meta.

Uno de los prisioneros, que a su llegada marchaba en unalarga columna de nuevos reclusos desde la estación al campo, medijo más tarde que había sentido como si estuviera desfilando ensu propio funeral. Le parecía que su vida no tenía ya futuro ycontemplaba todo como algo que ya había pasado, como si yaestuviera muerto. Este sentimiento de falta de vida, de un"cadáver viviente" se intensificaba por otras causas. Mientras que,en cuanto al tiempo, lo que se experimentaba de forma másaguda era la duración ilimitada del período de reclusión, encuanto al espacio eran los estrechos límites de la prisión. Todo loque estuviera al otro lado de la alambrada se antojaba remoto,fuera del alcance y, de alguna forma, irreal. Lo que sucedíaafuera, la gente de allá, todo lo que era vida normal, adquiríapara el prisionero un aspecto fantasmal. La vida afuera, al menoshasta donde él podía verla, le parecía casi como lo que podría verun hombre ya muerto que se asomara desde el otro mundo.El hombre que se dejaba vencer porque no podía ver ningunameta futura, se ocupaba en pensamientos retrospectivos. En otrocontexto hemos hablado ya de la tendencia a mirar al pasadocomo una forma de contribuir a apaciguar el presente y todos sushorrores haciéndolo menos real. Pero despojar al presente de surealidad entrañaba ciertos riesgos. Resultaba fácil desentendersede las posibilidades de hacer algo positivo en el campo y esasoportunidades existían de verdad. Ese ver nuestra "existenciaprovisional" como algo irreal constituía un factor importante en elhecho de que los prisioneros perdieran su dominio de la vida; encierto sentido todo parecería sin objeto. Tales personas olvidabanque muchas veces es precisamente una situación externaexcepcionalmente difícil lo que da al hombre la oportunidad decrecer espiritualmente más allá de sí mismo. En vez de aceptarlas dificultades del campo como una manera de probar su fuerzainterior, no toman su vida en serio y la desdeñan como algoinconsecuente. Prefieren cerrar los ojos y vivir en el pasado. Paraestas personas la vida no tiene ningún sentido.

Claro está que sólo unos pocos son capaces de alcanzar cimasespirituales elevadas. Pero esos pocos tuvieron una oportunidadde llegar a la grandeza humana aun cuando fuera a través de suaparente fracaso y de su muerte, hazaña que en circunstanciasordinarias nunca hubieran alcanzado. A los demás de nosotros, almediocre y al indiferente, se les podrían aplicar las palabras deBismarck: "La vida es como visitar al dentista. Se piensa siempreque lo peor está por venir, cuando en realidad ya ha pasado."

Parafraseando este pensamiento, podríamos decir que muchos delos prisioneros del campo de concentración creyeron que laoportunidad de vivir ya les había pasado y, sin embargo, larealidad es que representó una oportunidad y un desafío: que obien se puede convertir la experiencia en victorias, la vida en untriunfo interno, o bien se puede ignorar el desafío y limitarse avegetar como hicieron la mayoría de los prisioneros.

Spinoza, educador

Cualquier tentativa de combatir la influencia psicopatológicaque el campo ejercía sobre el prisionero mediante la psicoterapiao los métodos psicohigiénicos debía alcanzar el objetivo deconferirle una fortaleza interior, señalándole una meta futurahacia la que poder volverse. De forma instintiva, algunosprisioneros trataban de encontrar una meta propia. El hombretiene la peculiaridad de que no puede vivir si no mira al futuro:sub specie aeternitatis. Y esto constituye su salvación en losmomentos más difíciles de su existencia, aun cuando a vecestenga que aplicarse a la tarea con sus cinco sentidos. Por lo que amí respecta, lo sé por experiencia propia. Al borde del llanto acausa del tremendo dolor (tenía llagas terribles en los pies debidoa mis zapatos gastados) recorrí con la larga columna de hombreslos kilómetros que separaban el campo del lugar de trabajo. Elviento gélido nos abatía. Yo iba pensando en los pequeñosproblemas sin solución de nuestra miserable existencia. ¿Quécenaríamos aquella noche? ¿Si como extra nos dieran un trozo desalchicha, convendría cambiarla por un pedazo de pan? ¿Debíacomerciar con el último cigarrillo que me quedaba de un bono queobtuve hacía quince días y cambiarlo por un tazón de sopa?¿Cómo podría hacerme con un trozo de alambre para reemplazarel fragmento que me servía como cordón de los zapatos?¿Llegaría al lugar de trabajo a tiempo para unirme al pelotón decostumbre o tendría que acoplarme a otro cuyo capataz tal vezfuera más brutal? ¿Qué podía hacer para estar en buenasrelaciones con un "capo" determinado que podría ayudarme aconseguir trabajo en el campo en vez de tener que emprender adiario aquella dolorosa caminata?

Estaba disgustado con la marcha de los asuntos quecontinuamente me obligaban a ocuparme sólo de aquellas cosastan triviales. Me obligué a pensar en otras cosas. De pronto me vide pie en la plataforma de un salón de conferencias bieniluminado, agradable y caliente. Frente a mí tenía un auditorioatento, sentado en cómodas butacas tapizadas. ¡Yo daba unaconferencia sobre la psicología de un campo de concentración!

Visto y descrito desde la mira distante de la ciencia, todo lo queme oprimía hasta ese momento se objetivaba. Mediante estemétodo, logré cierto éxito, conseguí distanciarme de la situación,pasar por encima de los sufrimientos del momento y observarloscomo si ya hubieran transcurrido y tanto yo mismo como misdificultades se convirtieron en el objeto de un estudiopsicocientífico muy interesante que yo mismo he realizado. ¿Quédice Spinoza en su Ética? "Affectus, qui passio est, desinit essepassio simulatque eius claram et distinctam formamus ideam. Laemoción, que constituye sufrimiento, deja de serlo tan prontocomo nos formamos una idea clara y precisa del mismo." (Ética,5a parte, "Sobre el poder del espíritu o la libertad humana", frase III).

El prisionero que perdía la fe en el futuro —en su futuro—estaba condenado. Con la pérdida de la fe en el futuro perdía,asimismo, su sostén espiritual; se abandonaba y decaía y seconvertía en el sujeto del aniquilamiento físico y mental. Por reglageneral, éste se producía de pronto, en forma de crisis, cuyossíntomas eran familiares al recluso con experiencia en el campo.Todos temíamos este momento no ya por nosotros, lo que nohubiera tenido importancia, sino por nuestros amigos. Solíacomenzar cuando una mañana el prisionero se negaba a vestirsey a lavarse o a salir fuera del barracón. Ni las súplicas, ni losgolpes, ni las amenazas surtían ningún efecto. Se limitaba aquedarse allí, sin apenas moverse. Si la crisis desembocaba enenfermedad, se oponía a que lo llevaran a la enfermería o hacercualquier cosa por ayudarse. Sencillamente se entregaba. Y allí sequedaba tendido sobre sus propios excrementos sin importarle nada.

Una vez presencié una dramática demostración del estrechonexo entre la pérdida de la fe en el futuro y su consiguiente final.F., el jefe de mi barracón, compositor y libretista bastantefamoso, me confió un día:

"Me gustaría contarle algo, doctor. He tenido un sueñoextraño. Una voz me decía que deseara lo que quisiera, que loúnico que tenía que hacer era decir lo que quería saber y todasmis preguntas tendrían respuesta. ¿Quiere saber lo que lepregunté? Que me gustaría conocer cuándo terminaría para mí laguerra. Ya sabe lo que quiero decir, doctor, ¡para mí! Queríasaber cuándo seríamos liberados nosotros, nuestro campo, ycuándo tocarían a su fin nuestros sufrimientos." "¿Y cuándo tuvousted ese sueño?", le pregunté."En febrero de 1945", contestó. Por entonces estábamos aprincipios de marzo."¿Y qué le contestó la voz?"Furtivamente me susurró:"
El treinta de marzo."Cuando F. me habló de aquel sueño todavía estaba rebosantede esperanza y convencido de que la voz de su sueño no seequivocaba. Pero al acercarse el día señalado, las noticias sobre laevolución de la guerra que llegaban a nuestro campo no hacíansuponer la probabilidad de que nos liberaran en la fechaprometida. El 29 de marzo y de repente F. cayó enfermo con unafiebre muy alta. El día 30 de marzo, el día que la profecía le habíadicho que la guerra y el sufrimiento terminarían para él, cayó enun estado de delirio y perdió la conciencia. El día 31 de marzofalleció. Según todas las apariencias murió de tifus.
Los que conocen la estrecha relación que existe entre el estadode ánimo de una persona —su valor y sus esperanzas, o la faltade ambos— y la capacidad de su cuerpo para conservarseinmune, saben también que si repentinamente pierde laesperanza y el valor, ello puede ocasionarle la muerte. La causaúltima de la muerte de mi amigo fue que la esperada liberación nose produjo y esto le desilusionó totalmente; de pronto, su cuerpoperdió resistencia contra la infección tifoidea latente. Su fe en elfuturo y su voluntad de vivir se paralizaron y su cuerpo fue presade la enfermedad, de suerte que sus sueños se hicieronfinalmente realidad.Las observaciones sobre este caso y la conclusión que de ellaspuede extraerse concuerdan con algo sobre lo que el médico jefedel campo me llamó la atención: la tasa de mortandad semanalen el campo aumentó por encima de todo lo previsto desde lasNavidades de 1944 al Año Nuevo de 1945. A su entender, laexplicación de este aumento no estaba en el empeoramiento denuestras condiciones de trabajo, ni en una disminución de laración alimenticia, ni en un cambió climatológico, ni en el brote denuevas epidemias. Se trataba simplemente de que la mayoría delos prisioneros había abrigado la ingenua ilusión de que paraNavidad les liberarían. Según se iba acercando la fecha sin que seprodujera ninguna noticia alentadora, los prisioneros perdieron suvalor y les venció el desaliento. Como ya dijimos antes, cualquierintento de restablecer la fortaleza interna del recluso bajo lascondiciones de un campo de concentración pasa antes que nadapor el acierto en mostrarle una meta futura. Las palabras deNietzsche: "Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportarcualquier cómo" pudieran ser la motivación que guía todas lasacciones psicoterapéuticas y psicohigiénicas con respecto a losprisioneros. Siempre que se presentaba la oportunidad, erapreciso inculcarles un porque —una meta— de su vivir, a fin deendurecerles para soportar el terrible como de su existencia.

Desgraciado de aquel que no viera ningún sentido en su vida,ninguna meta, ninguna intencionalidad y, por tanto, ningunafinalidad en vivirla, ése estaba perdido. La respuesta típica quesolía dar este hombre a cualquier razonamiento que tratara deanimarle, era: "Ya no espero nada de la vida." ¿Qué respuestapodemos dar a estas palabras?

La pregunta por el sentido de la vida

Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestraactitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismosy* después, enseñar a los desesperados que en realidad noimporta que no esperemos nada de la vida, sino si la vida esperaalgo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntassobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar ennosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua eincesantemente. Nuestra contestación tiene que estar hecha node palabras ni tampoco de meditación, sino de una conducta yuna actuación rectas. En última instancia, vivir significa asumir laresponsabilidad de encontrar la respuesta correcta a losproblemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asignacontinuamente a cada individuo.
Dichas tareas y, consecuentemente, el significado de la vida,difieren de un hombre a otro, de un momento a otro, de modoque resulta completamente imposible definir el significado de lavida en términos generales. Nunca se podrá dar respuesta a laspreguntas relativas al sentido de la vida con argumentosespeciosos. "Vida" no significa algo vago, sino algo muy real yconcreto, que configura el destino de cada hombre, distinto yúnico en cada caso. Ningún hombre ni ningún destino puedencompararse a otro hombre o a otro destino. Ninguna situación serepite y cada una exige una respuesta distinta; unas veces lasituación en que un hombre se encuentra puede exigirle queemprenda algún tipo de acción; otras, puede resultar másventajoso aprovecharla para meditar y sacar las consecuenciaspertinentes. Y, a veces, lo que se exige al hombre puede sersimplemente aceptar su destino y cargar con su cruz. Cadasituación se diferencia por su unicidad y en todo momento no haymás que una única respuesta correcta al problema que lasituación plantea.

Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha deaceptar dicho sufrimiento, pues ésa es su sola y única tarea. Hade reconoces el hecho de que, incluso sufriendo, él es único yestá solo en el universo. Nadie puede redimirle de su sufrimientoni sufrir en su lugar. Su única oportunidad reside en la actitud queadopte al soportar su carga.

En cuanto a nosotros, como prisioneros, tales pensamientos noeran especulaciones muy alejadas de la realidad, eran los únicospensamientos capaces de ayudarnos, de liberarnos de ladesesperación, aun cuando no se vislumbrara ningunaoportunidad de salir con vida. Ya hacía tiempo que habíamospasado por la etapa de pedir a la vida un sentido, tal como el dealcanzar alguna meta mediante la creación activa de algo valioso.Para nosotros el significado de la vida abarcaba círculos másamplios, como son los de la vida y la muerte y por este sentido espor el que luchábamos.

Sufrimiento como prestación

Una vez que nos fue revelado el significado del sufrimiento,nos negamos a minimizar o aliviar las torturas del campo a basede ignorarlas o de abrigar falsas ilusiones o de alimentar unoptimismo artificial. El sufrimiento se había convertido en unatarea a realizar y no queríamos volverle la espalda. Habíamosaprehendido las oportunidades de logro que se ocultaban en él,oportunidades que habían llevado al poeta Rilke a decir: "Wie vielist aufzuleiden" "¡Por cuánto sufrimiento hay que pasar!." Rilkehabló de "conseguir mediante el sufrimiento" donde otros hablande "conseguir por medio del trabajo". Ante nosotros teníamos unabuena cantidad de sufrimiento que debíamos soportar, así que erapreciso hacerle frente procurando que los momentos de debilidady de lágrimas se redujeran al mínimo. Pero no había ningunanecesidad de avergonzarse de las lágrimas, pues ellas testificabanque el hombre era verdaderamente valiente; que tenía el valor desufrir. No obstante, muy pocos lo entendían así. Algunas veces,alguien confesaba avergonzado haber llorado, como aquelcompañero que respondió a mi pregunta sobre cómo habíavencido el edema, confesando: "Lo he expulsado de mi cuerpo abase de lágrimas."

Algo nos espera

Siempre que era posible, en el campo se aplicaba algo quepodría definirse como los fundamentos de la psicoterapia o de lapsicohigiene, tanto individual como colectivamente. Los esbozosde psicoterapia individual solían ser del tipo del "procedimientopara salvar la vida". Dichas acciones se emprendían por reglageneral con vistas a evitar los suicidios. Una regla del campo muyestricta prohibía que se tomara ninguna iniciativa tendente asalvar a un hombre que tratara de suicidarse. Por ejemplo, seprohibía cortar la soga del hombre que intentaba ahorcarse, porconsiguiente, era de suma importancia impedir que se llegara atales extremos.
Recuerdo dos casos de suicidio frustrado que guardan entre símucha similitud. Ambos prisioneros habían comentado susintenciones de suicidarse basando su decisión en el argumentotípico de que ya no esperaban nada de la vida. En ambos casos setrataba por lo tanto de hacerles comprender que la vida todavíaesperaba algo de ellos. A uno le quedaba un hijo al que éladoraba y que estaba esperándole en el extranjero. En el otrocaso no era una persona la que le esperaba, sino una cosa, ¡suobra! Era un científico que había iniciado la publicación de unacolección de libros que debía concluir. Nadie más que él podíarealizar su trabajo, lo mismo que nadie más podría nuncareemplazar al padre en el afecto del hijo.

La unicidad y la resolución que diferencian a cada individuo yconfieren un significado a su existencia tienen su incidencia en laactividad creativa, al igual que la tienen en el amor. Cuando seacepta la imposibilidad de reemplazar a una persona, se da pasopara que se manifieste en toda su magnitud la responsabilidadque el hombre asume ante su existencia. El hombre que se haceconsciente de su responsabilidad ante el ser humano que leespera con todo su afecto o ante una obra inconclusa no podránunca tirar su vida por la borda. Conoce el "porqué" de suexistencia y podrá soportar casi cualquier "cómo".

Una palabra a tiempo

Las oportunidades para la psicoterapia colectiva eranlimitadas. El ejemplo correcto era más efectivo de lo que pudieranserlo las palabras. Los jefes de barracón que no eran autoritarios,por ejemplo, tenían precisamente por su forma de ser y actuarmil oportunidades de ejercitar una influencia de largo alcancesobre los que estaban bajo su jurisdicción. La influencia inmediatade una determinada forma de conducta es siempre más efectivaque las palabras. Pero, a veces, una palabra también resultaefectiva cuando la receptividad mental se intensifica con motivode las circunstancias externas. Recuerdo un incidente en quehubo lugar para realizar una labor terapéutica sobre todos losprisioneros de un barracón, como consecuencia de laintensificación de su receptividad provocada por una determinadasituación externa.
Había sido un día muy malo. A la hora de la formación sehabía leído un anuncio sobre los muchos actos que, de entoncesen adelante, se considerarían acciones de sabotaje y, porconsiguiente, punibles con la horca. Entre estas faltas se incluíannimiedades como cortar pequeñas tiras de nuestras viejas mantas(para utilizarlas como vendajes para los tobillos) y "robosmínimos. Hacía unos días que un prisionero al borde de lainanición había entrado en el almacén de víveres y había robadoalgunos kilos de patatas. El robo se descubrió y algunosprisioneros reconocieron al "ladrón". Cuando las autoridades delcampo tuvieron noticia de lo sucedido, ordenaron que lesentregáramos al culpable; si no, todo el campo ayunaría un día.

está que los 2500 hombres prefirieron callar. La tarde deaquel día de ayuno yacíamos exhaustos en los camastros. Nosencontrábamos en las horas más bajas. Apenas sé decía palabra ylas que se pronunciaban tenían un tono de irritación. Entonces, ypara empeorar aún más las cosas, se apagó la luz. Los estados deánimo llegaron a su punto más bajo. Pero el jefe de nuestrobarracón era un hombre sabio e improvisó una pequeña charlasobre todo lo que bullía en nuestra mente en aquellos momentos.

Se refirió a los muchos compañeros que habían muerto en losúltimos días por enfermedad o por suicidio, pero también indicócuál había sido la verdadera razón de esas muertes: la pérdida dela esperanza. Aseguraba que tenía que haber algún medio deprevenir que futuras víctimas llegaran a estados tan extremos. Yal decir esto me señalaba a mí para que les aconsejara.Dios sabe que no estaba en mi talante dar explicacionespsicológicas o predicar sermones a fin de ofrecer a mis camaradasalgún tipo de cuidado médico de sus almas. Tenía frío y sueño,me sentía irritable y cansado, pero hube de sobreponerme a mímismo y aprovechar la oportunidad. En aquel momento era másnecesario que nunca infundirles ánimos.

Asistencia psicológica

Seguidamente hablé del futuro inmediato. Y dije que, para elque quisiera ser imparcial, éste se presentaba bastante negro yconcordé con que cada uno de nosotros podía adivinar que susposibilidades de supervivencia eran mínimas: aun cuando ya nohabía epidemia de tifus yo estimaba que mis propiasoportunidades estaban en razón de uno a veinte. Pero también lesdije que, a pesar de ello, no tenía intención de perder laesperanza y tirarlo todo por la borda, pues nadie sabía lo que elfuturo podía depararle y todavía menos la hora siguiente. Y auncuando no cabía esperar ningún acontecimiento militar importanteen los días sucesivos, quiénes mejor que nosotros, con nuestralarga experiencia en los campos para saber que a veces seofrecían, de repente, grandes oportunidades, cuando menos anivel individual. Por ejemplo, cabía la posibilidad de que,inesperadamente, uno fuera destinado a un grupo especial quegozara de condiciones laborales particularmente favorables, yaque este tipo de cosas constituían la "suerte" del prisionero.Pero no. sólo hablé del futuro y del velo que lo cubría.También les hablé del pasado: de todas sus alegrías y de la luzque irradiaba, brillante aun en la presente oscuridad. Para evitarque mis palabras sonaran como las de un predicador, cité denuevo al poeta que había escrito: “Was du erlebt, kann keineMacht der Welt dir rauben, ningún poder de la tierra podráarrancarte lo que has vivido.” No ya sólo nuestras experiencias,sino cualquier cosa que hubiéramos hecho, cualesquierapensamientos que hubiéramos tenido, así como todo lo quehabíamos sufrido, nada de ello se había perdido, aun cuandohubiera pasado; lo habíamos hecho ser, y haber sido es tambiénuna forma de ser y quizá la más segura.

Seguidamente me referí a las muchas oportunidadesexistentes para darle un sentido a la vida. Hablé a mis camaradas(que yacían inmóviles, si bien de vez en cuando se oía algúnsuspiro) de que la vida humana no cesa nunca, bajo ningunacircunstancia, y de que este infinito significado de la vidacomprende también el sufrimiento y la agonía, las privaciones y lamuerte. Pedí a aquellas pobres criaturas que me escuchabanatentamente en la oscuridad del barracón que hicieran cara a loserio de nuestra situación. No tenían que perder las esperanzas,antes bien debían conservar el valor en la certeza de que nuestralucha desesperada no perdería su dignidad ni su sentido. Lesaseguré que en las horas difíciles siempre había alguien que nosobservaba —un amigo, una esposa, alguien que estuviera vivo omuerto, o un Dios— y que sin duda no querría que ledecepcionáramos, antes bien, esperaba que sufriéramos conorgullo —y no miserablemente— y que supiéramos morir.
Y, finalmente, les hablé de nuestro sacrificio, que en cada casotenía un significado. En la naturaleza de este sacrificio estaba elque pareciera insensato para la vida normal, para el mundo dondeimperaba el éxito material. Pero nuestro sacrificio sí tenía unsentido. Los que profesaran una fe religiosa, dije con franqueza,no hallarían dificultades para entenderlo. Les hablé de uncamarada que al llegar al campo había querido hacer un pactocon el cielo para que su sacrificio y su muerte liberaran al ser queamaba de un doloroso final. Para él, tanto el sufrimiento como lamuerte y, especialmente, aquel sacrificio, eran significativos. Pornada del mundo quería morir, como tampoco lo queríamosninguno de nosotros. Mis palabras tenían como objetivo dotar anuestra vida de un significado, allí y entonces, precisamente enaquel barracón y aquella situación, prácticamente desesperada.Pude comprobar que había logrado mi propósito, pues cuando seencendieron de nuevo las luces, las miserables figuras de miscamaradas se acercaron renqueantes hacia mí para darme lasgracias, con lágrimas en los ojos. Sin embargo, es preciso queconfiese aquí que sólo muy raras veces hallé en mi interiorfuerzas para establecer este tipo de contacto con mis compañerosde sufrimientos y que, seguramente, perdí muchas oportunidadesde hacerlo.

Psicología de los guardias del campamento

Llegamos ya a la tercera fase de las reacciones espirituales delprisionero: su psicología tras la liberación. Pero antes de entrar enella consideremos una pregunta que suele hacérsele al psicólogo,sobre todo cuando conoce el tema por propia experiencia: ¿Quéopina del carácter psicológico de los guardias del campo? ¿Cómoes posible que hombres de carne y hueso como los demáspudieran tratar a sus semejantes en la forma que los prisionerosaseguran que los trataron? Si tras haber oído una y otra vez losrelatos de las atrocidades cometidas se llega al convencimiento deque, por increíbles que parezcan, sucedieron de verdad, loinmediato es preguntar cómo pudieron ocurrir desde un punto devista psicológico. Para contestar a esta pregunta, aunque sinentrar en muchos detalles, es preciso puntualizar algunas cosas.

En primer lugar, había entre los guardias algunos sádicos, sádicosen el sentido clínico más estricto. En segundo lugar, se elegíaespecialmente a los sádicos siempre que se necesitaba undestacamento de guardias muy severos. A esa selección negativade la que ya hemos hablado en otro lugar, como la que serealizaba entre la masa de los propios prisioneros para elegir aaquellos que debían ejercer la función de "capos" y en la que esfácil comprender que, a menudo, fueran los individuos másbrutales y egoístas los que tenían más probabilidades desobrevivir, a esta selección negativa, pues, se añadía en el campola selección positiva de los sádicos.

Se armaba un gran revuelo de alegría cuando, tras dos horasde' duro bregar bajo la cruda helada, nos permitían calentarnosunos pocos minutos allí mismo, al pie del trabajo, frente a unapequeña estufa que se cargaba con ramitas y virutas de madera.

Pero siempre había algún capataz que sentía gran placer enprivarnos de esta pequeña comodidad. Su rostro expresaba bien alas claras la satisfacción que sentía no ya sólo al prohibirnos estarallí, sino volcando la estufa y hundiendo su amoroso fuego en lanieve. Cuando a las SS les molestaba determinada persona,siempre había en sus filas alguien especialmente dotado yaltamente especializado en la tortura sádica a quien se enviaba aldesdichado prisionero.

En tercer lugar, los sentimientos de la mayoría de los guardiasse hallaban embotados por todos aquellos años en que, a ritmosiempre creciente, habían sido testigos de los brutales métodosdel campo. Los que estaban endurecidos moral y mentalmenterehusaban, al menos, tomar parte activa en acciones de caráctersádico, pero no impedían que otros las realizaran.

En cuarto lugar, es preciso afirmar que aun entre los guardiashabía algunos que sentían lástima de nosotros. Mencionaréúnicamente al comandante del campo del que fui liberado.Después de la liberación —y sólo el médico del campo, quetambién era prisionero, tenía conocimiento de ello antes de esafecha— me enteré de que dicho comandante había comprado enla localidad más próxima medicinas destinadas a los prisioneros yhabía pagado de su propio bolsillo cantidades nada despreciables.Por lo que se refiere a este comandante de las SS, ocurrió unincidente interesante relativo a la actitud que tomaron hacia élalgunos de los prisioneros judíos. Al acabar la guerra y serliberados por las tropas norteamericanas, tres jóvenes judíoshúngaros escondieron al comandante en los bosques bávaros. Acontinuación se presentaron ante el comandante de las fuerzasamericanas, quien estaba ansioso por capturar a aquel oficial delas SS, para decirle que le revelarían donde se encontrabaúnicamente bajo determinadas condiciones: el comandante norteamericano tenía que prometer que no se haría ningún dañoa aquel hombre. Tras pensarlo un rato, el comandante prometió alos jóvenes judíos que cuando capturara al prisionero se ocuparíade que no le causaran la más mínima lesión y no sólo cumplió supromesa, sino que, como prueba de ello, el antiguo comandantedel campo de concentración fue, de algún modo, repuesto en sucargo, encargándose de supervisar la recogida de ropas entre lasaldeas bávaras más próximas y de distribuirlas entre nosotros.

El prisionero más antiguo del campo era, sin embargo, muchopeor que todos los guardias de las SS juntos. Golpeaba a losdemás prisioneros a la más mínima falta, mientras que elcomandante alemán, hasta donde yo sé, no levantó nunca lamano contra ninguno de nosotros.

Es evidente que el mero hecho de saber que un hombre fueguardia del campo o prisionero nada nos dice. La bondad humanase encuentra en todos los grupos, incluso en aquellos que, entérminos generales, merecen que se les condene. Los límitesentre estos grupos se superponen muchas veces y no debemosinclinarnos a simplificar las cosas asegurando que unos hombreseran unos ángeles y otros unos demonios. Lo cierto es que,tratándose de un capataz, el hecho de ser amable con losprisioneros a pesar de todas las perniciosas influencias del campoes un gran logro, mientras que la vileza del prisionero quemaltrata a sus propios compañeros merece condenación ydesprecio en grado sumo. Obviamente, los prisioneros veían enestos hombres una falta de carácter que les desconcertabaespecialmente, mientras que se sentían profundamente conmovidos por la más mínima muestra de bondad recibida dealguno de los guardias. Recuerdo que un día un capataz me dioen secreto un trozo de pan que debió haber guardado de supropia ración del desayuno. Pero me dio algo más, un "algo"humano que hizo que se me saltaran las lágrimas: la palabra y lamirada con que aquel hombre acompañó el regalo.

De todo lo expuesto debemos sacar la consecuencia de quehay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la"raza" de los hombres decentes y la raza de los indecentes.Ambas se encuentran en todas partes y en todas las capassociales. Ningún grupo se compone de hombres decentes o dehombres indecentes, así sin más ni más. En este sentido, ningúngrupo es de "pura raza" y, por ello, a veces se podía encontrar,entre los guardias, a alguna persona decente.

La vida en un campo de concentración abría de par en par elalma humana y sacaba a la luz sus abismos. ¿Puede sorprenderque en estas profundidades encontremos, una vez más,únicamente cualidades humanas que, en su naturaleza másíntima, eran una mezcla del bien y del mal? La escisión quesepara el bien del mal, que atraviesa imaginariamente a todo serhumano, alcanza a las profundidades más hondas y se hizomanifiesta en el fondo del abismo que se abrió en los campos de concentración.

Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombrequizá mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, elhombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que hainventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que haentrado en ellas con paso firme musitando una oración.
TERCERA FASE: DESPUÉS DE LA LIBERACIÓN
Y ahora, en el último capítulo dedicado a la psicología de uncampo de concentración, analicemos la psicología del prisioneroque ha sido liberado. Para describir las experiencias de laliberación, que han de ser personales por fuerza, reanudaremos elhilo en aquella parte de nuestro relato que hablaba de la mañanaen que, tras varios días de gran tensión, se izó la bandera blancaa la entrada del campo. Al estado de ansiedad interior siguió unarelajación total. Pero se equivocaría quien pensase que nosvolvimos locos de alegría. ¿Qué sucedió, entonces?
Con torpes pasos, los prisioneros nos arrastramos hasta laspuertas del campo. Tímidamente miramos a nuestro derredor ynos mirábamos los unos a los otros interrogándonos.

Seguidamente, nos aventuramos a dar unos cuantos pasos fueradel campo y esta vez nadie nos impartía órdenes a gritos, niteníamos que apresurarnos en evitación de un golpe o unpuntapié. ¡Oh, no! ¡Esta vez los guardias nos ofrecían cigarrillos!Al principio a duras penas podíamos reconocerlos, ya que sehabían dado mucha prisa en cambiarse de ropa y vestían deciviles. Caminábamos despacio por la carretera que partía delcampo. Pronto sentimos dolor en las piernas y temimos caernos,pero nos repusimos, queríamos ver los alrededores del campo conlos ojos de los hombres libres, por vez primera. "¡Somos libres!",nos decíamos una y otra vez y aún así no podíamos creerlo.Habíamos repetido tantas veces esta palabra durante los añosque soñamos con ella, que ya había perdido su significado. Surealidad no penetraba en nuestra conciencia; no podíamosaprehender el hecho de que la libertad nos perteneciera. Llegamos a los prados cubiertos de flores. Lascontemplábamos y nos dábamos cuenta de que estaban allí, perono despertaban en nosotros ningún sentimiento. El primerdestello de alegría se produjo cuando vimos un gallo con su colade plumas multicolores. Pero no fue más que un destello: todavíano pertenecíamos a este mundo.

Por la tarde y cuando otra vez nos encontramos en nuestrobarracón, un hombre le dijo en secreto a otro: "¿Dime, estuvistehoy contento?"

Y el otro le contestó un tanto avergonzado, pues no sabía quelos demás sentíamos de igual modo: "Para ser franco: no."Literalmente hablando, habíamos perdido la capacidad dealegrarnos y teníamos que volverla a aprender, lentamente.

Desde el punto de vista psicológico, lo que les sucedía a losprisioneros liberados podría denominarse "despersonalización".Todo parecía irreal, improbable, como un sueño. No podíamoscreer que fuera verdad. ¡Cuántas veces, en los pasados años, noshabían engañado los sueños! Habíamos soñado con que llegaba eldía de la liberación, con que nos habían liberado ya, habíamosvuelto a casa, saludado a los amigos, abrazado a la esposa, noshabíamos sentado a la mesa y empezado a contar todo lo quehabíamos pasado, incluso que muy a menudo habíamoscontemplado, en nuestros sueños, el día de nuestra liberación. Yentonces un silbato traspasaba nuestros oídos —la señal delevantarnos— y todos nuestros sueños se venían abajo. Y ahora elsueño se había hecho realidad. ¿Pero podíamos creer de verdad en él?

El cuerpo tiene menos inhibiciones que la mente, así quedesde el primer momento hizo buen uso de la libertad reciénadquirida y empezó a comer vorazmente, durante horas y díasenteros, incluso en mitad de la noche. Sorprende pensar lasingentes cantidades que se pueden comer. Y cuando a uno de losprisioneros le invitaba algún granjero de la vecindad, comía ycomía y bebía café, lo cual le soltaba la lengua y entonceshablaba y hablaba horas enteras. La presión que durante añoshabía oprimido su mente desaparecía al fin. Oyéndole hablar setenía la impresión de que tenía que hablar, de que su deseo dehablar era irresistible. Supe de personas que habían sufrido unapresión muy intensa durante un corto período de tiempo (porejemplo pasar un interrogatorio de la Gestapo) y experimentaronidénticas reacciones. Pasaron muchos días antes de que no sólose soltara la lengua, sino también algo que estaba dentro detodos nosotros; y, de pronto, aquel sentimiento se abrió por entrelas extrañas cadenas que lo habían constreñido.Un día, poco después de nuestra liberación, yo paseaba por lacampiña florida, camino del pueblo más próximo. Las alondras seelevaban hasta el cielo y yo podía oír sus gozosos cantos; nohabía nada más que la tierra y el cielo y el júbilo de las alondras,y la libertad del espacio. Me detuve, miré en derredor, después alcielo, y finalmente caí de rodillas. En aquel momento yo sabíamuy poco de mí o del mundo, sólo tenía en la cabeza una frase,siempre la misma: "Desde mi estrecha prisión llamé a mi Señor yél me contestó desde el espacio en libertad."

No recuerdo cuanto tiempo permanecí allí, de rodillas,repitiendo una y otra vez mi jaculatoria. Pero yo sé que aquel día,en aquel momento, mi vida empezó otra vez. Fui avanzando,paso a paso, hasta volverme de nuevo un ser humano.

El desahogo

El camino que partía de la aguda tensión espiritual de losúltimos días pasados en el campo (de la guerra de nervios a lapaz mental) no estaba exento de obstáculos. Sería un errorpensar que el prisionero liberado no tenía ya necesidad de ningúncuidado. Debemos considerar que un hombre que ha vivido bajouna presión mental tan tremenda y durante tanto tiempo, corretambién peligro después de la liberación, sobre todo habiendocesado la tensión tan de repente. Dicho peligro (desde el punto devista de la higiene psicológica) es la contrapartida psicológica dela aeroembolia. Lo mismo que la salud física de los que trabajanen cámaras de inmersión correría peligro si, de repente,abandonaran la cámara (donde se encuentran bajo una tremendapresión atmosférica), así también el hombre que ha sido liberadorepentinamente de la presión espiritual puede sufrir daño en susalud psíquica.

Durante esta fase psicológica se observaba que las personasde naturaleza más primitiva no podían escapar a las influencias dela brutalidad que les había rodeado mientras vivieron en elcampo. Ahora, al verse libres, pensaban que podían hacer uso desu libertad licenciosamente y sin sujetarse a ninguna norma. Loúnico que había cambiado para ellos era que en vez de seroprimidos eran opresores. Se convirtieron en instigadores y noobjetores, de la fuerza y de la injusticia. Justificaban su conductaen sus propias y terribles experiencias y ello solía ponerse demanifiesto en situaciones aparentemente inofensivas. En unaocasión paseaba yo con un amigo camino del campo deconcentración, cuando de pronto llegamos a un sembrado deespigas verdes. Automáticamente yo las evité, pero él me agarródel brazo y me arrastró hacia el sembrado. Yo balbucí algoreferente a no tronchar las tiernas espigas. Se enfadó muchoconmigo, me lanzó una mirada airada y me gritó:"¡No me digas! ¿No nos han quitado bastante ellos a nosotros?Mi mujer y mi hijo han muerto en la cámara de gas —por nomencionar las demás cosas— y tú me vas a prohibir que troncheunas pocas espigas de trigo?"
Sólo muy lentamente se podía devolver a aquellos hombres ala verdad lisa y llana de que nadie tenía derecho a obrar mal, niaun cuando a él le hubieran hecho daño. Tendríamos que lucharpara hacerles volver a esa verdad, o las consecuencias serían aúnpeores que la pérdida de unos cuantos cientos de granos de trigo.Todavía puedo ver a aquel prisionero que, enrollándose lasmangas de la camisa, metió su mano derecha bajo mi nariz ygritó: "¡Qué me corten la mano si no me la tiño con sangre el díaque vuelva a casa!" Quiero recalcar que quien decía estaspalabras no era un mal tipo: fue el mejor de los camaradas en elcampo y también después.
Aparte de la deformidad moral resultante del repentinoaflojamiento de la tensión espiritual, otras dos experienciasmentales amenazaban con dañar el carácter del prisioneroliberado: la amargura y la desilusión que sentía al volver a suantigua vida.La amargura tenía su origen en todas aquellas cosas contra lasque se rebelaba cuando volvía a su ciudad. Cuando, a su regreso,aquel hombre veía que en muchos lugares se le recibía sólo conun encogimiento de hombros y unas cuantas frases gastadas,solía amargarse preguntándose por qué había tenido que pasarpor todo aquello. Cuando por doquier oía casi las mismaspalabras: "No sabíamos nada" y "nosotros también sufrimos", sehacía siempre la misma pregunta. ¿Es que no tienen nada mejorque decirme?

La experiencia de la desilusión es algo distinta. En este casono era ya el amigo (cuya superficialidad y falta de sentimientosdisgustaban tanto al exclaustrado que finalmente se sentía comosi se arrastrara por un agujero sin ver ni oír a ningún serhumano) que le parecía cruel, sino su propio sino. El hombre quedurante años había creído alcanzar el límite absoluto delsufrimiento se encontraba ahora con que el sufrimiento no teníalímites y con que todavía podía sufrir más y más intensamente.

Cuando hablábamos de los intentos de infundir en el prisioneroánimo para superar su situación, decíamos que había quemostrarle algo que le hiciera pensar en el porvenir. Había querecordarle que la vida todavía le estaba esperando, que un serhumano aguardaba a que él regresara. Pero, ¿y después de laliberación? Algunos se encontraron con que nadie les esperaba.

Desgraciado de aquel que halló que la persona cuyo solorecuerdo le había dado valor en el campo ¡ya no vivía!¡Desdichado de aquel que, cuando finalmente llegó el día de sussueños, encontró todo distinto a como lo había añorado! Quizásabordó un trolebús y viajó hasta la casa que durante años habíatenido en su mente, quizá llamó al timbre, al igual que lo habíasoñado en miles de sueños, para encontrarse con que la personaque tendría que abrirle la puerta no estaba allí, ni nunca volvería.Allá en el campo, todos nos habíamos confesado unos a otrosque no podía haber en la tierra felicidad que nos compensara portodo lo que habíamos sufrido. No esperábamos encontrar lafelicidad, no era esto lo que infundía valor y confería significado anuestro sufrimiento, a nuestros sacrificios, a nuestra agonía.Ahora bien, tampoco estábamos preparados para la infelicidad.Esta desilusión que aguardaba a un número no desdeñable deprisioneros resultó ser una experiencia muy dura de sobrellevar ytambién muy difícil de tratar desde el punto de vista delpsiquiatra; aunque tampoco tendría que desalentarle; muy alcontrario, debiera ser un acicate y un estímulo más.

Pero para todos y cada uno de los prisioneros liberados llegó eldía en que, volviendo la vista atrás a aquella experiencia delcampo, fueron incapaces de comprender cómo habían podidosoportarlo. Y si llegó por fin el día de su liberación y todo lespareció como un bello sueño, también llegó el día en que todaslas experiencias del campo no fueron para ellos nada más queuna pesadilla.

La experiencia final para el hombre que vuelve a su hogar esla maravillosa sensación de que, después de todo lo que hasufrido, ya no hay nada a lo que tenga que temer, excepto a su Dios.
SEGUNDA PARTE

CONCEPTOS BÁSICOS DE LOGOTERAPIA

Los lectores de mi breve relato autobiográfico me pidieron quehiciera una exposición más directa y completa de mi doctrinaterapéutica. En consecuencia, añadí a la edición original unsucinto resumen de lo que es la logoterapia. Pero no ha sidosuficiente; me acosan pidiéndome que trate más detenidamenteel tema, de modo que en la presente edición he dado una nuevaredacción a mi relato, ampliándolo con más detalles.No ha sido un cometido fácil. Transmitir al lector en un espacioreducido todo el material que en alemán requirió veintevolúmenes es una tarea capaz de desanimar a cualquiera.Recuerdo a un colega norteamericano que un día me preguntó enmi clínica de Viena: "Veamos, doctor, ¿usted es psicoanalista?" Alo que yo le contesté: "No exactamente psicoanalista. Digamosque soy psicoterapeuta." Entonces siguió preguntándome: "A quéescuela pertenece usted?" "Es mi propia teoría; se llamalogoterapia", le repliqué. "¿Puede definirme en una frase lo quequiere decir logoterapia?" "Sí", le dije, "pero antes que nada,¿puede usted definir en una sola frase la esencia delpsicoanálisis?" He aquí su respuesta: "En el psicoanálisis, elpaciente se tiende en un diván y le dice a usted cosas que, aveces, son muy desagradables de decir." Tras lo cual y deinmediato yo le devolví la siguiente improvisación: "Pues bien, enla logoterapia, el paciente permanece sentado, bien derecho, perotiene que oír cosas que, a veces, son muy desagradables de escuchar."

Por supuesto dije esto en tono más bien festivo y sin pretenderque fuera una versión resumida de la logoterapia. Sin embargotiene mucho de verdad, pues, comparada con el psicoanálisis, lalogoterapia es un método menos retrospectivo y menosintrospectivo. La logoterapia mira más bien al futuro, es decir, alos cometidos y sentidos que el paciente tiene que realizar en elfuturo. A la vez, la logoterapia se desentiende de todas lasformulaciones del tipo círculo vicioso y de todos los mecanismosde retroacción que tan importante papel desempeñan en eldesarrollo de las neurosis. De esta forma se quiebra el típicoensimismamiento del neurótico, en vez de volver una y otra vezsobre lo mismo, con el consiguiente refuerzo.Que duda cabe que mi definición simplificaba las cosas hasta elmáximo y, sin embargo, al aplicar la logoterapia el paciente ha deenfrentarse con el sentido de su propia vida para, a continuación,rectificar la orientación de su conducta en tal sentido. Porconsiguiente, mi definición improvisada de la logoterapia es válidaen cuanto que el neurótico trata de eludir el cabal conocimientode su cometido en la vida, y el hacerle sabedor de esta tarea ydespertarle a una concienciación plena puede ayudar mucho a sucapacidad para sobreponerse a su neurosis.

Explicaré a continuación por qué empleé el término"logoterapia" para definir mi teoría. Logos es una palabra griegaque equivale a "sentido", "significado" o "propósito". Lalogoterapia o, como muchos autores la han llamado, "la terceraescuela vienesa de psicoterapia", se centra en el significado de laexistencia humana, así como en la búsqueda de dicho sentido porparte del hombre. De acuerdo con la logoterapia, la primerafuerza motivante del hombre es la lucha por encontrarle unsentido a su propia vida. Por eso hablo yo de voluntad de sentido,en contraste con el principio de placer (o, como tambiénpodríamos denominarlo, la voluntad de placer) en que se centra elpsicoanálisis freudiano, y en contraste con la voluntad de poderque enfatiza la psicología de Adler.Voluntad de sentidoLa búsqueda por parte del hombre del sentido de la vidaconstituye una fuerza primaria y no una "racionalizaciónsecundaria" de sus impulsos instintivos. Este sentido es único yespecífico en cuanto es uno mismo y uno solo quien tiene queencontrarlo; únicamente así logra alcanzar el hombre unsignificado que satisfaga su propia voluntad de sentido. Algunosautores sostienen que los sentidos y los principios no son otracosa que "mecanismos de defensa", "formaciones y sublimacionesde las reacciones". Por lo que a mí toca, yo no quisiera vivirsimplemente por mor de mis "mecanismos de defensa", ni estaríadispuesto a morir por mis "formaciones de las reacciones". Elhombre, no obstante, ¡es capaz de vivir e incluso de morir por susideales y principios!

Hace unos cuantos años se realizó en Francia una encuesta deopinión. Los resultados demostraron que el 80 % de la poblaciónencuestada reconocía que el hombre necesita "algo" por qué vivir.Además, el 61 % admitía que había algo, o alguien, en sus vidaspor cuya causa estaban dispuestos incluso a morir. Repetí estaencuesta en mi clínica de Viena tanto entre los pacientes comoentre el personal y el resultado fue prácticamente similar alobtenido entre las miles de personas encuestadas en Francia; ladiferencia fue sólo de un 2 %. En otras palabras, la voluntad desentido para muchas personas es cuestión de hecho, no de fe.Ni que decir tiene que son muchos los casos en que lainsistencia de algunas personas en los principios morales no esmás que una pantalla para ocultar sus conflictos internos; peroaun siendo esto cierto, representa la excepción a la regla y no lamayoría. En dichos casos se justifica la interpretaciónpsicodinámica como un intento de analizar la dinámicainconsciente que le sirve de base. Nos encontramos en realidadante pseudoprincipios (buen ejemplo de ello es el caso delfanático) que, por lo mismo, es preciso desenmascarar. Eldesenmascaramiento o la desmitificación cesará, sin embargo, encuanto uno se tope con lo que el hombre tiene de auténtico y degenuino; por ejemplo, el deseo de una vida lo más significativaposible. Si al llegar aquí no se detiene, el hombre que realiza eldesenmascaramiento se limitaba a traicionar su propia voluntad almenospreciar las aspiraciones espirituales de los demás.

Tenemos que precavernos de la tendencia a considerar losprincipios morales como simple expresión del hombre. Pues lagoso "sentido' no es sólo algo que nace de la propia existencia, sinoalgo que hace frente a la existencia. Si ese sentido que espera serrealizado por el hombre no fuera nada más que la expresión de símismo o nada más que la proyección de un espejismo, perderíainmediatamente su carácter de exigencia y desafío; no podríamotivar al hombre ni requerirle por más tiempo. Esto se consideraverdadero no sólo por lo que se refiere a la sublimación de losimpulsos instintivos, sino también por lo que toca a lo que C.G.Jung denomina arquetipos del "inconsciente colectivo", en cuantoestos últimos serían también expresiones propias de lahumanidad, como un todo. Y también se considera cierto por loque se refiere al argumento de algunos pensadoresexistencialistas que no ven en los ideales humanos otra cosa queinvenciones. Según J.P. Sartre, el hombre se inventa a sí mismo,concibe su propia "esencia", es decir, lo que él es esencialmente,incluso lo que debería o tendría que ser. Pero yo no considero quenosotros inventemos el sentido de nuestra existencia, sino que lo descubrimos.

La investigación psicodinámica en el campo de los principios eslegítima; la cuestión estriba en saber si siempre es apropiada. Porencima de todas las cosas debemos recordar que unainvestigación exclusivamente psicodinámica puede, en principio,revelar únicamente lo que es una fuerza impulsora en el hombre.Ahora bien, los principios morales no mueven al hombre, no leempujan, más bien tiran de él. Diré, de paso, que es unadiferencia que recordaba continuamente al pasar por las puertasde los hoteles de Norteamérica: hay que tirar de una y empujarotra. Pues bien, si yo digo que el hombre se ve arrastrado por losprincipios morales, lo que implícitamente se infiere es el hecho deque la voluntad interviene siempre: la libertad del hombre paraelegir entre aceptar o rechazar una oferta; es decir, para cumplirun sentido potencial o bien para perderlo.

Sin embargo, debe quedar bien claro que en el hombre nocabe hablar de eso que suele llamarse impulso moral o impulsoreligioso, interpretándolo de manera idéntica a cuando decimosque los seres humanos están determinados por los instintosbásicos. Nunca el hombre se ve impulsado a una conducta moral;en cada caso concreto decide actuar moralmente. Y el hombre noactúa así para satisfacer un impulso moral y tener una buenaconciencia; lo hace por amor de una causa con la que seidentifica, o por la persona que ama, o por la gloria de Dios. Siobra para tranquilizar su conciencia será un fariseo y dejará deser una persona verdaderamente moral. Creo que hasta losmismos santos no se preocupan de otra cosa que no sea servir asu Dios y dudo siquiera de que piensen en ser santos. Si así fueraserían perfeccionistas, pero no santos. Cierto que, como reza eldicho alemán, "una buena conciencia es la mejor almohada"; perola verdadera moralidad es algo más que un somnífero o untranquilizante.
Frustración existencial
La voluntad de sentido del hombre puede también frustrarse,en cuyo caso la logoterapia habla de la frustración existencial. Eltérmino existencial se puede utilizar de tres maneras: parareferirse a la propia (1) existencia; es decir, el modo de serespecíficamente humano; (2) el sentido de la existencia; y (3) elafán de encontrar un sentido concreto a la existencia personal, olo que es lo mismo, la voluntad de sentido.
La frustración existencial se puede también resolver enneurosis. Para este tipo de neurosis, la logoterapia ha acuñado eltérmino "neurosis noógena", en contraste con la neurosis ensentido estricto; es decir, la neurosis psicógena. Las neurosisnoógenas tienen su origen no en lo psicológico, sino más bien enla dimensión noológica (del griego noos, que significa mente), dela existencia humana. Este término logoterapéutico denota algoque pertenece al núcleo "espiritual" de la personalidad humana.

No obstante, debe recordarse que dentro del marco de referenciade la logoterapia, el término "espiritual" no tiene connotaciónprimordialmente religiosa, sino que hace referencia a la dimensiónespecíficamente humana.

Neurosis noógena

Las neurosis noógenas no nacen de los conflictos entreimpulsos e instintos, sino más bien de los conflictos entreprincipios morales distintos; en otras palabras, de los conflictosmorales o, expresándonos en términos más generales, de losproblemas espirituales, entre los que la frustración existencialsuele desempeñar una función importante.

Resulta obvio que en los casos noógenos, la terapia apropiadae idónea no es la psicoterapia en general, sino la logoterapia, esdecir, una terapia que se atreva a penetrar en la dimensiónespiritual de la existencia humana. De hecho, lagos en griego nosólo quiere decir "significación" o "sentido", sino también"espíritu". La logoterapia considera en términos espirituales temasasimismo espirituales, como pueden ser la aspiración humana poruna existencia significativa y la frustración de este anhelo. Dichostemas se tratan con sinceridad y desde el momento que seinician, en vez de rastrearlos hasta sus raíces y orígenesinconscientes, es decir, en vez de tratarlos como instintivos. Si unmédico no acierta a distinguir entre la dimensión espiritual comoopuesta a la dimensión instintiva, el resultado es una tremenda confusión. Citaré el siguiente ejemplo: un diplomáticonorteamericano de alta graduación acudió a mi consulta en Vienaa fin de continuar un tratamiento psicoanalítico que había iniciadocinco años antes con un analista de Nueva York. Para empezar, lepregunté qué le había llevado a pensar que debía ser analizado;es decir, antes que nada, cuál había sido la causa de iniciar elanálisis. El paciente me contestó que se sentía insatisfecho con suprofesión y tenía serias dificultades para cumplir la políticaexterior de Norteamérica. Su analista le había repetido una y otravez que debía tratar de reconciliarse con su padre, pues elgobierno estadounidense, al igual que sus superiores, "no eranotra cosa" que imágenes del padre y, consecuentemente, lainsatisfacción que sentía por su trabajo se debía al aborrecimientoque, inconscientemente, abrigaba hacia su padre. A lo largo de unanálisis que había durado cinco años, el paciente, cada vez sehabía ido sintiendo más dispuesto a aceptar estasinterpretaciones, hasta que al final era incapaz de ver el bosquede la realidad a causa de los árboles de símbolos e imágenes.Tras unas cuantas entrevistas, quedó bien patente que suvoluntad de sentido se había visto frustrada por su vocación yañoraba no estar realizando otro trabajo distinto. Como no habíaninguna razón para no abandonar su empleo y dedicarse a otracosa, así lo hizo y con resultados muy gratificantes. Según me hainformado recientemente lleva ya cinco años en su nuevaprofesión y está contento. Dudo mucho que, en este caso, yotratara con una personalidad neurótica, ni mucho menos, y porello dudo de que necesitara ningún tipo de psicoterapia, nitampoco de logoterapia, por la sencilla razón de que ni siquieraera un paciente. Pues no todos los conflictos son necesariamenteneuróticos y, a veces, es normal y saludable cierta dosis deconflictividad. Análogamente, el sufrimiento no es siempre unfenómeno patológico; más que un síntoma neurótico, elsufrimiento puede muy bien ser un logro humano, sobre todocuando nace de la frustración existencial. Yo niegocategóricamente que la búsqueda de un sentido para la propiaexistencia, o incluso la duda de que exista, proceda siempre deuna enfermedad o sea resultado de ella. La frustración existencialno es en sí misma ni patológica ni patógena.
El interés delhombre, incluso su desesperación por lo que la vida tenga devaliosa es una angustia espiritual, pero no es en modo alguno unaenfermedad mental. Muy bien pudiera acaecer que al interpretarla primera como si fuera la segunda, el especialista se veainducido a enterrar la desesperación existencial de su pacientebajo un cúmulo de drogas tranquilizantes. Su deber consiste, encambio, en conducir a ese paciente a través de su crisisexistencial de crecimiento y desarrollo. La logoterapia consideraque es su cometido ayudar al paciente a encontrar el sentido desu vida. En cuanto la logoterapia le hace consciente del logosoculto de su existencia, es un proceso analítico. Hasta aquí, lalogoterapia se parece al psicoanálisis. Ahora bien, la pretensiónde la logoterapia de conseguir que algo vuelva otra vez a laconciencia no limita su actividad a los hechos instintivos queestán en el inconsciente del individuo, sino que también le haceocuparse de realidades espirituales tales como el sentido potencialde la existencia que ha de cumplirse, así como de su voluntad desentido. Sin embargo, todo análisis, aun en el caso de que nocomprenda la dimensión noológica o espiritual en su procesoterapéutico, trata de hacer al paciente consciente de lo queanhela en lo más profundo de su ser. La logoterapia difiere delpsicoanálisis en cuanto considera al hombre como un ser cuyoprincipal interés consiste en cumplir un sentido y realizar susprincipios morales, y no en la mera gratificación y satisfacción desus impulsos e instintos ni en poco más que la conciliación de lasconflictivas exigencias del ello, del yo y del super yo, o en lasimple adaptación y ajuste a la sociedad y al entorno.

Noodinámica

Cierto que la búsqueda humana de ese sentido y de esosprincipios puede nacer de una tensión interna y no de unequilibrio interno.

Ahora bien, precisamente esta tensión es un requisitoindispensable de la salud mental. Y yo me atrevería a decir queno hay nada en el mundo capaz de ayudarnos a sobrevivir, aunen las peores condiciones, como el hecho de saber que la vidatiene un sentido. Hay mucha sabiduría en Nietzsche cuando dice:"Quien tiene un porque para vivir puede soportar casi cualquiercomo." Yo veo en estas palabras un motor que es válido paracualquier psicoterapia. Los campos de concentración nazis fuerontestigos (y ello fue confirmado más tarde por los psiquiatrasnorteamericanos tanto en Japón como en Corea) de que los másaptos para la supervivencia eran aquellos que sabían que lesesperaba una tarea por realizar.

En cuanto a mí, cuando fui internado en el campo deAuschwitz me confiscaron un manuscrito listo para supublicación1. No cabe duda de que mi profundo interés por volvera escribir el libro me ayudó a superar los rigores de aquel campo.Por ejemplo, cuando caí enfermo de tifus anoté en míseras tirasde papel muchos apuntes con la idea de que me sirvieran pararedactar de nuevo el manuscrito si sobrevivía hasta el día de laliberación. Estoy convencido de que la reconstrucción de aquel1. Se trataba de la primera versión de mi primer libro, cuya traducción alcastellano la publicó en 1950 el Fondo de Cultura Económica, México, con eltítulo Psicoanálisis y existencialismo.

trabajo que perdí en los siniestros barracones de un campo deconcentración bávaro me ayudó a vencer el peligro del colapso.Puede verse, pues, que la salud se basa en un cierto grado detensión, la tensión existente entre lo que ya se ha logrado y loque todavía no se ha conseguido; o el vacío entre lo que se es ylo que se debería ser. Esta tensión es inherente al ser humano ypor consiguiente es indispensable al bienestar mental. Nodebemos, pues, dudar en desafiar al hombre a que cumpla susentido potencial. Sólo de este modo despertamos del estado delatencia su voluntad de significación.
Considero un concepto falsoy peligroso para la higiene mental dar por supuesto que lo que elhombre necesita ante todo es equilibrio o, como se denomina enbiología "homeostasis"; es decir, un estado sin tensiones. Lo queel hombre realmente necesita no es vivir sin tensiones, sinoesforzarse y luchar por una meta que le merezca la pena. Lo queprecisa no es eliminar la tensión a toda costa, sino sentir lallamada de un sentido potencial que está esperando a que él locumpla. Lo que el hombre necesita no es la "homeostasis", sino loque yo llamo la "noodinámica", es decir, la dinámica espiritualdentro de un campo de tensión bipolar en el cual un polo vienerepresentado por el significado que debe cumplirse y el otro polopor el hombre que debe cumplirlo. Y no debe pensarse que estoes cierto sólo para las condiciones normales; su validez es aúnmás patente en el caso de individuos neuróticos. Cuando losarquitectos quieren apuntalar un arco que se hunde, aumentan lacarga encima de él, para que sus partes se unan así con mayorfirmeza. Así también, si los terapeutas quieren fortalecer la saludmental de sus pacientes, no deben tener miedo a aumentar dichacarga y orientarles hacia el sentido de sus vidas.

Una vez puesta de manifiesto la incidencia beneficiosa queejerce la orientación significativa, me ocuparé de la influencianociva que encierra ese sentimiento del que se quejan hoymuchos pacientes; a saber, el sentimiento de que sus vidascarecen total y definitivamente de un sentido. Se ven acosadospor la experiencia de su vaciedad íntima, del desierto quealbergan dentro de sí; están atrapados en esa situación que ellosdenominan "vacío existencial".
El vacío existencial
El vacío existencial es un fenómeno muy extendido en el sigloXX. Ello es comprensible y puede deberse a la doble pérdida queel hombre tiene que soportar desde que se convirtió en unverdadero ser humano. Al principio de la historia de lahumanidad, el hombre perdió algunos de los instintos animalesbásicos que conforman la conducta del animal y le confierenseguridad; seguridad que, como el paraíso, le está hoy vedada alhombre para siempre: el hombre tiene que elegir; pero, además,en los últimos tiempos de su transcurrir, el hombre ha sufridootra pérdida: las tradiciones que habían servido de contrafuerte asu conducta se están diluyendo a pasos agigantados. Carece,pues, de un instinto que le diga lo que ha de hacer, y no tiene yatradiciones que le indiquen lo que debe hacer; en ocasiones nosabe ni siquiera lo que le gustaría hacer. En su lugar, desea hacerlo que otras personas hacen (conformismo) o hace lo que otraspersonas quieren que haga (totalitarismo).

Mi equipo del departamento neurológico realizó una encuestaentre los pacientes y los enfermos del Hospital Policlínico de Vienay en ella se reveló que el 55 % de las personas encuestadas acusaban un mayor o menor grado de vacío existencial. En otraspalabras, más de la mitad de ellos habían experimentado lapérdida del sentimiento de que la vida es significativa.
vacío existencial se manifiesta sobre todo en un estado detedio. Podemos comprender hoy a Schopenhauer cuando decíaque, aparentemente, la humanidad estaba condenada a basculareternamente entre los dos extremos de la tensión y elaburrimiento. De hecho, el hastío es hoy causa de más problemasque la tensión y, desde luego, lleva más casos a la consulta delpsiquiatra. Estos problemas se hacen cada vez más críticos, puesla progresiva automatización tendrá como consecuencia un granaumento del promedio de tiempo de ocio para los obreros. Loúnico malo de ello es que muchos quizás no sepan qué hacer contodo ese tiempo libre recién adquirido.

Pensemos, por ejemplo, en la "neurosis del domingo", esaespecie de depresión que aflige a las personas conscientes de lafalta de contenido de sus vidas cuando el trajín de la semana seacaba y ante ellos se pone de manifiesto su vacío interno. Nopocos casos de suicidio pueden rastrearse hasta ese vacíoexistencial. No es comprensible que se extiendan tanto losfenómenos del alcoholismo y la delincuencia juvenil a menos quereconozcamos la existencia del vacío existencial que les sirve desustento. Y esto es igualmente válido en el caso de los jubilados yde las personas de edad.

Sin contar con que el vacío existencial se manifiestaenmascarado con diversas caretas y disfraces. A veces lafrustración de la voluntad de sentido se compensa mediante unavoluntad de poder, en la que cabe su expresión más primitiva: lavoluntad de tener dinero. En otros casos, en que la voluntad desentido se frustra, viene a ocupar su lugar la voluntad de placer.Esta es la razón de que la frustración existencial suelemanifestarse en forma de compensación sexual y así, en los casosde vacío existencial, podemos observar que la libido sexual sevuelve agresiva.

Algo parecido sucede en las neurosis. Hay determinados tiposde mecanismos de retroacción y de formación de círculos viciososque trataré más adelante. Sin embargo una y otra vez se observaque esta sintomatología invade las existencias vacías, en cuyoseno se desarrolla y florece. En estos pacientes el síntoma quetenemos que tratar no es una neurosis noógena. Ahora bien,nunca conseguiremos que el paciente se sobreponga a sucondición si no complementamos el tratamiento psicoterapéuticocon la logoterapia, ya que al llenar su vacío existencial sepreviene al paciente de ulteriores recaídas. Así pues, lalogoterapia está indicada no sólo en los casos noógenos comoseñalábamos antes, sino también en los casos psicógenos y,sobre todo, en lo que yo he denominado "(pseudo)neurosissomatógenas". Desde esta perspectiva se justifica la afirmaciónque un día hiciera además, logoterapia, aunque sea en un grado mínimo." Consideremos a continuación lo que podemos hacer cuando elpaciente pregunta cuál es el sentido de su vida.

El sentido de la vida

Dudo que haya ningún médico que pueda contestar a estapregunta en términos generales, ya que el sentido de la vidadifiere de un hombre a otro, de un día para otro, de una hora aotra hora. Así pues, lo que importa no es el sentido de la vida entérminos generales, sino el significado concreto de la vida de cadaindividuo en un momento dado. Plantear la cuestión en términosgenerales puede equipararse a la pregunta que se le hizo a uncampeón de ajedrez: "Dígame, maestro, ¿cuál es la mejor jugadaque puede hacerse?" Lo que ocurre es, sencillamente, que no haynada que sea la mejor jugada, o una buena jugada, si se laconsidera fuera de la situación especial del juego y de la peculiarpersonalidad del oponente. No deberíamos buscar un sentidoabstracto a la vida, pues cada uno tiene en ella su propia misiónque cumplir; cada uno debe llevar a cabo un cometido concreto.Por tanto ni puede ser reemplazado en la función, ni su vidapuede repetirse; su tarea es única como única es su oportunidadpara instrumentarla.

Como quiera que toda situación vital representa un reto parael hombre y le plantea un problema que sólo él debe resolver, lacuestión del significado de la vida puede en realidad invertirse. Enúltima instancia, el hombre no debería inquirir cuál es el sentidode la vida, sino comprender que es a él a quien se inquiere. Enuna palabra, a cada hombre se le pregunta por la vida yúnicamente puede responder a la vida respondiendo por su propiavida; sólo siendo responsable puede contestar a la vida. De modoque la logoterapia considera que la esencia íntima de la existenciahumana está en su capacidad de ser responsable.

La esencia de la existencia

Este énfasis en la capacidad de ser responsable se refleja en elimperativo categórico de la logoterapia; a saber: "Vive como si yaestuvieras viviendo por segunda vez y como si la primera vez yahubieras obrado tan desacertadamente como ahora estás a puntode obrar." Me parece a mí que no hay nada que más puedaestimular el sentido humano de la responsabilidad que estamáxima que invita a imaginar, en primer lugar, que el presenteya es pasado y, en segundo lugar, que se puede modificar ycorregir ese pasado: este precepto enfrenta al hombre con lafinitud de la vida, así como con la finalidad de lo que cree de símismo y de su vida.

La logoterapia intenta hacer al paciente plenamente conscientede sus propias responsabilidades; razón por la cual ha de dejarlela opción de decidir por qué, ante qué o ante quién se consideraresponsable. Y por ello el logoterapeuta es el menos tentado detodos los psicoterapeutas a imponer al paciente juicios de valor,pues nunca permitirá que éste traspase al médico laresponsabilidad de juzgar.Corresponde, pues, al paciente decidir si debe interpretar sutarea vital siendo responsable ante la sociedad o ante su propiaconciencia. Una gran mayoría, no obstante, considera que es aDios a quien tiene que rendir cuentas; éstos son los que nointerpretan sus vidas simplemente bajo la idea de que se les haasignado una tarea que cumplir sino que se vuelven hacia elrector que les ha asignado dicha tarea.

La logoterapia no es ni labor docente ni predicación. Está tanlejos del razonamiento lógico como de la exhortación moral. Dichofigurativamente, el papel que el logoterapeuta representa es másel de un especialista en oftalmología que el de un pintor. Esteintenta poner ante nosotros una representación del mundo talcomo él lo ve; el oftalmólogo intenta conseguir que veamos elmundo como realmente es. La función del logoterapeuta consisteen ampliar y ensanchar el campo visual del paciente de forma quesea consciente y visible para él todo el espectro de lassignificaciones y los principios. La logoterapia no precisa imponeral paciente ningún juicio, pues en realidad la verdad se imponepor sí misma sin intervención de ningún tipo.

Al declarar que el hombre es una criatura responsable y quedebe aprehender el sentido potencial de su vida, quiero subrayarque el verdadero sentido de la vida debe encontrarse en el mundoy no dentro del ser humano o de su propia psique, como si setratara de un sistema cerrado. Por idéntica razón, la verdaderameta de la existencia humana no puede hallarse en lo que sedenomina autorrealización. Esta no puede ser en sí misma unameta por la simple razón de que cuanto más se esfuerce elhombre por conseguirla más se le escapa, pues sólo en la mismamedida en que el hombre se compromete al cumplimiento delsentido de su vida, en esa misma medida se autorrealiza. En otraspalabras, la autorrealización no puede alcanzarse cuando seconsidera 'un fin en sí misma, sino cuando se la toma como efectosecundario de la propia trascendencia.

No debe considerarse el mundo como simple expresión de unomismo, ni tampoco como mero instrumento, o como medio paraconseguir la autorrealización. En ambos casos la visión delmundo, o Weltanschauung, se convierte en Weltentwertung, esdecir, menosprecio del mundo.
Ya hemos dicho que el sentido de la vida siempre estácambiando, pero nunca cesa. De acuerdo con la logoterapia,podemos descubrir este sentido de la vida de tres modosdistintos: (1) realizando una acción; (2) teniendo algún principio;y (3) por el sufrimiento. En el primer caso el medio para el logro ocumplimiento es obvio. El segundo y tercer medio precisan serexplicados.

El segundo medio para encontrar un sentido en la vida essentir por algo como, por ejemplo, la obra de la naturaleza o lacultura; y también sentir por alguien, por ejemplo el amor.

eL sentido del amor

El amor constituye la única manera de aprehender a otro serhumano en lo más profundo de su personalidad. Nadie puede sertotalmente conocedor de la esencia de otro ser humano si no leama. Por el acto espiritual del amor se es capaz de ver los trazosy rasgos esenciales en la persona amada; y lo que es más, vertambién sus potencias: lo que todavía no se ha revelado, lo queha de mostrarse. Todavía más, mediante su amor, la persona queama posibilita al amado a que manifieste sus potencias. Al hacerleconsciente de lo que puede ser y de lo que puede llegar a ser,logra que esas potencias se conviertan en realidad.

En logoterapia, el amor no se interpreta como un epifenómeno de los impulsos e instintos sexuales en el sentido delo que se denomina sublimación. El amor es un fenómeno tanprimario como pueda ser el sexo. Normalmente el sexo es unaforma de expresar el amor. El sexo se justifica, incluso sesantifica, en cuanto que es un vehículo del amor, pero sólomientras éste existe. De este modo, el amor no se entiende comoun mero efecto secundario del sexo, sino que el sexo se ve comomedio para expresar la experiencia de ese espíritu de fusión totaly definitivo que se llama amor.

Un tercer cauce para encentar el sentido de la vida es por víadel sufrimiento.

El sentido del sufrimiento

Cuando uno se enfrenta con una situación inevitable,insoslayable, siempre que uno tiene que enfrentarse a un destinoque es imposible cambiar, por ejemplo, una enfermedadincurable, un cáncer que no puede operarse, precisamenteentonces se le presenta la oportunidad de realizar el valorsupremo, de cumplir el sentido más profundo, cual es el delsufrimiento. Porque lo que más importa de todo es la actitud quetomemos hacia el sufrimiento, nuestra actitud al cargar con ese sufrimiento.

Citaré un ejemplo muy claro: en una ocasión, un viejo doctor. Fenómeno que se produce como consecuencia de un fenómeno primario.en medicina general me consultó sobre la fuerte depresión quepadecía. No podía sobreponerse a la pérdida de su esposa, quehabía muerto hacía dos años y a quien él había amado por encimade todas las cosas. ¿De qué forma podía ayudarle? ¿Qué decirle?Pues bien, me abstuve de decirle nada y en vez de ello le espetéla siguiente pregunta: "¿Qué hubiera sucedido, doctor, si ustedhubiera muerto primero y su esposa le hubiera sobrevivido?""¡Oh!", dijo, "¡para ella hubiera sido terrible, habría sufridomuchísimo!" A lo que le repliqué: "Lo ve, doctor, usted le haahorrado a ella todo ese sufrimiento; pero ahora tiene que pagarpor ello sobreviviendo y llorando su muerte."

No dijo nada, pero me tomó la mano y, quedamente,abandonó mi despacho. El sufrimiento deja de ser en cierto modosufrimiento en el momento en que encuentra un sentido, comopuede serlo el sacrificio.

Claro está que en este caso no hubo terapia en el verdaderosentido de la palabra, puesto que, para empezar, su sufrimientono era una enfermedad y, además, yo no podía dar vida a suesposa. Pero en aquel preciso momento sí acerté a modificar suactitud hacia ese destino inalterable en cuanto a partir de esemomento al menos podía encontrar un sentido a su sufrimiento.

Uno de los postulados, básicos de la logoterapia estriba en queel interés principal del hombre no es encontrar el placer, o evitarel dolor, sino encontrarle un sentido a la vida, razón por la cual elhombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que esesufrimiento tenga un sentido.

Ni que decir tiene que el sufrimiento no significará nada amenos que sea absolutamente necesario; por ejemplo, el pacienteno tiene por qué soportar, como si llevara una cruz, el cáncer quepuede combatirse con una operación; en tal caso seríamasoquismo, no heroísmo.

La psicoterapia tradicional ha tendido a restaurar la capacidaddel individuo para el trabajo y para gozar de la vida; lalogoterapia también persigue dichos objetivos y aún va más alláal hacer que el paciente recupere su capacidad de sufrir, si fueranecesario, y por tanto de encontrar un sentido incluso alsufrimiento. En este contexto, Edith Weisskopf-Joelson,catedrática de psicología de la Universidad de Georgia, en suartículo sobre logoterapia4 defiende que "nuestra filosofía de lahigiene mental al uso insiste en la idea de que la gente tiene queser feliz, que la infelicidad es síntoma de desajuste. Un sistematal de valores ha de ser responsable del hecho de que el cúmulode infelicidad inevitable se vea aumentado por la desdicha de serdesgraciado". En otro ensayo5 expresa la esperanza de que lalogoterapia "pueda contribuir a actuar en contra de ciertastendencias indeseables en la cultura actual estadounidense, en laque se da al que sufre incurablemente una oportunidad muypequeña de enorgullecerse de su sufrimiento y de considerarloenaltecedor y no degradante", de forma que "no sólo se sientedesdichado, sino avergonzado además por serlo".

Hay situaciones en las que a uno se le priva de la oportunidadde ejecutar su propio trabajo y de disfrutar de la vida, pero lo quenunca podrá desecharse es la inevitabilidad del sufrimiento. Alaceptar el reto de sufrir valientemente, la vida tiene hasta elúltimo momento un sentido y lo conserva hasta el fin,literalmente hablando. En otras palabras, el sentido de la vida esde tipo incondicional, ya que comprende incluso el sentido delposible sufrimiento.

Traigo ahora a la memoria lo que tal vez constituya laexperiencia más honda que pasé en un campo de concentración.Las probabilidades de sobrevivir en uno de estos campos nosuperaban la proporción de 1 a 28 como puede verificarse por lasestadísticas. No parecía posible, cuanto menos probable, que yopudiera rescatar el manuscrito de mi primer libro, que habíaescondido en mi chaqueta cuando llegué a Auschwitz. Así pues,tuve que pasar el mal trago y sobreponerme a la pérdida de mihijo espiritual. Es más, parecía como si nada o nadie fuera asobrevivirme, ni un hijo físico, ni un hijo espiritual, nada quefuera mío. De modo que tuve que enfrentarme a la pregunta de sien tales circunstancias mi vida no estaba huérfana de cualquier sentido.

Aún no me había dado cuenta de que ya me estaba reservadala respuesta a la pregunta con la que yo mantenía una luchaapasionada, respuesta que muy pronto me sería revelada.

Sucedió cuando tuve que abandonar mis ropas y heredé a cambiolos harapos de un prisionero que habían enviado a la cámara degas nada más poner los pies en la estación de Auschwitz. En vezde las muchas páginas de mi manuscrito encontré en un bolsillode la chaqueta que acababan de entregarme una sola páginaarrancada de un libro de oraciones en hebreo, que contenía lamás importante oración judía, el Shema Yisrael. ¿Cómointerpretar esa "coincidencia" sino como el desafío para vivir mispensamientos en vez de limitarme a ponerlos en el papel?

Un poco más tarde, según recuerdo, me pareció que notardaría en morir. En esta situación crítica, sin embargo, miinterés era distinto del de mis camaradas. Su pregunta era:"¿Sobreviviremos a este campo? Pues si no, este sufrimiento notiene sentido." La pregunta que yo me planteaba era algodistinta: "¿Tienen todo este sufrimiento, estas muertes en tornomío, algún sentido? Porque si no, definitivamente, lasupervivencia no tiene sentido, pues la vida cuyo significadodepende de una casualidad —ya se sobreviva o se escape a ella—en último término no merece ser vivida."

Problemas metaclínicos

Cada día que pasa, el médico se ve confrontado más y máscon las preguntas: ¿Qué es la vida? ¿Qué es el sufrimiento,después de todo? Cierto que incesante y continuamente alpsiquiatra le abordan hoy pacientes que le plantean problemashumanos más que síntomas neuróticos. Algunas de las personasque en la actualidad visitan al psiquiatra hubieran acudido entiempos pasados a un pastor, un sacerdote o un rabino, pero hoy,por lo general, se resisten a ponerse en manos de un eclesiástico,de forma que el médico tiene que hacer frente a cuestionesfilosóficas más que a conflictos emocionales.

Un logodrama

Me gustaría citar el siguiente caso: en una ocasión, la madrede un muchacho que había muerto a la edad de once años fueinternada en mi clínica tras un intento de suicidio. Mi ayudante, elDr. Kocourek, la invitó a unirse a una sesión de terapia de grupo yocurrió que yo entré en la habitación donde se desarrollaba lasesión de psicodrama. En ese momento, ella contaba su historia.

A la muerte de su hijo se quedó sola con otro hijo mayor, queestaba impedido como consecuencia de la parálisis infantil. Elmuchacho no podía moverse si no era empujando una silla deruedas. Y su madre se rebelaba contra el destino. Ahora bien,cuando ella intentó suicidarse junto con su hijo, fue precisamenteel tullido quien le impidió hacerlo. ¡El quería vivir! Para él, la vidaseguía siendo significativa, ¿por qué no había de serlo para sumadre? ¿Cómo podría seguir teniendo sentido su vida? ¿Y cómopodíamos ayudarla a que fuera consciente de ello?Improvisando, participé en la discusión. Y me dirigí a otramujer del grupo. Le pregunté cuántos años tenía y me contestóque treinta. Yo le repliqué: "No, usted no tiene 30, sino 80, estátendida en su cama moribunda y repasa lo que fue su vida, unavida sin hijos pero llena de éxitos económicos y de prestigiosocial." A continuación la invité a considerar cómo se sentiría antetal situación. "¿Qué pensaría usted? ¿Qué se diría a sí misma?"Voy a reproducir lo que dijo exactamente, tomándolo de la cintaen que se grabó la sesión: "Oh, me casé con un millonario; tuveuna vida llena de riquezas, ¡y la viví plenamente! ¡Coqueteé conlos hombres, me burlé de ellos! Pero, ahora tengo ochenta años yningún hijo. Al volver la vista atrás, ya vieja como soy, no puedocomprender el sentido de todo aquello; y ahora no tengo másremedio que decir: ¡mi vida fue un fracaso!"

Invité entonces a la madre del muchacho paralítico a que seimaginara a ella misma en una situación semejante, considerandolo que había sido su vida. Oigamos lo que dijo, grabadoigualmente: "Yo quise tener hijos y mi deseo se cumplió; un hijose murió y el otro hubiera tenido que ir a alguna instituciónbenéfica si yo no me hubiera ocupado de él. Aunque está tullido einválido, es mi hijo después de todo, de manera que he hecho loposible para que tenga una vida plena. He hecho de mi hijo un serhumano mejor." Al llegar a este punto rompió a llorar y,sollozando, continuó: "En cuanto a mí, puedo contemplar en pazmi vida pasada, y puedo decir que mi vida estuvo cargada desentido y yo intenté cumplirlo con todas mis fuerzas. He obrado lomejor que he sabido; he hecho lo mejor que he podido por mihijo. ¡Mi vida no ha sido un fracaso!"

Al considerar su vida como si estuviera en el lecho de muertepudo, de pronto, percibir en ella un sentido, sentido en el quetambién quedaban comprendidos sus sufrimientos. Por idénticomotivo, se hizo patente que una vida tan corta como, porejemplo, la del hijo muerto, podía ser tan rica en alegría y amorque tuviera mayor significado que una vida que hubiera duradoochenta años.

Pasado un rato, procedí a hacer otra pregunta; esta vez medirigía a todo el grupo. Les pregunté si un chimpancé al que sehabía utilizado para producir el suero de la poliomielitis y, portanto, había sido inyectado una y otra vez, sería capaz deaprehender el significado de su sufrimiento. Al unísono, todo elgrupo contestó que no, rotundamente; debido a su limitadainteligencia, el chimpancé no podía introducirse en el mundo delhombre, que es el único mundo donde se comprendería susufrimiento. Entonces continué formulando la siguiente pregunta:"¿Y qué hay del hombre? ¿Están ustedes seguros de que elmundo humano es un punto terminal en la evolución del cosmos?¿No es concebible que exista la posibilidad de otra dimensión, deun mundo más allá del mundo del hombre, un mundo en el que lapregunta sobre el significado último del sufrimiento humanoobtenga respuesta?"

El suprasentido

Este sentido último excede y sobrepasa, necesariamente, lacapacidad intelectual del hombre; en logoterapia empleamos paraeste contexto el término suprasentido. Lo que se le pide alhombre no es, como predican muchos filósofos existenciales, quesoporte la insensatez de la vida, sino más bien que asumaracionalmente su propia capacidad para aprehender toda lasensatez incondicional de esa vida. Logos es más profundo que lógica.

El psiquiatra que vaya más allá del concepto del suprasentido,más tarde o más temprano se sentirá desconcertado por suspacientes, como me sentí yo cuando mi hija de 6 años me hizoesta pregunta:

"¿Por qué hablamos del buen Dios?" A lo que le contesté:"Hace unas semanas tenías sarampión y ahora el buen Dios te hacurado.' Pero la niña no quedó muy contenta y replicó: "Muy bien,papá, pero no te olvides de que primero él me envió el sarampión."

No obstante, cuando un paciente tiene una creencia religiosafirmemente arraigada, no hay ninguna objeción en utilizar elefecto terapéutico de sus convicciones. Y, por consiguiente,reforzar sus recursos espirituales. Para ello, el psiquiatra ha deponerse en el lugar del paciente. Y esto fue exactamente lo quehice, por ejemplo, una vez que me visitó un rabino de Europaoriental y me contó su historia. Había perdido a su mujer y a susseis hijos en el campo de concentración de Auschwitz, muertos enla cámara de gas, y ahora le ocurría que su segunda mujer eraestéril. Le hice observar que la vida no tiene como única finalidadla procreación, porque entonces la vida en sí misma carecería definalidad, y algo que en sí mismo es insensato no puede hacersesensato por el solo hecho de su perpetuación. Ahora bien, elrabino enjuició su difícil situación, como judío ortodoxo que era,aludiendo a la desesperación que le producía el hecho de que a sumuerte no habría ningún hijo suyo para rezarle el Kaddish.

Pero yo no me di por vencido e hice un nuevo intento porayudarle, preguntándole si no tenía ninguna esperanza de ver asus hijos de nuevo en el cielo. Mas la contestación a mi preguntafueron sollozos y lágrimas, y entonces salió a la luz la verdaderarazón de su desesperación: me explicó que sus hijos, al morircomo mártires inocentes, ocuparían en el cielo los más altoslugares y él no podía ni soñar, como viejo pecador que era, conser destinado a un puesto tan bueno. Yo no le contradije, perorepliqué: "¿No es concebible, rabino, que precisamente sea éstala finalidad de que usted sobreviviera a su familia, que ustedpueda haberse purificado a través de aquellos años desufrimiento, de suerte que también usted, aun no siendo inocentecomo lo eran sus hijos, pueda llegar a ser igualmente digno dereunirse con ellos en el cielo? ¿No está escrito en los Salmos queDios conserva todas nuestras lágrimas? Y así tal vez ninguno desus sufrimientos haya sido en vano." Por primera vez en muchosaños y, al amparo de aquel nuevo punto de vista que tuve laoportunidad de presentarle, el rabino encontró alivio a sussufrimientos.La transitoriedad de la vidaA este tipo de cosas que parecen adquirir significado al margende la vida humana pertenecen no ya sólo el sufrimiento, sino lamuerte, no sólo la angustia sino el fin de ésta. Nunca me cansaréde decir que el único aspecto verdaderamente transitorio de lavida es lo que en ella hay de potencial y que en el momento enque se realiza, se hace realidad, se guarda y se entrega alpasado, de donde se rescata y se preserva de la transitoriedad.Porque nada del pasado está irrecuperablemente perdido, sinoque todo se conserva irrevocablemente.

De suerte que la transitoriedad de nuestra existencia en modoalguno hace a ésta carente de significado, pero sí configuranuestra responsabilidad, ya que todo depende de que nosotroscomprendamos que las posibilidades son esencialmentetransitorias. El hombre elige constantemente de entre la granmasa de las posibilidades presentes, ¿a cuál de ellas hay quecondenar a no ser y cuál de ellas debe realizarse? ¿Qué elecciónserá una realización imperecedera, una "huella inmortal en laarena del tiempo"? En todo momento el hombre debe decidir,para bien o para mal, cuál será el monumento de su existencia.

Normalmente, desde luego, el hombre se fija únicamente en larastrojera de lo transitorio y pasa por alto el fruto ya granado delpasado de donde, de una vez por todas, él recupera todas susacciones, todos sus goces y sufrimientos. Nada puede deshacersey nada puede volverse a hacer. Yo diría que haber sido es laforma más segura de ser.

La logoterapia, al tener en cuenta la transitoriedad esencial dela existencia humana, no es pesimista, sino activista. Dichofigurativamente podría expresarse así: el pesimista se parece aun hombre que observa con temor y tristeza como su almanaque,colgado en la pared y del que a diario arranca una hoja, a medidaque transcurren los días se va reduciendo cada vez más. Mientrasque la persona que ataca los problemas de la vida activamente escomo un hombre que arranca sucesivamente las hojas delcalendario de su vida y las va archivando cuidadosamente junto alos que le precedieron, después de haber escrito unas cuantasnotas al dorso. Y así refleja con orgullo y goce toda la riqueza quecontienen estas notas, a lo largo de la vida que ya ha vividoplenamente. ¿Qué puede importarle cuando advierte que se vavolviendo viejo? ¿Tiene alguna razón para envidiar a la gentejoven, o sentir nostalgia por su juventud perdida? ¿Por qué ha deenvidiar a los jóvenes? ¿Por las posibilidades que tienen, por elfuturo que les espera? "No, gracias", pensará. "En vez deposibilidades yo cuento con las realidades de mi pasado, no sólola realidad del trabajo hecho y del amor amado, sino de lossufrimientos sufridos valientemente. Estos sufrimientos sonprecisamente las cosas de las que me siento más orgullosoaunque no inspiren envidia".

La logoterapia como técnica

No es posible tranquilizar un temor realista, como es el temora la muerte, por vía de su interpretación psicodinámica; por otraparte, no se puede curar un temor neurótico, cual es laagorafobia, por ejemplo, mediante el conocimiento filosófico.

Ahora bien, la logoterapia también ha ideado una técnica quetrata estos casos. Para entender lo que sucede cuando se utilizaesta técnica, tomemos como punto de partida una condición quesuele darse en los individuos neuróticos, a saber: la ansiedadanticipatoria. Es característico de ese temor el producirprecisamente aquello que el paciente teme. Por ejemplo, unapersona que teme ponerse colorada cuando entra en una gransala y se encuentra con mucha gente, se ruborizará sin la menorduda. En este sentido podría extrapolarse el dicho: "el deseo es elpadre del pensamiento" y afirmar que "el miedo es la madre del suceso".

Por irónico que parezca, de la misma forma que el miedo haceque suceda lo que uno teme, una intención obligada haceimposible lo que uno desea a la fuerza. Puede observarse estaintención excesiva, o "hiperintención" como yo la denomino,especialmente en los casos de neurosis sexuales. Cuanto másintenta un hombre demostrar su potencia sexual o una mujer sucapacidad para sentir el orgasmo, menos posibilidades tienen deconseguirlo. El placer es, y debe continuar siéndolo, un efecto oproducto secundario, y se destruye y malogra en la medida enque se le hace un fin en sí mismo.

Además de la intención excesiva, tal como acabamos dedescribirla, la atención excesiva o "hiperreflexión", como se ladenomina en logoterapia, puede ser asimismo patógeno (es decir,producir enfermedad). El siguiente informe clínico ilustrará lo quequiero decir. Una joven acudió a mi consulta quejándose de serfrígida. La historia de su vida descubrió que en su niñez su padrehabía abusado de ella; sin embargo y, como fácilmente seevidenció, no fue esta experiencia, traumática en sí, la queeventualmente le había originado la neurosis sexual. Sucedía quetras haber leído trabajos de divulgación sobre psicoanálisis, lapaciente había vivido todo el tiempo con la temerosa expectativade la desgracia que su traumática experiencia le acarrearía en sudía. Esta ansiedad anticipatoria se resolvía tanto en una excesivaintencionalidad para confirmar su femineidad como en unaexcesiva atención que se centraba en sí misma y no en sucompañero. Todo lo cual era más que suficiente para incapacitarlay privarle de la experiencia del placer sexual, ya que en ella elorgasmo era tanto un objeto de la atención como de la intención,en vez de ser un efecto no intencionado de la devoción noreflexiva hacia el compañero. Tras seguir un breve período delogoterapia, la atención e intención excesivas de la paciente sobresu capacidad para experimentar el orgasmo se hicieron "dereflexivas"(y con ello introducimos otro término de lalogoterapia). Cuando recodificó su atención enfocándola hacia elobjeto apropiado, es decir, el compañero, el orgasmo se produjoespontáneamente.

Pues bien, la logoterapia basa su técnica denominada de la"intención paradójica" en la dualidad de que, por una parte elmiedo hace que se produzca lo que se teme y, por otra, lahiperintención estorba lo que se desea10. Por la intenciónparadójica, se invita al paciente fóbico a que intente hacerprecisamente aquello que teme, aunque sea sólo por un momento.
Recordaré un caso. Un joven médico vino a consultarme sobresu temor a transpirar. Siempre que esperaba que se produjera latranspiración, la ansiedad anticipatoria era suficiente paraprecipitar una sudoración. A fin de cortar este procesotautológico, aconsejé al paciente que en el caso de que ocurrierala sudoración, decidiera deliberadamente mostrar a la gentecuánto era capaz de sudar. Una semana más tarde me informó deque cada vez que se encontraba a alguien que antes hubieradesencadenado su ansiedad anticipatoria, se decía para susadentros: "Antes sólo sudaba un litro, pero ahora voy a sudar porlo menos diez." El resultado fue que, tras haber sufrido por sufobia durante años, ahora era capaz, con una sola sesión, deverse permanentemente libre de ella en una semana.

El lector advertirá que este procedimiento consiste en darle lavuelta a la actitud del paciente en la medida en que su temor seve reemplazado por un deseo paradójico. Mediante estetratamiento, el viento se aleja de las velas de la ansiedad.

Ahora bien, este procedimiento debe hacer uso de la capacidadespecíficamente humana para el desprendimiento de uno mismo,inherente al sentido del humor. Esta capacidad básica paradesprenderse de uno mismo se pone de manifiesto siempre quese aplica la técnica logoterapéutica denominada "intenciónparadójica". Al mismo tiempo se capacita al paciente paraapartarse de su propia neurosis. Gordon W. Allport escribe: "Elneurótico que aprende a reírse de sí mismo puede estar en elcamino de gobernarse a sí mismo, tal vez de curarse." Laintención paradójica es la constatación empírica y la aplicaciónclínica de la afirmación de Allport.

Los informes de unos pocos casos más pueden servir paraexplicar mejor este método. El paciente que cito a continuaciónera un contable que había sido tratado por varios doctores endistintas clínicas sin obtener ningún avance terapéutico. Cuandollegó a verme estaba en el límite de la desesperación y reconocíaque estaba a punto de suicidarse. Durante varios años veníapadeciendo el calambre de los escribientes, que últimamente eratan agudo que corría grave peligro de perder su empleo. De modoque una situación tal sólo podía aliviarse por una terapia breve einmediata. Para iniciar el tratamiento, mi ayudante recomendó alpaciente que hiciera justamente lo contrario de lo que veníahaciendo; es decir, en vez de tratar de escribir con la mayorclaridad y pulcritud posibles, que escribiera con los peoresgarabatos. Se le aconsejó que se dijera para sus adentros:

"Bueno, ahora voy a mostrar a toda esa gente lo buenchupatintas que soy." Y en el momento en que deliberadamentetrató de garrapatear, le fue imposible hacerlo. "Intenté hacergarabatos, pero no pude, así de sencillo", nos contó al díasiguiente. En 48 horas el paciente pudo, de este modo, liberarsede su calambre de escribiente y así continuó durante el período de observación después del tratamiento. Hoy es un hombre feliz ypuede trabajar a pleno rendimiento.

Un caso similar referente al habla y no a la escritura me contómi colega en el Departamento de Laringología del HospitalPoliclínico. Era el caso más serio de tartamudeo que él habíaencontrado en muchos años de práctica de la medicina. Nunca ensu vida, hasta donde el tartamudo podía recordar, se había vistolibre de esta dificultad para hablar, ni por un momento, exceptouna vez. Ello sucedió cuando tenía 12 años y se había subidodetrás de un coche de la calle para hacerse llevar. Cuando elconductor le agarró pensó que la única forma de escapar eraatraerse su simpatía, por lo cual trató de demostrarle que era unpobre muchacho tartamudo. Desde el momento en que intentótartamudear fue incapaz de conseguirlo. Sin darse cuenta, habíapracticado la intención paradójica, si bien no con propósitos terapéuticos.

Sin embargo, esta presentación no debería dar la impresión deque la intención paradójica sólo es eficaz en los casosmonosintomáticos. Mediante esta técnica logoterapéutica miscompañeros del Hospital Policlínico de Viena han conseguido curarincluso neurosis de carácter obsesivo-compulsivo en los gradosmás altos y más pertinaces. Hago referencia, por ejemplo, a unamujer de 65 años que durante 60 años venía padeciendo unaobsesión de limpieza tan seria que yo creía que el únicoprocedimiento para curarla era practicarle una lobotomía. Noobstante, mi ayudante empezó el tratamiento logoterapéutico conla técnica de la intención paradójica y dos meses más tarde lapaciente podía llevar una vida normal. Antes de admitirla en laclínica nos había confesado: "La vida es un infierno para mí".

Disminuida por su compulsión y por su obsesión bacteriofóbica, alfinal había tenido que quedarse en la cama todo el día incapaz derealizar ninguna tarea doméstica. No sería exacto afirmar que hoyestá totalmente libre de sus síntomas, ya que siempre puedevenirle a la mente alguna obsesión, pero sí es capaz de "reírse deella", como dice; en una palabra, de aplicar la intención paradójica.

La intención paradójica también puede aplicarse en casos detrastornos del sueño. El temor al insomnio da por resultado unahiperintención de quedarse dormido que, a su vez, incapacita alpaciente para conseguirlo. Para vencer este temor especial, yosuelo aconsejar al paciente que no intente dormir, sino por elcontrario que haga lo opuesto, es decir, permanecer despiertocuanto sea posible. En otras palabras, la hiperintención dequedarse dormido, nacida de la ansiedad anticipatoria de nopoder conseguirlo, debe reemplazarse por la intención paradójicade no quedarse dormido, que pronto se verá seguida por el sueño.

La intención paradójica no es una panacea, pero sí uninstrumento útil en el tratamiento de las situaciones obsesivas,compulsivas y fóbicas, especialmente en los casos en que subyacela ansiedad anticipatoria. Además, es un artilugio terapéutico deefectos a corto plazo, de lo cual no debiera, sin embargo,concluirse que la terapia a corto plazo tenga sólo efectosterapéuticos temporales. Una de las "ilusiones más comunes de laortodoxia freudiana" escribía el desaparecido Emil A. Gutheil "esque la durabilidad de los resultados se corresponde con laduración de la terapia". Entre mis casos tengo, por ejemplo, elinforme de un paciente a quien se administró la intenciónparadójica hace más de veinte años y su efecto terapéutico haprobado ser permanente.

Otro hecho, digno de tener en cuenta, es que la intenciónparadójica es efectiva cualquiera que sea la etiología del caso encuestión. Lo que confirma un planteamiento de Edith Weisskopf-Joelson: "Si bien la terapia tradicional ha insistido en que lasprácticas terapéuticas deben fundamentarse en bases etiológicas,es muy posible que determinados factores puedan ser causa deneurosis durante la niñez más temprana, y que factorestotalmente diferentes puedan curar las neurosis en la edad adulta."

Muy a menudo hemos visto cómo las causas de las neurosis,es decir, los complejos, conflictos y traumas son a veces lossíntomas de las neurosis y no sus causas. El arrecife que se hace visible con la marea baja no es la causa de la marea baja, claroestá, es la marea baja lo que hace que el arrecife se muestre.Ahora bien, ¿qué es la melancolía sino una especie de marea bajaanormal? y otra vez en este caso los sentimientos de culpa queaparecen de manera típica en las "depresiones endógenas" (noconfundirlas con las depresiones neuróticas) no son la causa deesta modalidad especial de la depresión. La verdad es todo locontrario, puesto que esta marea baja emocional hace apareceren la superficie consciente los sentimientos de culpa; se limitaúnicamente a sacarlos a la luz.

En cuanto a la verdadera causa de las neurosis, aparte de suselementos constitutivos, ya sean de naturaleza psíquica osomática, parece que los mecanismos retroactivos del tipo de laansiedad anticipatoria son un importante factor patógeno. A unsíntoma dado le responde una fobia; la fobia desencadena elsíntoma y éste, a su vez, refuerza la fobia. Ahora bien, en loscasos obsesivos-compulsivos se puede observar una cadenasimilar de acontecimientos, en los que el paciente lucha contra lasideas que le acosan15 Con ello, sin embargo, aumenta el poder deaquéllas para molestarle, puesto que la presión precipita lacontrapresión. ¡Y otra vez más el síntoma se refuerza! Por otraparte, tan pronto como el paciente deja de luchar contra susobsesiones y en vez de ello intenta ridiculizarlas, tratándolas conironía, al aplicarles la intención paradójica, se rompe el círculovicioso, el síntoma se debilita y finalmente se atrofia. En el caso701-703 (1955). Ello suele ser motivado por el temor del paciente a que susobsesiones indiquen una psicosis inminente o incluso real; el pacientedesconoce el hecho empírico de que la neurosis obsesiva-compulsiva leinmuniza contra la psicosis formal, en vez de encaminarle en dicha dirección.afortunado que no se haya producido un vacío existencial queinvite y atraiga al síntoma, el paciente no sólo conseguiráridiculizar su temor neurótico, sino que al final logrará ignorarlo por completo.

Como vemos, la ansiedad anticipatoria debe contraatacarsecon la intención paradójica; la hiperintención, al igual que lahiperreflexión deben combatirse con la "de-reflexión"; ahora bien,ésta no es posible, finalmente, si no es mediante un cambio en la orientación del paciente hacia su vocación específica y su misión en la vida.

No es el ensimismamiento del neurótico, ya sea deconmiseración o de desprecio, lo que puede romper la formacióndel círculo; la clave para curarse está en la trascendencia de uno mismo.

La neurosis colectiva

Cada edad tiene su propia neurosis colectiva. Y cada edadprecisa su propia psicoterapia para vencerla. El vacío existencialque es la neurosis masiva de nuestro tiempo puede descubrirsecomo una forma privada y personal de nihilismo, ya que elnihilismo puede definirse como la aseveración de que el sercarece de significación. Por lo que a la psicoterapia se refiere, noobstante, nunca podrá vencer este estado de cosas a escalamasiva si no se mantiene libre del impacto y de la influencia delas tendencias contemporáneas de una filosofía nihilista; de otramanera representa un síntoma de la neurosis masiva, en vez deservir para su posible curación. La psicoterapia no sólo seráreflejo de una filosofía nihilista, sino que asimismo, aun cuandosea involuntariamente y sin quererlo, transmitirá al paciente unacaricatura del hombre y no su verdadera representación.

En primer lugar, existe un riesgo inherente al enseñar la teoría16. Esta convicción la comparte Allport cuando dice: "Al igual que el focode los cambios que compiten desde el conflicto a las metas no egoístas, lavida en conjunto se fortalece aunque las neurosis no desaparezcan nunca porcompleto' de la "nada" del hombre, es decir, la teoría de que el hombre noes sino el resultado de sus condiciones biológicas, sociológicas ypsicológicas o el producto de la herencia y el medio ambiente.

Esta concepción del hombre hace de él un robot, no un serhumano. El fatalismo neurótico se ve alentado y reforzado poruna psicoterapia que niega al hombre su libertad.

Cierto, un ser humano es un ser finito, y su libertad estárestringida. No se trata de liberarse de las condiciones, hablamosde la libertad de tomar una postura ante esas condiciones. Comoya indiqué en una ocasión (Value Dimensions in Teaching, unapelícula en color para la televisión, producida por HollywoodAnimators, Inc., para la California Júnior College Association): tengo el pelo gris; soy responsable de no ir al peluquero a que melo tina, como hacen bastantes señoras. De manera que,tratándose del color del pelo, todo el mundo tiene un cierto gradode libertad.

Crítica al pandeterminismo

Se culpa con frecuencia al psicoanálisis de lo que se llamapansexualismo. Yo, por mi parte, dudo de que tal reproche hayasido alguna vez legítimo. Ahora bien, sí hay algo que a mí meparece todavía una presunción más errónea y peligrosa, a saber,lo que yo llamaría "pandeterminismo". Con lo cual quierosignificar el punto de vista de un hombre que desdeña sucapacidad para asumir una postura ante las situaciones,cualesquiera que éstas sean. El hombre no está totalmentecondicionado y determinado; él es quien determina si ha deentregarse a las situaciones o hacer frente a ellas. En otraspalabras, el hombre en última instancia se determina a sí mismo.

El hombre no se limita a existir, sino que siempre decide cuál serásu existencia y lo que será al minuto siguiente.

Análogamente, todo ser humano tiene la libertad de cambiaren cada instante. Por consiguiente, podemos predecir su futurosólo dentro del amplio marco de la encuesta estadística que serefiere a todo un grupo; la personalidad individual, no obstante,sigue siendo impredecible. Las bases de toda predicción vendránrepresentadas por las condiciones biológicas, psicológicas osociológicas. No obstante, uno de los rasgos principales de laexistencia humana es la capacidad para elevarse por encima deestas condiciones y trascenderlas. Análogamente, y en últimotérmino, el hombre se trasciende a sí mismo; el ser humano esun ser autotrascendente.

Permítaseme citar el caso del Dr. J. Es el único hombre que heencontrado en toda mi vida a quien me atrevería a calificar demefistofélico, un ser diabólico. En aquel tiempo solíadenominársele "el asesino de masas de Steinhof, nombre del granmanicomio de Viena. Cuando los nazis iniciaron su programa deeutanasia, tuvo en su mano todos los resortes y fue tan fanáticoen la tarea que se le asignó, que hizo todo lo posible para que nose escapara ningún psicótico de ir a la cámara de gas. Acabada laguerra, cuando regresé a Viena, pregunté lo que había sido delDr. J. "Los rusos lo mantenían preso en una de las celdas dereclusión de Steinhof, me dijeron. "Al día siguiente, sin embargo,la puerta de su celda apareció abierta y no se volvió a ver más alDr. J.". Posteriormente, me convencí de que, como a muchosotros, sus camaradas le habían ayudado a escapar y estaríacamino de Sudamérica. Más recientemente, sin embargo, vino ami consulta un austríaco que anteriormente fuera diplomático yque había estado preso tras el telón de acero muchos años,primero en Siberia y después en la famosa prisión Lubianka enMoscú. Mientras yo hacía su examen neurológico, me preguntó,de pronto, si yo conocía al Dr. J. Al contestarle que sí, me replico:"Yo le conocí en Lubianka. Allí murió, cuando tenía alrededor delos 40, de cáncer de vejiga. Pero antes de morir, sin embargo, erael mejor compañero que imaginarse pueda. A todos consolaba.

Mantenía la más alta moral concebible. Era el mejor amigo que yo encontré en mis largos años de prisión."

Esta es la historia del Dr. J., el "asesino de masas de Steinhof'¡Cómo predecir la conducta del hombre! Se pueden predecir losmovimientos de una máquina, de un autómata; más aún, sepuede incluso intentar predecir los mecanismos o "dinámicas" dela. psique humana; pero el hombre es algo más que psique.

Aparentemente, el pandeterminismo es una enfermedadinfecciosa que los educadores nos han inoculado; y esto esverdadero también para muchos adeptos a las religiones queaparentemente no se dan cuenta de que con ello sacan las basesmás profundas de sus propias convicciones. Porque, o bien sereconoce la libertad decisoria del hombre a favor o contra Dios, oa favor o contra los hombres, o toda religión es un espejismo ytoda educación una ilusión. Ambas presuponen la libertad, pues sino es así es que parten de un concepto erróneo.

La libertad, no obstante, no es la última palabra. La libertadsólo es una parte de la historia y la mitad de la verdad. Lalibertad no es más que el aspecto negativo de cualquierfenómeno, cuyo aspecto positivo es la responsabilidad. De hecho,la libertad corre el peligro de degenerar en nueva arbitrariedad ano ser que se viva con responsabilidad. Por eso jo recomiendoque la estatua de la Libertad en la costa este de EE. UU. secomplemente con la estatua de la Responsabilidad en la costa oeste.

El credo psiquiátrico

Nada hay concebible que pueda condicionar al hombre de talforma que le prive de la más mínima libertad. Por consiguiente, alneurótico y aun al psicótico les queda también un resto delibertad, por pequeño que sea. De hecho, la psicosis no roza siquiera el núcleo central de la personalidad del paciente.

Recuerdo a un hombre de unos 60 años que me enviaron a causade las alucinaciones auditivas que padecía desde hacía décadas.Tenía frente a mí a una personalidad totalmente derrumbada.

Cuando pasaba por algún lugar, cuantos había en su derredor letomaban por un idiota. Y sin embargo, ¡qué extraño encantoirradiaba aquel hombre! De niño había querido ser sacerdote,pero tuvo que contentarse con la única alegría que podíaexperimentar y que era cantar los domingos por la mañana en elcoro de la iglesia. Pues bien, la hermana que le acompañaba nosinformó de que, a veces, se ponía muy excitado; pero, en elúltimo momento era capaz de dominarse. Me interesó sumamentela psicodinámica que acompañaba al caso, ya que pensé que elpaciente tenía una fuerte fijación en su hermana; así que lepregunté como hacía para controlarse: "¿Por quién lo hace?" Acontinuación siguió una pausa de unos segundos y entonces elpaciente contestó: "Lo hago por Dios." En ese momento, lo másprofundo de su personalidad se hizo patente y en el fondo deaquella hondura se reveló una auténtica vida religiosa a pesar dela pobreza de su formación intelectual.

Un individuo psicótico incurable puede perder la utilidad del serhumano y conservar, sin embargo, su dignidad. Tal es mi credopsiquiátrico. Yo pienso que sin él no vale la pena ser unpsiquiatra. ¿A santo de qué? ¿Sólo por consideración a unamáquina cerebral dañada que no puede repararse? Si el pacienteno fuera algo más, la eutanasia estaría plenamente justificada.

La psiquiatría rehumanizada

Durante mucho tiempo, de hecho durante medio siglo, lapsiquiatría ha tratado de interpretar la mente humana como unsimple mecanismo y, en consecuencia, la terapia de laenfermedad mental como una simple técnica. Me parece a mí queese sueño ha tocado a su fin. Lo que ahora empezamos avislumbrar en el horizonte no son los cuadros de una medicinapsicologizada, sino de una psiquiatría humanizada.

Sin embargo, el médico que todavía quiera desempeñar supapel principal como técnico se verá obligado a confesar que él nove en su paciente otra cosa que una máquina y no al ser humanoque hay detrás de la enfermedad.

El ser humano no es una cosa más entre otras cosas; las cosasse determinan unas a las otras; pero el hombre, en últimainstancia, es su propio determinante. Lo que llegue a ser —dentrode los límites de sus facultades y de su entorno— lo tiene quehacer por sí mismo. En los campos de concentración, por ejemplo,en aquel laboratorio vivo, en aquel banco de pruebas,observábamos y éramos testigos de que algunos de nuestroscamaradas actuaban como cerdos mientras que otros secomportaban como santos. El hombre tiene dentro de sí ambaspotencias; de sus decisiones y no de sus condiciones dependecuál de ellas se manifieste.

Nuestra generación es realista, pues hemos llegado a saber loque realmente es el hombre. Después de todo, el hombre es eseser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, perotambién es el ser que ha entrado en esas cámaras con la cabezaerguida y el Padrenuestro o el Shema Yisrael en sus labios.

SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA SOBRE LOGOTERAPIA

Libros

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Películas y cintas magnetofónicas
FRANKL, VIKTOR E., Logotherapy, una película producida por University ofOklahoma Medical School, Department of Psychiatry, Neurology andBehavioral Sciences.—,
Frankl and the Search for Meaning, una película producida porPsychological Films, 110 North Wheeler Street, Orange, California 92669.—,
Youth in Search of Meaning, cinta magnetofónica producida por WordCassette Library, 4800 West Waco Drive, Waco, Texas 76703.—,
Therapy through Meaning, cinta magnetofónica producida porPsychotherapy Tape Library, (T 656), Post Graduate Center, 124 East28th Street, Nueva York, N.Y. 10016. $ 15.00.—,
Existential Psychotherapy, two cassettes. The Center for Cassettestudies, 8110 Webb Avenue, North Hollywood, California 91605.—,
The Defiant Power of the Human Spirit: A Message of Meaning in aChaotic World. $ 6.00. The Institute of Logotherapy, One Lawson Road,Berkeley, California 94707.—,
JOSEPH FABRY, MARY ANN FINCH and ROBERT C. LESLIE, A Conversationwith Viktor E. Frankl on Occasion of the Inauguration of the "FranklLibrary and Memorabilia." The Graduate Theological Union. 1798 ScenicAvenue, Berkeley, California 94709.